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10 cosas que no debes hacer en tu primer viaje de prensa

Bungie

Con motivo del 30 aniversario de Hobby Consolas, seguimos recopilando anécdotas y curiosidades que los miembros de la redacción hemos vivido a lo largo de los años. En esta ocasión toca hablar del primer (y peor) viaje de prensa de la historia.

Cuando la gente ve un artículo por el 30 aniversario de Hobby Consolas, piensa en leer anécdotas y curiosidades de la Vieja Guardia. Historias sobre presentaciones locas, como lanzarse en paracaídas desde la Estatua de la Libertad, bucear en la fosa de las Marianas o conducir un jeep a 300 kilómetros por hora junto a Stan Lee, Michael Jordan y George Lucas. Al menos es lo que me viene a mí a la cabeza.

Desgraciadamente no tengo ninguna historia así. Y desgraciadamente mis compañeros piensan que también soy parte de Hobby Consolas, así que os toca leer mi no-tan-épica anécdota. 

Quizás, si algún día os da por meteros a esto de escribir sobre videojuegos, mi historia os sirva para no cometer los mismos errores

Celebramos los 30 años de Hobby Consolas

Celebramos los 30 años de Hobby Consolas

Hobby Consolas cumple 30 años con un apasionante viaje desde sus orígenes como la revista de videojuegos más vendida de España, a su ilusionante presente como la web de videojuegos número uno.

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Antes de empezar, un dato importante sobre mí: tengo ansiedad social. Eso significa que lo paso mal (muy mal, físicamente mal) cuando tengo que interactuar con desconocidos, participar en eventos públicos, ser el centro de atención y todo ese tipo de cosas. Es una mierda, lo sé, más cuando una parte importante de mi trabajo consiste precisamente en eso (hacer entrevistas, salir en vídeos, etc.), pero lo llevo lo mejor que puedo.

Es un dato importante porque es probable que ahora entendáis cómo me sentí cuando me dijeron que tenía que ir a Seattle para ver Destiny (el primero) en las oficinas de Bungie.

(Esto es Seattle).
(Esto es Seattle).

Por un lado fue algo guay, porque hasta ese momento era lo más gordo que me habían encargado y significaba que Hobby Consolas confiaba en mí (esto fue en 2014, llevaba escribiendo en HC… ¿menos de un año?).

Pero por otro era PÁNICO. Pánico a ir a la otra punta del mundo (sólo había cogido un avión en toda mi vida y había sido muchos años antes, con mis padres), pánico a hacer entrevistas, pánico a hablar en inglés, pánico a perderme, pánico a que algo saliera mal, pánico a cagarla y que no volvieran a confiar en mí.

Obviamente acepté.

Y ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de que fue el peor primer viaje con el que alguien puede estrenarse.

Hobby Consolas fue el único medio español invitado al evento de preview. ¡Eso era muy guay porque significaba que lo teníamos en exclusiva! Pero también significaba que a ese viaje no iría ningún otro periodista español. Lo normal en el 90% de viajes es ir con periodistas de otros medios; eso está muy bien porque siempre acabas haciendo piña y se pasan buenos ratos, y, en mi caso, porque tengo gente sobre la que apoyarme para superar mis inseguridades sociales.

Avance en exclusiva de Destiny, lo nuevo de Bungie

Pero bueno, incluso cuando no viajan otros periodistas, es habitual que te acompañe un PR, una persona de la compañía que, a grandes rasgos, se ocupa de que todo salga bien, de que vayas al evento, juegues al juego, tengas algo que llevarte a la boca y un techo bajo el que dormir (si es que el evento dura varios días).

(Este soy yo).
(Este soy yo).

Guess what?No hubo PR en el viaje de Destiny. No recuerdo muy bien el motivo (si es que hubo alguno), pero me tocó viajar solo. Yo, que jamás había cogido un avión en mi vida, tuve que descubrir qué era aquello del check-in, aprender que en los aviones sólo puedes llevar una mochila y una maleta pequeña (depende de la compañía), ingeniármelas para orientarme tanto por Barajas como por Gatwick (porque por supuesto no era vuelo directo, había escala en Londres), tener en regla el pasaporte y otras tantas cosas.

