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Repaso a la obra y vida de Clint Eastwood, que será recordado por siempre como actor y director

La historia de Clint Eastwood

La historia de Clint Eastwood no solo es la historia de un hombre, sino también la historia del cine y la historia de un género casi olvidado por el mundo: el western.

Clint Eastwood es la última leyenda viva que queda en Hollywood. Y no lo dice solamente un amante enfermizo y empedernido del western, sino alguien que adora la industria cinematográfica estadounidense y es consciente del auténtico espacio mediático que ocupa este actor, director, escritor y hombre del Viejo Mundo.

Hace 93 años, en la calurosa ciudad de San Francisco, nacía Clinton Eastwood Jr. Lo hacía en el seno de una familia humilde, hijo de un padre que operaba en la industria de la metalurgia y una madre que trabajaba en la fábrica de IBM. Sin embargo, su sangre decía algo muy distinto.

Está documentado que el origen de Clint Eastwood se remonta a William Bradford, el líder de los llamados “peregrinos puritanos”, quien en 1620 alcanzó las costas americanas a bordo de un barco conocido con el nombre de Mayflower. Pero pronto descubrió que el pasado tiene muy poco que ver con el presente.

 

En 1940, los Eastwood claudicaron de su periplo californiano y abandonaron San Francisco en busca de trabajo. El joven Clint tenía apenas 10 añitos cuando se lanzó a la carretera junto a sus padres para recorrer la Costa Oeste de arriba abajo, tratando de eludir la pobreza y esquivar el hambre y la miseria.

Tras muchos obstáculos y sufrimientos, finalmente se asentaron en la localidad de Piedmont. El pequeño Clint alucinó con las mansiones de los millonarios de Piedmont, con enormes jardines y piscinas, un club de campo y varios coches por familia. Aquel mundo no tenía nada que ver con el lugar del que venía.

Estudió en el Piedmont Junior High School, pero fue rechazado por el instituto de Piedmont porque, durante un verano, destrozó el césped de la escuela al pasar con la bicicleta. Eso obligó a los padres de Clint Eastwood a buscar matrícula en el Instituto Técnico de Oakland, donde no despuntó y llegó incluso a repetir curso.

Un amigo suyo de la infancia, Fritz Manes, recordó aquella época con cariño y nostalgia. “Lo que le pasó a Clint es que comenzó a salir y pasárselo bien”, dijo. “Quizás ni siquiera se graduó”. Sea como sea, desde luego, no tiró su vida por la borda ni bajó los brazos.

Clint Eastwood nunca fue un “nini” o algo parecido, sino todo lo contrario. Fue un currante de principio a fin durante aquella época convulsa y llena de cambios que conocemos como adolescencia. Socorrista, repartidor de periódicos, tendero, bombero forestal, caddie de golf. No, trabajo no le faltó.

En 1951, con 21 años de edad, Clint Eastwood fue reclutado por el ejército estadounidense, destinado a Fort Ord y enviado a la Guerra de Corea. Una vez, visitando a sus padres, el avión bombardero Douglas AD en el que volaba se quedó sin combustible y cayó en el mar, cerca de la zona de Punta Reyes.

Afortunadamente, Clint Eastwood y el piloto pudieron salir con vida del bombardero mientras este se hundía en el mar. Tuvieron que nadar más de tres kilómetros para salvar sus vidas y alcanzar finalmente la costa. Una anécdota que la leyenda cinematográfica ha recordado varias veces a lo largo de su vida.

Los primeros años de Clint Eastwood en el cine

Clint Eastwood en la serie Cuero crudo (Rawhide)

La primera película de Clint Eastwood, o al menos en la que está acreditado, es Francis en la Marina (1955), la última película de la mula Francis dirigida por Arthur Lubin. Un cineasta que quiso contar con este joven actor en más de una ocasión después de este estreno cinematográfico.

Suyas son también Lady Godiva (1955), La primera vendedora ambulante (1956) y Escapada en Japón (1957). Sin embargo, el primer gran papel de Clint Eastwood no llegaría en el cine, sino en la televisión. Más concretamente, en la serie de Cuero crudo que protagonizó junto a Eric Fleming.

