Crítica de Crímenes de familia, ya en Netflix

En contadas ocasiones sucede que no hay mal que por bien no venga: la producción argentina de la que vamos a hablaros hoy, Crímenes de familia, se estrenó el pasado 20 de agosto en Netflix a nivel global y se ha posicionado muy bien entre los diez contenidos más vistos de la plataforma de streaming.

Esto implica que, probablemente, alcance una mayor visibilidad de la que habría obtenido en su estreno en salas comerciales, máxime habida cuenta de la poca afluencia a los cines con motivo de la crisis sanitaria.

Se trata de un drama coescrito por Pablo del Teso y Sebastián Schindel dirigido por este último que cuenta en su reparto con dos pesos pesados de la interpretación como son Miguel Ángel Solá, en un papel secundario en esta ocasión, y una brillante Cecilia Roth que se convierte hasta cierto punto en una suerte de madre coraje.

La película muestra dos procesos judiciales en los que una acomodada familia bonaerense se ve envuelta: por un lado, la criada interina Gladys es acusada de infanticidio; por otro Daniel, el hijo de Alicia e Ignacio es acusado de haberse saltado la orden de alejamiento a su expareja, haberla violado y amenazado de muerte.

Alicia está convencida de la inocencia de su hijo y dispuesta a hacer cualquier cosa para que quede en libertad. A tal propósito y en vista de que nada puede hacer de forma legal, recurrirá a métodos menos ortodoxos mientras se enfrenta al escándalo de tener que criar al hijo de su criada mientras ella se encuentra en prisión a la espera de juicio.

Dos causas penales, circunstancias muy distintas y extractos sociales antagónicos: Crímenes de familia pone de manifiesto la lacra de la violencia intrafamiliar que va desde el maltrato psicológico hasta el físico, los abusos sexuales o las agresiones verbales y las amenazas. No es baladí que aparezcan varios letreros en los que se ven los números para pedir ayuda ni tampoco que, en boca de una de las víctimas del juicio se declare que es "peor el remedio que la enfermedad" en la medida en la que las instituciones aún no alcanzan a protegerlas como necesitarían para no ver coartada su libertad y amenazada su vida.

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La película tiene muchísima enjundia y es un grandísimo ejercicio de empatía que se constata en la rúbrica final de la cita del desgarrador poema "La infanticida Marie Farrar" de Bertolt Bretch que, se entiende, habrá servido de inspiración para crear una de las tramas de Crímenes de familia.

Cierto es que no se trata de una película con grandes medios (tampoco es que los necesite y sabe jugar bien con la insinuación, resultando incluso más elegante desde la distancia que siendo más explícita) y que, sobre todo al principio, dedica mucho tiempo a comprender la situación de Gladys en la familia y la implicación emocional de Alicia tanto en el juicio de su hijo como en su rol de "tía impostada" del niño al que en verdad cría como si fuera suyo.

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Crímenes de familia muestra momentos desgarradores y realiza varias denuncias sin caer en el panfleto ni recrearse en truculencias. Desde la contención y el raciocinio nos llegan altas y claras así como otro mensaje fundamental: no cometer los mismos errores al criar a las nuevas generaciones... Romper la cadena del maltrato. No es una cinta fácil, no es un lecho de rosas, pero también demuestra que hay esperanza si hacemos las cosas mejor de lo que las hicimos en el pasado y tratamos de recolocar las fichas del puzle.

Mención especial a la preciosa banda sonora, en la que el piano es una constante y que con sus melancólicas notas acompaña a una historia que pone los pelos de punta. Puede que de no haberse estrenado en Netflix no estuviéramos hablando de ella, así que afortunados somos de poder tenerla tan accesible.