Crítica de Oro, la adaptación de Agustín Díaz Yanes de un relato de Pérez-Reverte

Os pongo en antecedentes: tras nueve años en barbecho el director y guionista Agustín Díaz Yanes regresa con Oro, una película llamada a convertirse en el estreno más importante del cine español en esta recta final del año y una de las grandes apuestas de Atresmedia. Su último trabajo fue Solo quiero caminar en 2008, con el que obtuvo críticas desiguales y en varias ocasiones ha confesado estar tentado de dejar de dirigir, al menos hasta que se presentó esta oportunidad.

Se trata de su segundo trabajo con Arturo Pérez-Reverte tras la adaptación de Alatriste en 2016 si bien en esta ocasión han coescrito el guión en base a un relato inédito del segundo. Los atractivos de la película son muchos: hay talento detrás de la cámara, hay un académico sujetando la pluma y el reparto es excepcional contando con algunos de los mejores actores disponibles en el panorama nacional. No miento, se dan cita Raúl Arévalo, José Coronado, Bárbara Lennie, Óscar Jaenada, Luis Callejo, Juan Diego y Antonio Dechent, entre otros.

Voy a hacer un ejercicio de imaginación para ser lo más sincera posible con vosotros, queridos lectores. Voy a imaginar que he ido al cine a ver Oro sin saber quién firma la película, de dónde proviene el guión y es más, voy a obviar que conozco al repartazo escogido. No puede ser mayor la decepción. Esperaba encontrarme una película del calado y la calidad de 1898. Los últimos de Filipinas y me encuentro una superproducción (para lo que es nuestra industria) en la que fallan las cosas que uno da por sobreentendidas, las facilonas, mientras que lo complicado ha encontrado mejor fortuna.

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La historia de Oro nos traslada a un momento indeterminado de finales del siglo XVI en el que un grupo de hombres, acompañado por dos mujeres, recorren la selva en busca del Dorado. Su ambición: encontrar un botín de oro a repartir entre ellos. La función de la historia: narrarnos la futilidad de su empresa y el profundo desengaño cuando descubren que era una quimera lo que guió sus pasos pasando penalidades, avasallando pueblos y acabando con sus propios compañeros por pura codicia. El espíritu de Reverte, tan buen cronista y retratista de las miserias del pueblo español, cainismos incluidos, sobrevuela toda la película y lo impregna todo. Y esto era una de las cosas difíciles que se consiguen sin problema: que todo el mundo se sienta concernido y nadie ofendido. Que nos pongan el espejo delante y nos reconozcamos en él aunque no nos guste para nada lo que vemos.

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Carteles de Oro (2017) (7 imágenes)

Sin embargo hay errores de bulto en Oro que no hay forma de deglutir: el primero de ellos el lenguaje. Cuando se juega, hay que seguir unas reglas. Si la película busca ser realista, si quiere trasladarnos a una época con su vestuario, sus caracterizaciones y sus deberes bien hechos en materia de documentación histórica (se basa en la crónica de Lope de Aguirre y pretende dar un punto de vista completamente nuevo acerca de la conquista de América y la leyenda del Nuevo Mundo hablando de los hombres anónimos que fueron allí a dejarse la vida en el empeño sin heroismos ni zarandajas), tiene que respetar algo tan obvio como el castellano que se hablaba por entonces, su retórica, su voseo... Y es un acto criminal darle la palabra a Juan José Ballesta o Anna Castillo.

Y a partir de este punto, os juro que se me escapa lo que sucede. No le encuentro solución. ¿Cómo es posible que Yanes nos regale encuadres preciosistas y batallas corales rodadas con mimo y luego haga un paneo tembloroso o se empantane en una desastrosa puesta en escena con declamación teatral del gran José Manuel Cervino? ¿Es posible que en medio del metraje haya planos que parecen grabados con un móvil (entended esto como una exageración) cambiando por completo el grano? ¿Y que los extras que hacen de muertos se muevan? ¿Cómo puede conseguir arrancarle una interpretación tan desastrosa a Raúl Arévalo o tan ridícula a Juan Diego?

En este caso en concreto tengo que confesar que no he conseguido entrar en la película en ningún momento. La banda sonora de Javier Limón tampoco me ha ayudado pero también hay que reconocer que no es un problema de calidad sino de adecuación a lo narrado: sencillamente a mí no me ha casado con las imágenes de Oro salvo en ocasiones puntuales.

La voz en off de Andrés Gertrúdix, que interpreta al escribano real que acompaña a la expedición, tampoco consigue armonizar el conjunto ni hacerlo más creíble. Y por encima de todo, me llama mucho la atención que siendo una cinta en la que la traición es la nota predominante en un grupo de hombres corroídos hasta las médula por la avaricia no se nos haga partícipes de sus tribulaciones. Nunca sabemos de dónde vendrá el tajo que le rebanará la garganta a éste o aquél, dejándonos un poco huérfanos de armar nuestras propias expectativas, de anticiparnos, de engañarnos, de entrar en la dialéctica de los pobres diablos que creen que saldrán ricos del fango.

No se puede decir que Oro sea un despropósito completo porque objetivamente mantiene la atención del espectador y se aprecia el esfuerzo de diferenciarse de otras propuestas de temática similar (por más que el planteamiento es el que es) pero en mi caso queda muy por debajo de lo que esperaba de ella en todos los apartados, incluyendo los técnicos.