Crítica de Sweet Girl: Jason Momoa e Isabela Merced le echan un pulso a la corrupción del sistema

Sweet Girlsupone el estreno como director de largometrajes de Brian Andrew Mendoza que vuelve a colaborar con Jason Momoa. Anteriormente, Mendoza trabajó de director de fotografía y productor en El leñador y como productor ejecutivo en Frontera, ambas protagonizadas por el musculoso actor que ha dado vida a Aquaman en el Universo de DC.  

La película es el tercer proyecto de largometraje fruto de la colaboración entre Netflix y ASAP Entertainment, de la que también han salido las series la ya nombrada Frontera y Daybreak. Actualmente, se están estudiando más proyectos cinematográficos conjuntos para el futuro, así que del éxito de Sweet Girl dependerá que veamos nuevas ideas materalizadas en la plataforma.

Estamos ante un thriller de acción con tintes de drama familiar que articula un discurso a través de dos grandes ejes: los abusos de poder de las grandes corporaciones en connivencia con los intereses de los politicastros de turno y, por otra parte, el legado que pasa de padres a hijos.

¿De qué va Sweet Girl? La película nos presenta al devoto padre de familia Ray Cooper (Jason Momoa), que clama justicia contra la compañía farmacéutica BioPrime liderada por Simon Keeley (Justin Bartha), responsable de retirar de la venta el medicamento Spero que era la última esperanza para que su esposa (Adria Arjona) no falleciera víctima de un agresivo cáncer.

La compañía alega que la alta inversión en investigación y desarrollo es la razón de su decisión, pero hay pruebas que señalan intereses mucho más oscuros para dejar morir a miles de personas, cuyo futuro queda condenado.

Pasado un tiempo tras la muerte de su esposa, Ray sigue obsesionado con sacar a la luz la verdad, lo que le lleva a un encuentro mortal que pone su vida y la de su hija Rachel (Isabela Merced) en peligro. La misión de Ray se transforma entonces en una venganza con la que quiere proteger a la única familia que le queda. Rachel no ha perdido el tiempo y ha estado entrenando duro para aprender a defenderse y descargar su ira, de modo que no está dispuesta a mantenerse al margen y llevará su causa hasta las últimas consecuencias enfrentándose a los poderes políticos y corporativos.

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Argumentalmente Sweet Girl no propone nada nuevo que no hayamos visto ya muchas veces: las víctimas contra el sistema. Esto conlleva de forma implícita algo bastante molesto para quienes tengan expectativas en la película: los personajes son muy planos y predecibles desde el primer minuto. Malos muy malos y buenos muy buenos.

A pesar de que la acción es uno de los platos principales de la historia, la película se hace bastante larga hasta que, en el último tercio se produce un gran giro de guión (bastante tramposo, por cierto) que cambia el panorama preestablecido. No ayuda la apresurada resolución y el hecho de que no consigue tener el impacto emocional que pretende.

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El reparto sí que es una de las virtudes de la película: Momoa e Isabela Merced, cuya filmografía incluye papeles variopintos en películas como Sicario: el día del soldado, Dora y la ciudad perdida o Transformers: el último caballero, forman un buen tándem interpretativo y se ajustan a la perfección a lo que requieren sus respectivos roles. Ella demuestra un gran talento en las secuencias de acción además de ser tremendamente fotogénica.

En resumidas cuentas, Sweet Girl es un poco "película de sobremesa": al no ser exigente con el espectador, se puede ver como mero entretenimiento sin grandes pretensiones, pero se olvida deprisa y no deja poso.

El estreno en Netflix, no obstante, y en pleno verano, seguramente aupará la producción para que se convierta en una de las películas más vistas de la plataforma durante el fin de semana. No es el peor plan que se nos ocurre, pero sí que da la sensación de que bien materializada la idea central, podría ser una película de mayor calado.