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Crítica de El club de la lucha - Especial cine de los 90

El club de la lucha

Cuando repasas una década de cine como la de los años 90, te das cuenta de cómo cambió el "clima" en la sociedad e incluso en la forma de entender el cine a lo largo de esos años. Del optimismo y exhuberancia iniciales se pasó a una cierta paranoia y rebeldía en los últimos años: el efecto 2000, que prometía aniquilar las infraestructuras de la sociedad, el final del milenio y el apocalipsis que podría acarrear y, sobre todo, un cierto hartazgo de la cada vez más agresiva globalización dieron pie al canto de cisne de la Generación X.

En este 1999 en el que se estrenó El Club de la Lucha tuvimos otro clásico como Matrix y ambas coinciden en esa observación de la sociedad como un ente que te aliena, te hace perder tu verdadera esencia y te convierte en un engranaje más del sistema. Con esa voluntad de rebelarse ante un mundo que te dice cómo vestir y qué beber y que te impide ver la verdadera naturaleza de las personas, Chuck Palahniuk escribió en 1996 la polémica novela Fight Club. Tres años después, el genial director David Fincher parió esta película, en la que Brad Pitt y Edward Norton nos brindan unas de las actuaciones más memorables y divertidas de su carrera.

Antes ojeábamos pornografía; ahora ojeamos la colección de interiorismo

El capitalismo y, en consecuencia, el consumismo, ha acabado con nosotros y nos tiene absolutamente manipulados. En ese punto arranca el protagonista de El Club de la Lucha. Hasta este nuevo visionado de la película no había caído en que este personaje (con toda la intención del mundo) no tiene nombre. Es solo uno más, obsesionado por tener todos los muebles mostrados en Ikea. Solo le falta una compra o dos más para ser completamente feliz. El problema es que vive atrapado constantemente en esa fase de "estar a punto de ser feliz".

Sin embargo, algo ha cambiado en él: lleva varios días sin dormir y, por culpa de ello, es incapaz de distinguir lo que es vigilia y lo que es sueño. De nuevo, tenemos una metáfora potente: la dinámica presente le lleva a un estado en el que no parece sentir nada y se siente incapaz de discernir lo auténtico de lo accesorio. La única forma de sacar a relucir sus verdaderos sentimientos llega cuando se une a clubes de apoyo a enfermos de todo tipo. Allí, rodeado de gente con una enfermedad que a él no le afecta, es capaz de romper a llorar y volver a ponerse en contacto con su humanidad.

El club de la lucha

Cuando comienza a sentirse cómodo con su vía de escape, llega Marla, una chica que cómo él, hace de "turista" en los grupos de apoyo y le hace entrever la falsedad de su participación en ese grupo. Aún no lo entiende del todo, pero está atrapado en una espiral en la que la única salida es romper la baraja.

La gente no deja de preguntarme si conozco a Tyler Durden

En se momento entra Tyler Durden, el estrambótico personaje interpretado por Brad Pitt. Viste de forma extravagante, desafía a todo el mundo y tiene las ideas claras. Es la confianza personificada. Tyler representa todo lo que el protagonista no es. Hemos dicho que representa la confianza, pero sobre todo representa la rebeldía y el caos, generados en base a una reflexión sobre todo lo que no funciona en la sociedad. De ese modo surge el Club de la Lucha: el protagonista y él se dan de puñetazos no para ganar, no para demostrar nada, sino porque romperse el tabique nasal y no saber por dónde viene el siguiente directo es la única forma que les queda de sentirse vivos: no buscan la realización, sino la destrucción.

A partir de ahí, la historia va evolucionando y la lucha es solo la "base de operaciones" para algo más gordo. Aunque el Narrador no se da cuenta, la esencia sigue siendo la misma: hay que destruirlo todo, porque se nos ha llevado irremediablemente por el camino equivocado del adoctrinamiento y la mansedumbre.

