Crítica de Los inocentes, el debut de Guillermo Benet en el largo

Guillermo Benet debuta en el largo desarrollando la idea de su cortometraje del mismo título Los inocentes, en el que, por cierto, Susana Abaitua (Loco por ella) también se hacía cargo del personaje de Kira.

No estamos ante una película fácil en ningún sentido, comenzando por el formato escogido (relación de aspecto 1:1, o lo que es lo mismo, una pantalla cuadrada muy poco común, que suele reservarse para el visionado en dispositivos móviles antes que para estrenos en cine) y continuando por el punto de vista fragmentado de los sucesos.

En el guión, coescrito por Benet y Rafa Arbeloa, nos proponen un puzle que se va armando poco a poco a través de seis puntos de vista distintos que se van alimentando unos a otros.

Así, Los inocentes es una invitación a reconstruir un suceso del que hemos sido testigos... pero de espaldas al hecho central (es esencial por tanto el espacio y el sonido fuera de campo). Es decir, lo hemos visto a través de los ojos de los protagonistas y es siguiéndoles como vamos hilvanando sus historias y tratando de comprender a cada uno de ellos y su grado de implicación en la muerte de una persona.

La película sigue los altercados ocurridos tras el desalojo de un concierto en un centro social. Un agente de policía muere al ser impactado por una piedra en la cabeza que le destroza el cráneo.

Todo es confuso, de modo que el grupo de amigos que ha estado en el local en algún momento de la noche se reúne con la esperanza de dilucidar quién ha sido la persona que ha tirado la piedra, así como quién ha podido verlo y por qué nadie dice nada sobre lo ocurrido.

Aunque puede parecer que lo interesante es por tanto buscar al culpable, en realidad lo que trata de expresar la cinta es, por una parte, lo que supone la culpabilidad, el silencio cómplice o todas las experiencias previas de los protagonistas de cara a enfrentarse a su propia moralidad y, por tanto, terminar realizando un retrato generacional de un colectivo insatisfecho a la vez que el espectador pone en tela de juicio su propia concepción de los hechos, proyectándose en ellos.

¿Qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Tiraríamos piedras? ¿Huiríamos? ¿Omitiríamos el socorro a una persona herida por temor a las represalias? ¿Buscaríamos una evasión inmediata con la esperanza de que todo fuera una pesadilla? Los inocentes deja claro que no hay una única respuesta y que quizás las voces más beligerantes serían las de aquellos más consumidos por el remordimiento. Porque al final lo importante no es quién tiró la piedra en cuestión sino que la desgracia les sobrevuela a todos y es quizás solo cuestión de suerte que puedan salir o no indemnes.

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Los inocentes es una película muy humana que trata de buscar la mayor naturalidad posible, incluso tratando de reflejar el tiempo casi en forma real. Es por tanto una historia de silencios, de tiempos muertos y de primeros planos o planos bastante cortos la mayor parte del tiempo, con una cámara generalmente picada que se erige casi en juez de los protagonistas. 

El tono es siempre muy afectado e intenso, pero también bastante contenido, con solo breves estallidos de emocionalidad que se reservan para las confesiones más íntimas o las secuencias corales.

En suma, Los inocentes tiene todas las bondades y pegas que se le pueden poner a un debut cinematográfico: es un experimento formal muy curioso, una película con bastante ambición que trata de salirse del molde tradicional en lo que respecta al qué y al cómo, es decir, a lo que cuenta, la narrativa y el aspecto pero también tiene sus problemas entre los que se encuentra el raccord (o la continuidad entre planos si lo preferís), algunas interpretaciones algo flojas y diálogos menos naturales de lo buscado. A lo mejor algo de improvisación habría funcionado mejor para que el reparto hiciera suyos los diálogos... La tensión está muy lograda, pero se echa en falta un montaje más ágil.