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Joaquin Phoenix, Keanu Reeves y la exaltación de la desgracia

Joaquin Phoenix
Queremos ser el Joker, Joaquin Phoenix y Keanu Reeves, pero la exaltación de la desgracia sólo tiene un resultado: destruir el arte y a nosotros mismos.

9 de junio de 2019. «You're breathtaking. You're all breathtaking». Así comenzaba el gran meme del año, con Keanu Reeves, Cyberpunk 2077 y el E3 reventando los termómetros digitales. Los días que lo precedieron supusieron una oda al actor; proliferaban los proyectos fílmicos en los que los fans rogaban por su participación, se produjo la resurrección de Matrix con una cuarta entrega, se repasaron los mejores papeles de su carrera cinematográfica y, sobre todo, se procedió a la mitificación de su figura a través de ese truculento bagaje vital que el mundo no tardaría en descubrir. Y le hicieron vídeos rodeado de cachorritos de labrador y se colocó su cara en nuevas ilustraciones de los príncipes de Disney. Ni él mismo salía de su asombro ante el repunte de popularidad. Keanu Reeves era el novio de Internet y los videojuegos fueron el vehículo perfecto.

Keanu Reeves

En los años 90, tras protagonizar la exitosa Speed, su carrera empezó a caer en picado al protagonizar una serie de películas que fracasaron estrepitosamente en la taquilla. 20th Century Fox le hizo una oferta que rondaba los 11 millones de dólares para que apareciese en Speed 2, pero el actor la rechazó, por lo que fue vetado por la productora durante toda una década. La vida tampoco le sonreía en lo personal, donde la tragedia iba saltando de relación en relación entre cada una de las personas más importantes de su vida. Reeves parecía haber sido condenado al ostracismo, el mismo que algunos medios desean para los videojuegos. Más de 20 años después, sus caminos estaban destinados a encontrarse.

El estilo de vida de Reeves, alejado de los focos y de las grandes exclusivas, compartiendo el metro como un ciudadano más, hizo papilla el estatus social que la sociedad confiere a las estrellas del cine y la televisión. Come hamburguesas sentado en un banco cualquiera del parque y echa a una mano al conductor al que su coche deja tirado en medio de Los Ángeles.

Hideo Kojima y Keanu Reeves

Es una persona más, corriente y moliente, que respira y todas esas cosas. Es como nosotros, y nos encanta. Pero si hay algo que mueve profundas pulsiones es ver que también puede sufrir. Que si le pinchan, sangra. Que no es un dios caído del cielo al que la fama y el dinero protegen como un escudo que repele la desgracia. Porque nos encanta ver que su sangre es tan roja como la nuestra.

Y a pesar de todo, bajo el yugo constante del caos que hace de la vida algo real, en el camino ha crecido en empatía, bondad y solidaridad. Ese es el veredicto de la red: Keanu Reeves es el tío más majo de Hollywood.

La desgracia que ha perseguido a Keanu Reeves ha evolucionado en una ola de positivismo que, para qué vamos a engañarnos, no sólo no hace daño a nadie, sino que puede constituir un ejemplo maravilloso para sus seguidores. Pero en las últimas semanas, ese patrón de seleccionar a un artista como fetiche, y desgranar su vida en busca de la tragedia que potencie su viralidad, ha vuelto a repetirse. Su nombre está íntimamente relacionado, también en la desgracia, con el de Reeves: Joaquin Phoenix, el último en encarnar al mayor archivillano de los cómics en Joker.

Sólo hacen falta un par de intentos en nuestro buscador de internet favorito para perfilar esa sucia necesidad de escarbar en lo más profundo del fetiche de hoy para dotarlo de humanidad y hacerlo viral. La humanidad vende... siempre y cuando no se presuponga. Y el dolor es el síntoma preferido para que adoptemos esos personajes como propios, como un reflejo inequívoco de nosotros mismos. Creemos que somos el Joker, que somos Joaquin Phoenix, que somos Keanu Reeves. Porque si sufren, son humanos; si nosotros sufrimos, somos el Joker. Y si ellos triunfan, nosotros también.

Brad Pitt, mucho más que la cara bonita de Hollywood

Joaquin Phoenix exhibe en las salas de cine uno de sus mejores trabajos hasta la fecha. Su interpretación en Joker no sólo era compleja por la dimensión psicológica del personaje, sino por la herencia y el impacto en la cultura pop que ha demostrado en las últimas décadas, amén de las eternas y peligrosas comparaciones. Y lo ha bordado. Pero todo eso da igual; su pasado será el protagonista de esta historia. La que se cuenta en medios digitales y la que contarían a la postre de una supuesta estatuilla: «Las 10 adversidades en la vida de Joaquin Phoenix que lo llevaron a ganar el Oscar». Adiós al trabajo, adiós al talento, adiós al arte. Borrados de un plumazo a merced de un pasado del que no se permite escapar.

Joaquin Phoenix

Se escribe sobre la tortuosa vida del actor, sobre las más funestas horas de su trayectoria con titulares bárbaros de dudosa intención, y el esfuerzo queda eclipsado bajo capas de morbo y efectismo que banalizan su historia real. Las personas son las mejores historias, pero estos intereses subrepticios provocan un doble efecto: exaltan la desgracia y glorifican sus resultados, dejando la autorreflexión implícita en películas como Joker perdida en el limbo. Como la identidad colectiva que nos lleva a buscar paralelismos entre una vida indeseable y la nuestra.

No somos el Joker, no somos Joaquin Phoenix, no somos Keanu Reeves. Como diría Tyler Durden, el personaje de Chuck Palahniuk, podemos ser «la mierda cantante y danzante del mundo», pero sólo seremos reales si somos nosotros mismos.

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