El club de la lucha

Las grandilocuentes frases de Tyler se referían a una sociedad ligeramente distinta a la nuestra (seguramente, hoy día atacaría antes a la sede de Facebook que a las de las tarjetas de crédito), pero el conflicto base sigue siendo el mismo. De hecho, en España quizá sea ahora cuando entendamos de verdad por qué estaban en el punto de mira comercios como Ikea (la primera tienda llegó a nuestra península en 1996) o Starbucks. La globalización es doblemente real y, aunque ahora podemos usar 140 caracteres para quejarnos, la media de la sociedad pasa por el aro con más facilidad que nunca. A nosotros nos diría que no somos nuestra Project Scorpio ni nuestra PS4 Pro. No podemos permitir que nuestras posesiones nos definan.

Por supuesto, hay que entender que El Club de la Lucha tiene, sobre todo, una finalidad satírica. Quiere hacer pensar, sí, pero no hay que tomárselo al pie de la letra. La solución no es liarse a mamporros con el primero que pillemos ni sabotear el centro comercial más cercano pero, cómo mínimo, sí deberíamos pararnos a reflexionar sobre hasta qué punto hacemos lo que las grandes compañías quieren que hagamos: a Ikea no le importa que hagas los deberes con tus hijos. Le importa que comulgues con ellos y compres sus muebles.

Rebeldía pre - 11 de septiembre

Es interesarte ver el descaro (e incluso inocencia) con el que la película desafía a la sociedad de su época. Estamos en 1999 y los aviones aún no se han estrellado contra las Torres Gemelas. Ese mismo año, unos meses antes del estreno, se daría la masacre de Columbine. Esos hechos cambiaron en buena medida el comportamiento de la sociedad norteamericana y, sobre todo, marcaron una nueva pauta sobre qué y cómo se podría contar en los cines. Dicho de otro modo, no creo que, de haberse rodado dos años más tarde, Fox hubiera permitido que el Narrador dijera que era mejor no cabrearlo, porque podría presentarse con un rifle de asalto en la oficina y no dejar títere con cabeza. Hoy en día, al hastío de la globalización hay que unir una nueva paranoia social.

El club de la lucha

Todos estos mensajes llevaron a una película que está plagada de montones de capas de lectura. La más superficial (y en la que muchos se quedaron) es que molaba crear clubes clandestinos de lucha para liberar testosterona. De hecho, fue una práctica que se puso de moda tras el estreno en EEUU. La siguiente capa tiene ese poso cinéfilo que invade toda la película: de repente, todos hablaban de los mensajes subliminales (¿quién no ha bromeado alguna vez con lo de meter un fotograma de un pene en una película, como dice Brad Pitt, a ver qué pasa?) o de los mensajes ocultos en los films. La tercera reflexiona sobre una sociedad en la que podemos vender a las señoras de alto copete consumir jabón hecho a partir de su propia grasa. Y, por supuesto, está la cuarta capa, la de lo que DE VERDAD está pasando en la película con el Narrador.

Me has conocido en un momento muy complicado de mi vida (spoilers desde aquí)

Hasta aquí hemos comentado las partes más generales del argumento, pero uno no puede hablar de El Club de la Lucha sin entrar en spoilers sobre el giro de guión que la caracteriza. Así pues, si aún no la has visto, no sigas leyendo. Simplemente, ponte a verla.

Si ya sabes de lo que estoy hablando, vayamos al grano: ¿tiene sentido que Tyler y el Narrador sean la misma persona? No hace trampa la película con ese juego? Desde luego, cuando la ves por primera vez crees que te la han colado de forma injusta. Pero, cuando sabes lo que va a suceder y la vuelves a ver, te diviertes detectando las pistas que David Fincher está dejando a lo largo de toda la película: sí, tiene sentido y de hecho te lo están advirtiendo en muchos momentos. Por supuesto, buena parte del mérito es de un Edward Norton que se parte el lomo peleando contra sí mismo y retorciéndose con unas poses que te hacen pensar "OK, está como un cencerro, pero podría llegar a hacerlo". El papel de Marla, que encaja como en guante para Helena Bonham Carter, es crucial para mantener el misterio hasta el momento justo: sus miradas de decepción cuando el Narrador le dice que se vaya de su casa después de haber tenido sexo con Tyler mantienen un fino equilibrio entre las dos perspectivas: la de lo que sucede de verdad y la de lo que el Narrador cree que está sucediendo.