El éxito de Cuero crudo aupó a Clint Eastwood al centro del escenario mediático. Para ello hay que entender que el western, en aquella época, se asemejaba a la aceptación de masas que tiene el cine de superhéroes en la actualidad. El joven Eastwood se había convertido en una leyenda del Salvaje Oeste.

Sin embargo, no sería la mano de un director estadounidense como Howard Hawks, John Ford o Sam Peckinpah quien inmortalizaría a Clint Eastwood para siempre. Sería la mano de un cineasta italiano quien sellaría el destino del actor californiano e imprimiría una trilogía para la Historia del Cine.

El Hombre sin Nombre de Sergio Leone

Clint Eastwood en la trilogía del dólar

Sergio Leone tenía un plan. Bueno, sí, es cierto que fusiló al maestro Kurosawa y tuvo que pagar bastante dinero por ello. Pero tenía un plan: llevar el spaghetti western a su máxima expresión, parir una trilogía de ensueño y entregarnos a uno de los personajes más emblemáticos de la cultura popular, especialmente del género.

Sin embargo, para ese plan necesitaba a alguien que pudiera representar a la perfección todos los elementos que han hecho del Hombre sin Nombre un personaje tan atractivo y magnético. El misticismo, la ausencia de identidad, el honor del forajido, el vaivén entre el bien y el mal, la belleza, la suciedad, el peligro, la atracción física.

Construir una trilogía a partir de un personaje del que no conocemos absolutamente nada, excepto lo que él quiere mostrarnos (y puede ser mentira) no es precisamente fácil. Pero Clint Eastwood lo hizo posible. Su atuendo en la denominada “trilogía del dólar” ha pasado a la posteridad y se ha imitado en innumerables ocasiones dentro de la cultura popular.

Que se lo digan, por ejemplo, a McCree en Overwatch, ahora conocido como Cassidy. El personaje de Blizzard se inspiró en muchas películas western, pero su aspecto físico es una reproducción calcada del Hombre sin Nombre de Clint Eastwood: cigarro en la boca, de medio lado, sombrero y poncho.

La secuencia final de la trilogía del dólar, en El bueno, el feo y el malo (1966), ese cierre dramático en el cementerio de Sad HillTodavía resuenan los viejos revólveres en el corazón de los nostálgicos, no nos queremos imaginar cómo debe oler a pólvora el alma de Clint Eastwood, quien después de su unión con Sergio Leone decidió pagar el precio del Viejo Mundo y apostar por el western. 

El póker vengativo de Clint Eastwood

Clint Eastwood en Sin perdón (1992)

Aunque la primera película dirigida por Clint Eastwood fue Escalofrío en la noche (1971), un inquietante drama rural con tonos noir, algo del Lejano Oeste se había quedado en el tintero del actor y cineasta tras su experiencia previa y no tardó mucho en lanzarse a crear sus propias historias de vaqueros que sentenciaron finalmente el género y llevaron a la prensa especializada a acuñar el término “crepuscular”.

La primera de esas cintas es Infierno de cobardes (1973), la historia de un forastero que llega a la ciudad fronteriza de Lago y es contratado por los propietarios de una empresa minera para que les eche un cable con un trío de forajidos que van a salir de la cárcel y están a punto de llegar a la ciudad. Una revisión cinematográfica del clásico Solo ante el peligro (1952), pero con la venganza como soporte narrativo.

Apenas unos años después, en 1976, llegó El fuera de la ley. Tras dos intentos de alejarse del Oeste, Clint Eastwood regresó al western con la historia de un exsoldado confederado que vive una apacible vida rural, hasta que un día llegan unos guerrilleros de la Unión y asesinan a su familia. La venganza se combina aquí con el hecho de que sea el único hombre que no ha firmado la paz con los vencedores de la Guerra de Secesión.

