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Crítica de Los Bridgerton, Netflix funde romance y morbo en el siglo XIX

Los Bridgerton

Crítica de Los Bridgerton (Bridgerton) la adaptación en formato de serie de las novelas escritas por Julia Quinn, de estreno en Netflix el 25 de diciembre.

Para aquellos que no estéis familiarizados con el material de base, la serie de Los Bridgerton es la adaptación en formato de de serie de "Bridgerton", la saga novelística de Julia Quinn que ha sido tan celebrada como criticada.

Llega a Netflix el próximo 25 de diciembre con ocho episodios de entre 45 minutos y una hora de duración y, por supuesto, con la vocación de extender su particular universo ficcional a lo largo de varias temporadas más... algo que sucederá a poco que tenga suficiente éxito de audiencia, dado que hay otros siete libros a la espera.

Se trata de una producción de Shonda Rhimes, la creadora y exshowrunner de Anatomía de Grey, vía Shondaland si bien su creador ha sido uno de sus colaboradores habituales y el guionista de Scandal Chris Van Dusen.

Para que nadie se llame a engaño, Los Bridgerton es un culebrón de época pero con la "originalidad" de que no hay ningún tipo de voluntad de ser fiel a esa etapa histórica.

A pesar de que las novelas están ambientadas en el Periodo de Regencia inglesa (bordeando 1820) y la mayor parte de la estética está tomada de este momento histórico, está todo llevado a otro nivel. Importa más el estallido de color y el aire de los personajes que la fidelidad histórica.

Películas recientes, como Emma, se han tomado también ciertas libertades, pero en el caso que nos ocupa, se va mucho más allá: no es que haya interferencias de épocas cercanas en el tiempo, préstamos en las caracterizaciones de unos cuantos años atrás o posteriores, sino que, sencillamente, estamos ante una serie de aluvión, en la que lo mismo vemos tupés como cigarrillos o bombillas...

La joven Daphne Bridgerton aspira a seguir los pasos de sus padres y encontrar el verdadero amor para ser presentada oficialmente en la alta sociedad londinense.

Aunque sus expectativas parecen prometedoras, todo da un vuelco cuando se publica un diario escrito por la misteriosa Lady Whistledown en el que saca a la luz todos los escándalos de la aristocracia, lanzando entre ellos calumnias hacia la hija de la poderosa familia Bridgerton.

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Por su parte, el duque Simon Hastings quiere mantenerse fiel a su promesa de no contraer matrimonio, pero se ve asediado por familias que desean emparentar con su linaje. Su plan será el de fingir un falso cortejo en connivencia con Daphne para sacudirse el problema mientras ella despierta así un nuevo interés entre sus posibles pretendientes.

Cuando la inclusión se la pega contra la verosimilitud histórica

Como sucede con el steampunk, Los Bridgerton está plagada de anacronismos y no tiene, como decíamos, ningún interés en contar con precisión cómo era la sociedad londinense del primer tercio del siglo XIX, algo que sí estaba en mente de escritoras como Jane Austen, que ha sido sin lugar a dudas una referencia sobre la que se ha sobrescrito para lanzar un producto mucho más bien banal.

Mucho colorín, mucha laca, mucha escena sexy y poco ingenio, además de escaso argumento. La fuerza de la serie está en el morbo de las relaciones, las especulaciones, las habladurías, los escándalos sentimentales y las escenas de cama, a cual más fantasiosa y explícita.

En este sentido, recuerda mucho al espíritu de Emily en París, ¿recordáis que la protagonista acababa siendo apodada Gossip Girl?

Pues es lo que vais a encontrar en esta ficción pero con una estética arriesgada, colorida y algo oportunista que hace suyo lo que quiere, sin ningún tipo de preocupación por mantenerse en el terreno de los verosímil.

La justificación de esas apropiaciones es estética, ni más ni menos. Y si en algunos terrenos es arrolladora su fuerza, como es el del vestuario, que es pura fantasía, no se sostiene en el apartado de peluquería y posticería y mucho menos en la puesta en escena que en la mayoría de los casos resulta más que teatral, ridícula.

Las interpretaciones tampoco son su fuerte. Ni qué decir tiene que todos los intérpretes, mujeres y hombres, son Venus y Adonis, pero están muy lejos de comunicar emociones de forma genuina. De nuevo, la serie se queda en lo estético sin conseguir profundizar.

Los Bridgerton hace de los chismes su columna vertebral, siendo el folleto de cotilleos oficial, escrito por una mujer que firma con el pseudónimo de Lady Whistledown (el Sálvame decimonónico) uno de los elementos que guía la narración (en versión original le presta su voz la actriz Julie Andrews). Se articula cierto misterio alrededor de quién será y cómo obtiene su información.

Llama la atención que, teniendo una vocación de ser aperturista, feminista e inclusiva mostrando personajes de todas las etnias en cualquier lugar del escalafón social (en esta realidad alternativa, la reina es una mujer negra que, en sus propias palabras, ha hecho que "su gente" goce de los privilegios de la aristocracia) resulte asimismo tan torpe y poco progresista.

Al final, todo se circunscribe a una relación central romántica de lo más anodina. Quizás habría merecido la pena, ya puestos a innovar, arriesgar también en el terreno de los roles de género, aunque parezca pedirle peras al olmo.

Con sinceridad, llegar hasta el final de la primera temporada ha sido una obligación: por placer o interés la habríamos dejado mucho antes, aunque tendrá su público... que no sería de extrañar que la consumiera como un placer culpable espoleados por el puro morbo. Otra cosa no tendrá, pero capacidad para evadir, no le falta.

VALORACIÓN:

Los Bridgerton se parece a muchas cosas, pero no es ninguna de ellas al ciento por ciento debido a la actualización derivada de la inclusividad y la ambientación plagada de anacronismos. Lo que más abunda y donde se pone el foco, en cualquier caso, es la banalidad, el morbo y el cotilleo.

LO MEJOR:

El vestuario es una verdadera delicia: un elemento muy bien cuidado que además define a los personajes, su rango, su personalidad...

LO PEOR:

Es un pastiche muy difícil de digerir que no para de darpatadas a los libros de Historia y que no sale del morbo constante.
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Etiquetas: Netflix