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Crítica de Day of the Dead: Bloodline, ya en Netflix

Day of the Dead Bloodline

Ya hace un tiempo que tuvimos que decir adiós a George A. Romero, el genio que presentó el fenómeno zombi a varias generaciones de espectadores. Su legado permanece muy vivo hoy en día, hasta el punto de que nos siguen llegando remakes de sus películas más reconocibles. Hoy nos toca hablar de Day of the Dead: Bloodline, una reinterpretación de la conocida El día de los muertos.

Como en ella, la acción tiene lugar en un búnker donde un puñado de humanos sobrevive ante la crisis zombi que asola el mundo. Sin embargo, en esta entrega del español Hèctor Hernández Vicens cambian los personajes y buena parte del argumento. La historia gira en torno a Zoe (Sophie Skelton), una universitaria que aprovecha sus conocimientos de medicina para buscar una cura a la plaga zombi. Pronto descubre a Max, uno de los primeros infectados (en esta película, los llaman "podridos") que, debido a su alto nivel de anticuerpos, es capaz de retener parte de su inteligencia humana, por lo que se convierte en una especie de "súper zombi", capaz de planificar una estrategia de ataque.

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Junto a estos personajes coexisten otros secundarios bastante planos, como el militar novio de Zoe o su hermano Miguel, un obsesionado con la disciplina militar y el orden. En ese sentido, Day of the Dead: Bloodline se aferra a los cánones de las películas de zombis más clásicas: los monstruos son terribles, pero algunos humanos son todavía peores. Y claro, cada personaje tiene unos matices de la personalidad muy definidos.

Day of the Dead Bloodline

Lamentablemente, ninguno de los actores parece estar a un gran nivel y, aunque a lo largo del metraje nos vamos acostumbrando a sus interpretaciones más bien planas, lo cierto es que durante los primeros minutos choca ver puestas en escena tan poco convincentes. En ese sentido, influye la textura de vídeo de la película y decisiones de montaje que buscan homenajear al cine de terror de los 80, pero que a estas alturas queda chocante. Nos referimos, por ejemplo, a esos planos ligeramente acelerados cuando atacan los podridos o esos innecesarios tembleques de cámara que intentan dar tensión, pero solo consiguen que veamos peor lo que sucede. Sí, George A. Romero fue un visionario, pero eso no quiere decir que todo lo que él utilizara siga vigente hoy en día.

Day of the Dead Bloodline

Tampoco acaba de funcionar del todo la idea de Max, el "súper zombi". Aun sin ser algo nuevo (eso del zombi pensante lo hemos visto incluso en videojuegos como Dead Rising 4), es una idea interesante que podría dar mucho juego, pero en Day of The Dead: Bloodline solo da pie a un par de momentos de tensión y luego se viene abajo cuando Max parece más obsesionado en dar un lametón a Zoe que en causar el caos. A veces, se pasa la frontera de lo que nos podemos creer de un zombi (si es que eso tiene algún sentido) y el personaje pasa a ser paródico sin buscarlo, por lo que la tensión se difumina. En cualquier caso, es curioso ver cómo el actor Johnathon Schaech busca dar vida a un personaje que se esfuerza por mover cada músculo, incluso vocalizar, como si fuera alguien anestesiado. Es, quizás, lo más fresco y creativo de la película.

Day of the Dead Bloodline

En cualquier caso, tiene todo lo propio de una película del género, para bien y para mal, por lo que, si buscáis un poco de gore descontrolado, aquí vais a encontrar unos efectos de maquillaje y "carnicería" bastante convincentes. El resto es una oferta demasiado genérica e insulsa como para destacar lo más mínimo entre el catálogo de películas de terror de Netflix. Es como si pidiérais un buen steak tartar y a esa carne cruda no le echaran suficiente tabasco.

VALORACIÓN:

Absolutamente intrascendente y, por momentos, demasiado "amateur" en su puesta en escena, si bien aporta algunas ideas que podrían dar juego.

LO MEJOR:

Las posibilidades que abre el concepto del "súper zombi".

LO PEOR:

No da miedo y la tensión es muy limitada. Las actuaciones son más flojas que un flan de vainilla.
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