Crítica de Betaal: maldiciones milenarias, hordas zombis y conflictos territoriales en Netflix

Cuatro episodios de unos 45 minutos componen la miniserie Betaal, todo un soplo de aire fresco que agradecerán los fans más acérrimos del género fantástico y el terror dado que es una historia de temática zombi pero que sabe introducir elementos nuevos en ella y, sobre todo y lo más importante, un punto de vista inusual y algún que otro momento macarra antológico.

Se trata de una producción de Blumhouse Television para Netflix y viene de la mano de Patrick Graham (Gul) y Nikhil Mahajan, quienes codirigen los episodios.

Entre las temáticas que aborda Betaal está la de la obediencia debida de los soldados, el respeto a las raíces o los conflictos territoriales que hacen que choque la India más moderna con la vida a los campesinos que son los guardianes de la tradición, la mitología y el folklore que las empresas no comprenden ni conocen.

Todo comienza cuando un cuerpo militar de élite es requerido para expropiar a los aldeanos que viven al lado de una montaña maldita. Los intereses comerciales de una gran compañía pasan por dinamitarla para construir una serie de infraestructuras en una operación especulativa que busca enriquecer a las castas mejor situadas, pero ellos no quieren ser reubicados, sino proteger el destino de la India, que estaría amenazada por fuerzas sobrenaturales si llegaran a seguirse los planes oficiales.

En connivencia con la comandante Tyagi y con la finalidad mantener la fidelidad del ejército, la compañía le dice a los soldados que se enfrentarán a un grupo de naxalitas, es decir, insurgentes maoístas peligrosos y fuertemente armados que suponen un obstáculo para el progreso y la riqueza del país, al menos a ojos del gobierno con quien mantienen un fuerte conflicto a día de hoy.

Sin embargo, una vez que incursionan en la zona, queda claro que algo se esconde entre las sombras de los túneles que abrieron las tropas colonialistas tautonas, que tuvieron al terrorífico coronel Lynedoch como líder.

Encerradas durante décadas, se han convertido en una colonia de no muertos malditos con conciencia de colmena que, acuciados por el hambre, buscan consumir carne humana e incluso aspiran a conseguir un sacrificio humano.

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Todo es familiar y distinto en Betaal, una historia de zombis que diverge de las coordenadas espaciales en las que solemos ver este tipo de historias. Al final, el concepto es más o menos el mismo: las criaturas infectan con sus mordiscos y arañazos y hacen que los muertos revivan para unirse al ejército.

Incluso se trasladan también las fórmulas conocidas: si contra los vampiros obran las estacas de madera, los crucifijos o el agua bendita, contra estas criaturas una mezcla de sal, cenizas y cúrcuma es letal aunque es el fuego el único remedio para evitar que se pongan en pie, siguiendo el canon que rige para zombis, no muertos o los archiconocidos caminantes blancos de series como Juego de tronos asimilables.

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Uno de los secretos para que funcione como un tiro, es que Betaal no tiene reparos a la hora de abrazar la serie B y hacerlo además de una manera bastante original, recogiendo el guante de producciones como Abraham Lincoln cazador de vampiros y reinventando el pasado con un toque fantástico en el que se inserta una poderosa crítica social y se revive el conflicto de la colonización inglesa (un punto teniendo en cuenta que Graham es inglés).

El montaje es ágil, los conflictos personales y sociales interesantes y algunos momentos, directamente inolvidables, a veces debido a su cutrez. Los zombis son cabezones porque son obviamente personas disfrazadas con una máscara y sus garras son guantes de plasticurri que cantan bastante, pero el trabajo de dirección artística e iluminación es tan exhaustivo y envolvente y, por qué no decirlo, los propios zombis son tan entrañables en su ingenuidad, que les coges hasta cariño a sus ojillos rojos iluminando la oscuridad como vampiros nocturnos.

En realidad, el pero que se le puede poner a la serie es que no se vuelva más loca o, por el contrario, que no se tome más en serio a sí misma. En el primer caso, se habría convertido en un clásico instantáneo prodigándose más en momentos tan macarras como la alusión a un brexit duro o mostrando a un McGyver hindú improvisado y en el segundo caso, podría volar alto yendo más allá de los sustos que hay de cuando en cuando para crear una obra terrorífica.

A pesar de quedarse a medio camino, Betaal es una miniserie disfrutona y jugosita, con aspectos interesantes en su trasfondo y algo original que ofrecer, que ya es mucho en este mundillo saturado en el que nos movemos en el que abundan las fotocopias sin corazón.