Como lo prometido es deuda, aquí estoy contándoos lo que pensé
de PS3 cuando se empezó hablar de sus maravillosas posibilidades:
su disco duro, su conexión a Internet, sus opciones de
actualización… Pensé: ¡esto es un PC disfrazado!
Y sí, tuve mucho miedo. Me explico. Cuando yo empecé a jugar a esto
lo que mandaba era su excelencia el señor Spectrum. Un ordenador
con teclas de goma y en el que se cargaban los juegos vía casete…
Después de una eternidad aguantando un ruido insoportable (ojo, que
el volumen podía influir en que cargara o no) podías jugar en
blanco y negro (qué queréis, la tele que tenía para jugar era en
blanco y negro) a juegos tan sencillito como divertidos. Eso
siempre y cuando después de aquella eternidad atronadora no te
encontraras con el típico “Tape Loading Error” que te daban ganas
de tirar por la ventana el casete, la cinta y hasta el propio
Spectrum… Pero no lo hacías. Cogías un boli Bic para rebobinas la
cinta y te armabas de paciencias (subiendo o bajando un poquito el
volumen, según terciara)…
Para alguien tan “cagaprisas” como yo os aseguro que era un
infierno…
Luego vinieron los disquetes, las instalaciones eternas, los
problemas de configuración variopintos… Hasta que descubrí las
consolas. ¡Eso sí era jugar! Abrías la tapa, metías el cartucho, le
dabas al power y hala, a disfrutar. Ni cargas, ni errores… Los
ordenadores habían muerto para mí y, salvo por algún juego de
estrategia, siguen muertos para mí…
¿Os imagináis el escalofrío que me recorrió el cuerpo cuando
descubrí que las consolas se iban a convertir el ordenadores
encubiertos? Al final fue más el susto que otra cosa, pero confieso
que tanto rollo todavía me agobia un poco…
Un secreto. Hace un tiempo estaba deseando jugar tranquilamente en
mi casa a un juego de PS3 del que no voy a dar título. Llegué tarde
por la noche, cansada pero emocionada con mi Blu-ray. Encendí la
consola, metí el juego y… Tuve que actualizar el sistema. Vale. Que
actualice. (Cené mientras tanto). Arranco el juego y… Nuevo
software disponible… Vale. Lo descargo (me lavé los dientes, me
puse el pijama). Ahora sí, iba a jugar y… Tenía que instalar.
Instalé, pero me fui a la cama. Nunca más he vuelto a poner ese
juego. Y os garantizo que tenía le tenía ganas…