Crítica de Antlers: criatura oscura, la película de terror producida por Guillermo del Toro

Este fin de semana, tras recalar en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, llega a la cartelera española la película de terror Antlers: criatura oscura, una propuesta que viene avalada por la producción de Guillermo del Toro y la dirección de Scott Cooper (Black Mass: Estrictamente criminal, Hostiles).

Pero es que además, Cooper también ha colaborado en la escritura del guión, trabajo en el que también han intervenido Henry Chaisson y Nick Antosca. De hecho, Antlersse basa en el cuento de terror "The Quiet Boy" escrito por Antosca y en el que las líneas maestras de la narración son las mismas.

¿De qué trata Antlers? La película nos desplaza a una de las zonas más deprimidas de West Virginia, donde la tasa de alcoholismo, la dependencia de los opiáceos y los índices del paro van cada día en aumento. Lejos de los buenos tiempos, el gobierno se plantea la reapertura de las minas de carbón como medida desesperada para reavivar el tejido productivo de la zona.

Julia Meadows es una profesora que decide regresar a su hogar para recuperar la relación con su hermano, el sheriff del lugar, tras haber pasado una infancia bastante tormentosa en el seno de su desestructurada familia. A pesar de ser una trabajadora vocacional, el fracaso escolar está a la hora del día y muchos de sus alumnos están en una situación tan precaria que linda con el abandono.

Con esos mimbres, Julia tiene por delante la difícil tarea de conectar con los chicos a los que trata de enseñarles algo, pero su atención recae muy pronto en Lucas: un alumno de cuarto curso, muy retraído, desastrado y malnutrido cuyos tétricos dibujos la alertan de que algo va muy mal en su entorno. 

Decidida a ayudarlo, Julia no solo pondrá esta situación en conocimiento de la directora del centro, sino que se implicará personalmente para tratar de rescatar al aparentemente indefenso Lucas.

Películas de terror y miedo desconocidas muy buenas que seguramente no has visto

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Se nota que Cooper no busca hacer una película más "con monstruo" sino dotar a la narración de un cierto peso que no haga que el espectador se quede solo con la criatura sino que ésta represente algo por sí misma...

A pesar de que entronca con las leyendas del folklore americano del wendigo, un ser diabólico semihumano que se alimenta de alimañas y personas por igual, la idea es mostrarlo como un castigo hacia el comportamiento de nuestra especie. "Los dioses están enfadados", dicen en la película y parece que es su aparición lo que vehicula ese descontento como un castigo ejemplarizante.

Mejor como drama social que como pieza de terror sobrenatural

Llama la atención que en una película de terror que se toma mucho tiempo e interés en inquietar a los espectadores, lo que dé más miedo no sea en sí la criatura sobrenatural (ligada aquí a un fuerte mensaje ecologista o si se prefiere como una llamada de atención al ser humano por el atentado que está cometiendo contra su propio planeta), sino el drama social que se articula a su alrededor.

Desde el comienzo de Antlers, tenemos en escena a un niño solitario, maltratado y atemorizado que hace saltar de inmediato un resorte tan humano en el espectador como es el instinto de protección. Esto es justo lo que le sucede a la protagonista de la historia, interpretada por una muy correcta Keri Russell que vuelve a incursionar en el género tras la cinta de 2013 Los elegidos (Dark Skies).

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Y llegados a este punto hay que alabar tanto las elecciones de casting como las interpretaciones de los pequeños: especialmente el de Jeremy T. Tomas, dado que tiene la capacidad de despertar un enorme abanico de sentimientos en la audiencia.

Por una parte, desconcierto por su opacidad a la hora de comunicarse, pero también una inmensa pena por la situación de desamparo en la que se encuentra.

Antlers cuenta con distintas secuencias bien ambientadas y bastante inquietantes en las que además hay un par de sustos de aúpa (propiciados por un montaje que busca que demos algún que otro respingo en la butaca pillándonos de improviso) pero falla estrepitosamente en el clímax final al caer en un buen puñado de lugares comunes y no conseguir desprenderse del aroma de fórmula.

Tira de demasiados elementos ya explotados profusamente en el género de terror: el niño retraído como vínculo con lo sobrenatural, los dibujos tétricos, la mugre que le rodea y las relaciones patero-filiales abusivas.

Se agradece que Cooper se valga de más elementos artesanales que generados por ordenador para explotar su potencial fantástico y que dentro de ellos brille el aspecto telúrico y casi apocalíptico imparable del wendigo. Casi se siente el olor a hojarasca mojada y el hedor de su guarida. En ese sentido, bien jugado.