Crítica de la temporada 2 de Sky rojo: más adrenalina y violencia sexual

Los amantes del pulp castizo que se han marcado Álex Pina y Esther Martínez Lobato estarán de enhorabuena con la llegada de la segunda temporada de Sky rojo a Netflix el viernes 24. Se trata de ocho nuevos episodios en los que sigue la locura y el desenfreno desatados por tres mujeres que no tienen nada que perder y deciden echarle un pulso a su proxeneta y sus secuaces.

Quienes no sepáis de qué va la historia, necesitáis un par de advertencias: es una serie con un humor extrañísimo cuyo fin, por extraño que parezca, es hacer reflexiones serias acerca de nuestra muy imperfecta y mejorable cultura sexual en la que los jóvenes se documentan viendo porno y hay un submundo de prostitución en el que hay personas que pierden su dignidad hasta dejar de ser tratadas como seres humanos.

La primera temporada de Sky rojo terminó con un cliffhanger de manual en el que todo quedaba en el aire. Y los nuevos capítulos no paran de darle la vuelta a la tortilla una y otra vez. Estamos ante una suerte de road movie en el que hay un constante juego del gato y el ratón entre los dos bandos en liza: Coral, Wendy y Gina por un lado tratando de rescatar a sus compañeras del club y de romper las cadenas que las atan (dependencia económica, pasaportes confiscados, deudas inasumibles, experiencias imborrables...) y Romeo, Moisés y Christian por otro, representando la parte que sale beneficiada de una explotación sexual que el primero de ellos trata de elevar a categoría de arte y los otros dos justifican con una hermandad impostada.

El tono se mantiene estable con unos valores de producción brutales y un guión que sigue haciendo aguas por todas partes. Mostrando de forma gráfica toda clase de abusos sexuales se pone a límite la paciencia del espectador medio mientras que se alimenta un morbo que roza lo insufrible. El visionado es a veces agónico por ser tan explícito como escatológico.

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Además, Sky rojo se sigue posicionando en un lugar muy incómodo para los personajes y aún más incómodo para la audiencia (la repulsión, el asco) para entrar en temas como el consentimiento para tener relaciones sexuales, las relaciones tóxicas o el contraste entre la realidad que hay detrás de un prostíbulo y la supuesta fantasía que se les vende a quienes los frecuentan (que son el 40% de los hombres de este país, si compramos los argumentos del megalómano Romeo).

En suma, la segunda temporada de la serie cuenta con las mismas virtudes y defectos que la primera: es sin lugar a dudas una narración muy ágil con un montaje muy picado que le saca rendimiento al juego con la relación de aspecto de la imagen (más cuadrada cuando hay escenas clautrofóbicas o de tensión, más abierta en los pasajes de tránsito) y se apoya en una banda sonora repleta de hits variados que engloban reaggeton, trap, pop y títulos de Micah P. Hinson o Nino Bravo (si os ha explotado la cabeza no es para menos, porque el mix es tan ecléctico como la propia serie).

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Está muy bien nutrida de recursos para que la acción brille y el acabado visual sea despampanante pero la historia es tan absurda y simplona (chicas buenas contra chicos malos) y lo que sucede tan bestia y a la vez tan intrascendente que la audiencia termina anestesiada. Nada de lo que sucede parece tener consecuencias reales: hay tiros, destrozos, asesinatos, muertos por accidente, grandes vendettas... pero nada llega a puerto, en realidad. Ese es justo el gran handicap de pretender que la narrativa esté permanentemente en alto: llega un punto que la historia es tan inverosímil y tan excesiva que da todo igual. Miguel Ángel Silvestre ya nos habló del ritmo frenético constante de la serie en la entrevista que pudimos hacerle antes del estreno, pero la serie se pasa muchísimo de frenada como gamberrada y no hay forma de tomarle el pulso al sentido del humor que se gasta la historia.

Es probable que buena parte de público llegue hasta el final por mera curiosidad o que se ahorre según qué pasajes echando mando de la (bendita) velocidad de reproducción x1,5. El caso es que Sky rojo entre tanto está posicionada cómodamente en el número 1 de Netflix con su segunda temporada, así que debe ser que nos gusta sufrir...