Todo fue sorprendentemente bien, la verdad, el único imprevisto fue que el avión que debía llevarnos hasta Seattle estuvo parado unos cuarenta minutos en pista y, al final, nos hicieron bajar… Para tenernos esperando varias horas hasta que pudimos subir a otro. Pero bueno, dentro de lo malo eso fue lo menos malo.

Porque entonces llegamos a Seattle. No recuerdo cuántas horas de vuelo fueron; seguro que más de diez, más todas las que llevaba por el retraso, más las de la escala… En fin, que estaba muy cansado. Y no había dormido nada. Ni la noche de antes (ansiedad social, ¿recuerdan?). Ni en el avión. Porque estaba nervioso. Y cansado.

Bajé del avión y descubrí que lo peor no había hecho más que comenzar: tocaba aguantar una cola enorme, el habitual control de aduanas en E.E.U.U., donde te puedes tirar más de una hora (no estoy exagerando ni un poco). Es lo que menos apetece después del palizón que te acabas de pegar, os lo garantizo, y siempre es una de las peores partes del viaje.

Pero el control no es sólo esperar en una cola: también es pasar por el escrutinio de un agente de aduanas, que te hace varias preguntas que tienen como objetivo averiguar si eres un terrorista.

Bungie

Antes de seguir, otro dato importante: los periodistas necesitan un visado especial para ejercer la profesión en otros países. Un visado que cuesta dinero. Mucho dinero. Así que antes de viajar, una de las cosas que nos suelen decir a “los de los videojuegos” es que no digamos que somos periodistas. Podemos decir exactamente a qué hemos ido (“vengo a ver un juego, me ha invitado tal compañía”) pero es mejor no mencionar la palabra periodista, por si acaso.

Recuerdo perfectamente al agente que me tocó: era un chico asiático, joven, no mucho mayor que yo. “Tiene pinta de majo”, pensé. “Seguro que me deja pasar sin problemas”.

Yo… no recuerdo qué dije exactamente. No dije que era periodista, de eso estoy seguro, pero fuera lo que fuese, no coló. El agente de aduanas empezó a hacerme toda clase de preguntas: que de dónde venía, que cómo había conseguido el billete, que quién me lo había pagado… En algún momento, fruto de la desesperación, debí decirle que estaba allí para trabajar y que mi trabajo consistía en escribir. Y él me preguntó que para quién escribía.

For a blog”, le dije. Fue la mejor respuesta que se me ocurrió, pues temía que decir una revista o una web significase delatarme como periodista.

A blog?”, respondió con cara de enfado y de no entenderme.

YES, A BLOG”, contesté, cansado, muy nervioso, sudando, un poco enfadado, pensando que no me iban a dejar entrar y que ahí se acababa todo.

Por suerte, entonces vino la pregunta mágica. Según tengo entendido, una de las cosas que más preocupan en esa clase de controles es que viajes al país para quedarte. La inmigración, vaya. Así que en el momento en que dije que iba a estar sólo dos días y le enseñé mi billete de regreso a España (que por suerte llevaba impreso), me dejó entrar sin hacerme más preguntas.

Desde entonces le tengo un pánico terrible, TERRIBLE, a los controles de aduanas.

Y si creéis que eso fue lo peor del viaje… Jajajaja, seguid leyendo. 

En general el evento fue bien, las entrevistas fueron bien, jugué a Destiny y me lo pasé genial. Unos periodistas italianos se apiadaron de mí y me dieron algo de conversación, pese a que yo apenas era capaz de balbucear un “yes” o un “no” como respuesta. Bungie es un lugar increíble, y a diferencia de la sobriedad de muchos estudios, es un sitio que da gusto visitar. Se nota que están muy orgullosos de todo su trabajo. Quiero decir… ¡Mirad la puerta del estudio!

