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Asiento reservado (Reserved seating)

Óscar Díaz

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Voy a poner un ejemplo de lo que no hay que hacer, aunque puedas. Algo totalmente teórico. Un hecho del cual hay que dudar totalmente de su existencia. Una de esas situaciones que no pueden suceder en esta dimensión y que, en el caso remoto de que se alinearan los astros y propiciase acaso la menor posibilidad de que pasara, no sucedería. Está claro, que lo siguiente es sólo una invención inofensiva.

Dicho lo anterior, supongamos que durante un E3, la feria en que se muestran los juegos y consolas que vamos a disfrutar en los meses y años siguientes, una empresa japonesa fleta autobuses para sus empleados. Directivos, comerciales, azafatas y un conductor local van desde un hotel de lujo al recinto oportuno. Cada día, a las mismas horas y con un servicio impecable. Todos ellos, menos el que conduce, tienen algo en común, los rasgos orientales y un aire de saber lo que quieren. Absolutamente, en todo el vehículo se respira calma, orden y educación. Un placer, la verdad.

Mientras tanto, en un hotel de mala muerte, de esos en que la máquina de hielo suena siempre cuando estás a punto de dormir, se alojan los chavales que han logrado ir a su primer E3. Curiosamente, muy cerca de experimentados profesionales que se las saben todas… ¿todas? Pues no, porque los muchachos les pueden enseñar algo del futuro, del mundo que nos espera, de la supervivencia y el aprovechamiento extremo. Como venidos del mañana, los recién llegados controlan el espacio y el tiempo. Saben que se puede comer gratis en el buffet libre de cierta productora si entran a las 12:45. Que a pocos metros de la conferencia de Nintendo hay una discoteca de primera, en cuya fiesta habrá streapers y barra libre si dicen, en la lengua de Valladolid, que van de parte del jefe. Por supuesto, disfrutan de todo tipo de merchandising y regalos porque van a las presentaciones menores. Sí, esas fuera del circuito principal del E3, en las que son los curritos quienes hablan, dejando los grandes eventos para los gurús. Los mismos lugares en que pueden hacerse con el contacto de quien realmente se deja la piel y las noches, para que salga un juego o el último dispositivo de hardware. Pero me estoy desviando. Lo de antes también es ficticio. Tanto como lo que viene a continuación.

Asiento reservado (Reserved seating)

Volvamos al autobús, a esa línea en la que se mezclan grandes directivos y… el presidente con su mano derecha. De verdad, que lo de ir en limusina parece poco popular en determinadas culturas. Aunque por estos lares se esmeren en llevar la contraria, a veces. Imaginemos que, al final de la cola se sitúan dos o tres personajes occidentales. Tan marcados son sus rasgos, que ni siquiera parecen de Los Ángeles, y mira que hay mezcla por aquellos lares. Una fila ordenada, en la que unos pocos les sacan tres cabezas al siguiente en la escala. Una hilera llena de orden, sabiduría milenaria y, aunque no se vea a simple vista, rostros de extrañeza.

Llega la hora de subir al autobús y varias plazas quedan libres para los recién llegados. Se sientan y el vehículo no arranca. ¿A quién esperarán? Pues a alguien no muy alto, con cara simpática y rasgos marcados por haber reído mucho. Obviamente, alguno de los intrusos ni se entera. Otro exclama ¡Miyamoto…! Mientras nadie cede el sitio, hasta que algunas miradas se cruzan y de repente quedan vacíos varios de ellos. ¡Magia!

Un viaje tranquilo, pero marcado por la anécdota y las miradas asesinas. La incertidumbre, por no saber aún lo que significa la palabra Yakuza o dónde está la familia de Ryu. Apenas veinte minutos de gloria, compartida con uno de los grandes del sector, aunque nadie se atreva a hacer fotos para guardar el recuerdo… bueno, sí, algunas que nunca se verán fuera de ciertos círculos privados. Pero, ante todo, una lección que hay que respetar. Si una persona mayor se queda sin asiento en el autobús, hay que cederle el sitio, niños.

A mí, esto me lo han contado a modo de fantasía didáctica. Porque, ni por asomo, podría imaginarme a semejante monstruo, que deja al señor que puso a un fontanero a rescatar princesas de pie en un autobús, con la idea de que se enfrente en solitario a las peligrosas calles de Los Ángeles. Sólo de pensar que pueda existir alguien así, me entran escalofríos.

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