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Crítica de 120 pulsaciones por minuto, premio del jurado en Cannes

120 pulsaciones por minuto
Crítica de 120 pulsaciones por minuto, la película de Robin Campillo protagonizada por Nahuel Pérez y Arnaud Valois ganadora de la Palma de Oro en Cannes.

El director de origen marroquí Robin Campillo ha levantado una oleada de simpatía hacia su película 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute), extremadamente dura, en la que muestra de forma didáctica y apasionada el movimiento activista que se originó cuando no estaba de moda reivindicar el orgullo gay y ser seropositivo era un estigma.

El desconocimiento social acerca del virus VIH y el cruce de intereses políticos, institucionales y farmacéuticos son el foco en el que se concentra la película al comienzo para posteriormente centrarse en la relación de dos activistas, con dramático desenlace.

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La vida cotidiana para la comunidad gay estaba condicionada por el miedo en la Francia a finales de los años 80. Miedo al rechazo, al desprecio y, sobre todo, al SIDA. Esta enfermedad representa una plaga letal que se cebaba especialmente con la población homosexual y afectaba muy especialmente a colectivos en riesgo de exclusión social.

Para responder a esta situación, nace en París el Act Up, un grupo de activistas que, utilizando métodos de guerrilla, dedica sus esfuerzos a luchar por dar visibilidad y lograr una mayor implicación del gobierno en la lucha contra el SIDA. Dentro de esta asociación descubriremos los desacuerdos entre algunos de sus miembros, ya que hay quienes no están de acuerdo en forzar los límites y radicalizarse.

120 pulsaciones por minuto no busca una aceptación social masiva, ni por supuesto trata con condescendencia a sus personajes. Antes al contrario, los muestra de forma descarnada en todas sus facetas: defendiendo sus ideas en la esfera pública, tratando de informar a los jóvenes de los protocolos para protegerse de contagios, en sus protestas, en la cama, de fiesta y en sus momentos más íntimos, rememorando incluso la forma en la que se infectaron.

No se trata de una película cómoda, por tanto, y de hecho tampoco rehuye el drama. Su agónico tercer acto da fe de ello, dejando que se adueñe de la narración una profunda humanización de una tragedia que se cebó con la comunidad gay europea y especialmente francesa durante los ochenta y los noventa.

120 pulsaciones por minuto

El libreto que Campillo coescribe con Philippe Mangeot le presta una gran atención a las reivindicaciones de Act Up, acrónimo de AIDS Coalition to Unleash Power. El grupo matriz, que nació en Nueva York con la creación de una comunidad lésbica, gay, bisexual y transgénero perseguía, entre otras cosas, promover la investigación científica y la asistencia a los enfermos, hasta conseguir todas las políticas necesarias para alcanzar el fin de una enfermedad que por entonces era una verdadera plaga.

Y esas reivindicaciones, a pesar de ser siempre pacíficas, rozaban lo esperpéntico a veces con actos como el de arrojarle a los políticos sangre falsa a la cara. Es evidente que se buscaba la atención mediática y la provocación, pero esto también alimentaba revueltas intestinas en el seno de una organización de carácter asambleario que veía caer uno a uno a sus miembros a medida que iban sucumbiendo a la enfermedad.

120 pulsaciones por minuto

Uno de los aspectos que destacaría de la película es que a pesar de su rabioso retrato social no está exenta de cierta poesía. El lirismo se abre paso en esas secuencias casi oníricas en las que las partículas de las luces de la discoteca se entremezclan con planos de células que son a la vez lo que desvela a los protagonistas y lo que les está matando. No hablamos de que los consuma solo el SIDA sino de la cruel forma en la que la incertidumbre y sobre todo el desconocimiento de la sociedad, hacen mella en ellos.

120 pulsaciones por minuto es además una película didáctica que sobrepasa los límites de las cuestiones que trata: al final quiere poner al espectador en la tesitura de pararse a pensar en su forma de actuar ya sea en el plano sexual o en el de la recepción y la transmisión de la información, como ya hiciera por ejemplo Dallas Buyers Club. No tira balones fuera: la culpa no está en los demás o en el sistema o al menos no está solo en ellos. Las responsabilidades son compartidas. Y ésta es la mayor y más importante de las lecciones que te traslada.

120 pulsaciones por minuto

El estilo naturalista de rodaje por otra parte, puede parecer a veces excesivo e incluso generar cierto rechazo en las escenas de intimidad. La película te mete en cada secuencia respetando la luz natural y mostrando la realidad de la forma más plástica posible. No hay concesiones en una puesta en escena bastante desnuda de artificio.

Si el silencio es muerte, como expresan las pancartas de Act Up, reivindiquemos películas como éstas, valientes, que nos hagan hablar de lo que nos incomoda. Convirtamos las palabras en ausencia de tabúes, en entendimiento, en tolerancia a la diversidad, en vida. Y sobre todo, tratemos de no perder el foco: el SIDA no es cosa del pasado, sino una realidad muy peligrosa y actual que solo puede rebatirse con información y protección. No es lo único que precisa de estas dos medidas para no campar a sus anchas...

VALORACIÓN:

120 pulsaciones por minuto es una película premeditadamente incómoda sobre una cuestión tan delicada como la epidemia de SIDA que arrasó a la comunidad gay a principios de los años 90. Campillo muestra el rabioso día a día de un grupo de activistas en su lucha contrarreloj con una enfermedad letal.

LO MEJOR:

El hecho de que sea una película didáctica por más que tenga difícil traspasar los círculos de su público objetivo. El montaje y las interpretaciones.

LO PEOR:

El mismo problema que se denuncia es el que tiene la propia película: busca provocar mediante la transgresión, lo que dificulta que trascienda.
Hobby

80

Muy bueno

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