El Club de la Lucha

Es en este punto cuando entendemos de verdad por qué insistían tanto con el tema del sueño y, sobre todo, cuando la película pasa de ser un discurso de "auteur" muy inspirado a añadir el suspense a la mezcla, sin por ello perder la orientación. Dicho de otra forma, el giro de guión es brillante y llega en el momento justo.

Por cierto, por mucho que creas que has pillado todas las pistas, Fincher ha escondido más de la que crees. Vuelve a ver la primera llamada de teléfono del Narrador a Tyler, a ver si encuentras algo... También ha quedado para los anales del "cuñadismo" cinéfilo la aseveración de que hay una taza de Starbucks escondida en cada escena de la película. ¿Las has visto todas?

Con el sello Fincher

Está claro que las frases y el tono general de El Club de la Lucha son lo que más ha dado que hablar, pero hay otro aspecto igualmente importante: el excepcional montaje de la película. Sí, hablo de esos "mensajes subliminales" sobre los que reflexionábamos antes (¿has visto todos los "fogonazos" de Tyler?), pero también de otras muestras de valentía de la época: el plano en el que el Narrador se mueve por un "catálogo animado" de Ikea ha sido imitado hasta la saciedad y las secuencias con planos detalle de los diferentes objetos que nos alienan también han sido objeto de estudio para todo aquél que quisiera dedicarse al cine en los 2000.

La influencia de la película va mucho más allá de su mensaje irreverente

Luego, por supuesto, está el complicado malabarismo de cortar en el momento justo (el Narrador se atreve a decirlo, indicando a los espectadores que se acerca un fundido en el que se va a perder información) para que sepamos solo lo que David Fincher quiere que sepamos. A nivel tecnológico fue una película muy arriesgada, con esos planos detalle de la cocina del narrador o de su propio cerebro generados íntegramente por ordenador (hasta entonces, la industria se había atrevido con monstruos CGI, pero engañar al espectador con entornos completos era más complicado). Aunque no se nota tanto, también hay un plano similar al de la esquiva de la bala de Neo en Matrix, concebido mediante la colocación de múltiples cámaras alrededor de los actores, que obturaban en orden y en el momento justo. Mientras que en Matrix era un plano de acción, en El Club de la Lucha era el momento de climax sexual entre Marla y Tyler. Lo dicho, pura provocación.

Atención también a su banda sonora, que a golpe de techno y electronica daba un carácter propio a la narración. Todo, absolutamente todo lo que conforma la película está estudiado minuciosamente para satirizar y para recordar al espectador que, aunque se crea muy listo, el cine puede seguir sorprendiendo si le echa bemoles. Perla final: la edición en Blu-Ray de la película arranca con el menú de selección de capítulos de la película Nunca me han besado. Varios segundos después, descubrimos que todo es una broma y que por fin podemos empezar a reproducir El club de la Lucha.

¡Jared Leto, de jovencito!
¡Jared Leto, de jovencito!

Este conjunto de mensajes, técnicas y provocaciones dio lugar a una paradoja: aunque su mensaje es puramente iconoclasta, Fight Club acabó convirtiéndose en icono de una época y de una forma desacomplejada de abordar el cine. Hasta tuvo un videojuego que, lamentablemente, se quedó en la primera capa: ver cómo mola un club de pelea clandestino. Quizá el paso del tiempo ha hecho que algunos de esos efectos especiales "canten" un poco o que la propia escuela que creara haya sobreexplotado su mensaje, pero sigue siendo una película divertida, inteligente y revolucionaria, en varios sentidos. Si con eso no te basta, te puede picar la curiosidad de ver cómo dan una paliza a un Jared Leto al que aún le faltaba mucho para convertirse en Joker...

Esta película es colosal, pero hay muchas otras que merecen igual atención. Las estamos repasando en nuestro especial cine de los 90.

VALORACIÓN:

Una película clave para entender el final de los años 90. Visonaria, audaz y gamberra, tiene un discurso que es tan valido (o más) como hace 17 años.

LO MEJOR:

El espectacular trabajo de montaje. La narración, cargada de capas de lectura. Su divertido carisma visual.

LO PEOR:

Algunos efectos especiales han envejecido regular. Que haya que no entienda la ironía del mensaje.
Hobby

94

Excelente

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