Bungie
Bungie

Pero ah, estaba en Seattle. Estaba en los Estados Unidos de América. ¿Cuántas veces en la vida iba a tener la oportunidad de visitar ese lugar que sólo había visto en las películas? Seguro que nunca volvería (volví a las pocas semanas). Así que me armé de valor y decidí salir a dar una vuelta por mi cuenta en uno de los pocos ratos libres que tuve.

Tenía muchísimas ganas de ir al Space Needle, pero siendo como soy, la idea de coger un autobús y perderme me aterraba. Pensé en ir andando, pero cuando se lo sugerí a los encargados de la recepción del hotel donde me alojaba se descojonaron en mi cara.

Así que opté por lo fácil: salir a dar una vuelta por los alrededores del hotel. Y literalmente no había nada que ver. Aquello era un páramo. Una casa suelta aquí y allá, algunos edificios más o menos altos… y poco más. El sueño americano era una completa decepción.

Bungie

Decidí volver al hotel. Y cuando estaba a punto de entrar… sucedió.

Un chico rubio, muy alto, que vestía una camisa blanca y pantalones negros, se me acercó y me saludó cordialmente.

No recuerdo muy bien cómo empezó la conversación, pero básicamente me vino a decir que si me podía robar unos minutos para hablar del Señor.

Aquí va otro dato importante sobre mí: no soy religioso.

Y otro dato más: no sé decir que no.

Así que mi boca dijo un tímido “sí” mientras, por dentro, quería decir “NO”. Aquel chico, que fue muy educado en todo momento, me empezó a hablar sobre el Señor. No recuerdo nada de lo que me dijo porque mi cerebro se desactivó por completo.

Entonces, me preguntó que por qué estaba en Seattle. Quizás fuese por la mala experiencia con el agente de aduanas, pero no dudé ni un segundo en responder con exactitud. De nuevo, el chico fue muy educado. Me propuso rezar para que mi viaje de vuelta a España fuese seguro.

Os podéis imaginar lo que respondí, así que de repente me encontré agachando la cabeza mientras ese chico tan educado recitaba una oración, rogando a los cielos para que mi regreso estuviese libre de peligros.

Fiu, ha sido duro pero por fin se ha acabado” pensé cuando terminó la plegaria.

Y ahora, hermano Álvaro, ¿qué te parece si cantamos una canción?

¿Alguna vez habéis estado tan metidos en el fango de una situación que ya no había vuelta atrás? ¿Que la única solución posible era seguir avanzando y cruzar los dedos para que todo acabase pronto?

Creo que ni siquiera dije que sí. Como mucho, como muchísimo, debí asentir. Así que ese chico, siempre tan educado, se puso a cantar una canción en mitad de la calle. Una canción para mí y sólo para mí. Como el viaje de Destiny, ese concierto era en exclusiva. En exclusiva para mí.

No sabía muy bien qué hacer en ese momento. ¿Debía mirarle fijamente a los ojos y esperar a que terminase o era de mala educación? ¿Debía sonreír? ¿Si sonreía, pensaría que me estaba riendo de su forma de cantar? ¿Cuándo iba a terminar ese infierno? ¿No había tenido ya suficiente? ¿Por qué no fui capaz de decirle que no desde el principio? ¿Debía echar a correr y esconderme en mi habitación?

Todos esos pensamientos (y muchos otros) cruzaban mi mente mientras el chico seguía cantando. Estoy seguro de que mi cara fue una mueca, un intento de sonrisa forzada mezclado con seriedad, vergüenza y la más profunda desesperación.

Y entonces terminó. La canción acabó, el chico educado me dio las gracias y se despidió sin pedirme nada a cambio ni tan siquiera intentarlo. Quizás fuese porque sus intenciones eran sinceras y simplemente quería desearme un buen día. O quizás porque ese chico acababa de contemplar la auténtica cara del terror: la mía.

Y luego la gente me pregunta que por qué no echo de menos los viajes.

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