En ambos casos, Clint Eastwood fue perfilando la que sería su obra maestra del género western y una de las películas de vaqueros más importantes de todos los tiempos. Sin embargo, antes de acuñar esa fabulosa historia crepuscular que cierra el póker vengativo de Eastwood, el cineasta nos entregaría una espectacular revisión moderna de Raíces profundas (1951).

Estamos hablando, evidentemente, de El jinete pálido (1985), considerado como uno de los mejores remakes de la historia del cine. Este filme narra la historia de un grupo de colonos que buscan oro y se establecen en un apartado lugar de California. Sin embargo, los hombres de Lahood se niegan a aceptar su presencia allí y los acosan diariamente.

Es entonces cuando al poblado llega un extraño y misterioso predicador, encarnado por el propio Clint Eastwood en una especie de renacimiento del Hombre sin Nombre de Sergio Leone. El predicador se pondrá del lado de los colones y se enfrentará cara a cara con el temido Lahood, quien no dudará en derramar toda la sangre posible para salirse con la suya.

Tan solo siete años después del estreno de El jinete pálido y diecinueve años después de su primera película dirigida, Clint Eastwood estrenó Sin perdón (1992), con la que obtuvo cuatro Premios Oscar, entre ellos el de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor Secundario. Y con Sin perdón pusimos fin no solo al Eastwood del Lejano Oeste, sino al género en sí.

“Matar a un hombre es muy duro… Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener”. La leyenda de William Munny, el pistolero retirado que debe volver una última vez a afilar el sonido de los revólveres y los cascos de los caballos, ha trascendido más allá del cine y se ha convertido en una representación simbólica de la tumba del western.

Esta película marcó a toda una generación por su carácter crepuscular, su tratamiento de la venganza, su exploración de la vejez, la madurez y el paso del tiempo, y la influencia del pasado cuando es imposible escapar de él. Uno de esos filmes que se pegan a la piel y al alma, y no te dejan descansar ni siquiera en los momentos contemplativos. Obra maestra superlativa del género y un hito en la carrera de Clint Eastwood.

La era moderna

Clint Eastwood en Million Dollar Baby (2004)

La despedida del western por parte de Clint Eastwood en Sin perdón fue más estética que otra cosa, porque si estudiamos la “era moderna” del cineasta y la repasamos en profundidad nos encontraremos muchos de los elementos que componen la mitología del Salvaje Oeste aplicados a historias y géneros que no parecen tener mucho en común con las películas de vaqueros.

Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), Cartas desde Iwo Jima (2006), Gran Torino (2008), Mula (2018) o la reciente Cry Macho (2021) beben directamente de la experiencia previa de Clint Eastwood y se nutren de una extensa filmografía donde el western ha ocupado una posición privilegiada.

Son muchas las películas que ha filmado Clint Eastwood en su era moderna, algunas veces dos por año, otras películas que no salieron del todo bien (Space Cowboys, 2000) y a veces pequeñas salidas del tono Eastwood que se introdujeron en el imaginario colectivo, como sucedió con Invictus (2009), J. Edgar (2011) o El intercambio (2008).

Sea como sea, Clint Eastwood es la última leyenda viva que queda en Hollywood, y lo es por derecho propio. El gesto de su mandíbula torcida, su enorme y carismática presencia, su comprensión del western como un vertedero de géneros que puede replicarse en multitud de historias, su conocimiento cinematográfico tras años de experiencia y la capacidad de ofrecer relatos realistas con personajes duros, complejos y psicológicos…

 

Todo ello ha elevado a Clint Eastwood como uno de los grandes cineastas de la historia de Hollywood. Más allá de sus emblemáticos papeles como antihéroe western, sus profundas películas horadadas por una crudeza emocional sin parangón y su portentosos físico multiplicado por la cámara… Está la sensibilidad de un hombre que mira el mundo con el cinismo propio del que ya se ha cansado de hacer el bien.

Es paradójico que, quien se aupara a los cielos de Hollywood con un Hombre sin Nombre, ahora haya puesto nombre y apellidos a una leyenda, haya impreso su nombre en la roca de la eternidad y vaya a ser recordado por siempre como uno de los mejores y más grandes hombres del cine que ha dado el entretenimiento.

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