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Harry Potter y la piedra filosofal cumple 25 años: ¡El libro que lo cambió todo!

Los 25 años de Harry Potter y la piedra filosofal

Rememoramos Harry Potter y la piedra filosofal en su 25 cumpleaños. Un libro que cambió la cultura popular para siempre. El libro que construyó un universo literario que, poco después, también revolucionó la industria de Hollywood.

Desde que era un niño, siempre me ha gustado leer. Mucho. Muchísimo. Más de la cuenta, llegué a pensar. Por algún motivo que desconozco, me sentía más cómodo en todos aquellos mundos de ficción, en aquel basto océano de palabras que me transportaban a cualquier rincón imaginable gracias —precisamente— a la imaginación.

Empecé, como casi todos, con libros infantiles. Recuerdo aprenderme de memoria los versos de Me llamo Pablito; reír a carcajadas con la aventura de La amiga más amiga de la hormiga Miga; releer una y otra vez Los locos de Villasimplona, y sentir cierto miedo por la oscuridad inherente de Peluso.

Mi hambre voraz e insaciable por las historias llevó a mi madre a descubrirme el mundo del cómic. Más concretamente, del tebeo. Me enamoré perdidamente de Mortadelo y Filemón y sentí por primera vez el placer del esnobismo con La 13 Rúe del Percebe, creyendo que solo yo la leía porque todos mis amigos hablaban del dúo de la T.I.A.

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Ya saben que la curiosidad mató al gato y yo directamente fusilaba a los felinos en cada rincón que encontraba. Me siento inocentemente «sucio» al recordar que robaba las revistas de El Jueves cuando iba a la peluquería para poder ver las escenas eróticas y deleitarme en aquellos dibujos que nada tenían que ver con la producción de Francisco Ibáñez.

Entonces, llegó Harry Potter.

Me quedaban apenas unas semanas para hacer la comunión y la madre de un amigo de mi hermano le preguntó a la mía qué podía regalarme. Mi madre no dudó en responder «un libro». Pero, claro, ¿qué libro le regalas a un niño que ya se le había quedado corta la novela infantil? «Ay, no sé, hija, cualquiera que veas que puedan recomendarte», respondió mamá.

Apenas unos días después, aquella mujer, cuyo rostro mi memoria ha olvidado, se acercó a mí después de clase y me entregó un ejemplar. El libro tenía una portada extraña, no se parecía en nada a lo que yo solía leer. Su lomo, de tapa dura, era de un color rojo enfermo, apagado. Tenía un «3» en la parte superior y un título grabado en blanco.

«Harry Potter y el prisionero de Azkaban».

Nada más llegar a casa, abrí el libro y comencé a leer. Cuando ya llevaba unos cuantos episodios, fui a la cocina. Mi madre estaba fumando un cigarrillo Fortuna y tomando un café. Su pelo rubio caía en tirabuzones como una cascada de cabello dorado. Sonreía, con un libro de Almudena Grandes en las manos.

—Mamá —dije—, creo que este libro está mal.

—¿Qué quieres ahora, David?

—Es que… Parece que el libro empieza por la mitad. Cuentan cosas que han pasado antes. Creo que no es la primera historia. Además, pone que es el tres.

—A ver, trae —contestó mi madre, extendiendo su mano para comprobarlo.

Efectivamente, la madre del amigo de mi hermano me había regalado el tercer libro de una saga llamada Harry Potter. Tenía razón.

Mi madre, por no escucharme —pobre mujer, lo que ha aguantado, lo que todavía aguanta—, me compró el primero. Era prácticamente idéntico al tercero, pero más corto y con el lomo de color amarillo.

Abrí las primeras páginas y me sumergí en la lectura. Comprobé con satisfacción que aquel sí era el inicio de la historia. Y, entonces, descubrí la leyenda de «El Niño Que Sobrevivió» y un mundo mágico que me acompañó desde aquel momento hasta que me convertí en un atribulado y complicado adolescente lleno de dudas, rabia y hormonas.

Un dibujo de Harry Potter y la piedra filosofal

Harry Potter y la piedra filosofal no es un libro, sino un acontecimiento en la vida de toda una generación. No es el inicio de un universo de ficción o de una saga. Es el comienzo de toda una corriente que llega a nuestros días y seguirá resonando en el corazón de la cultura pop durante siglos.

J.K. Rowling inventó de la nada una historia, unos personajes y un mundo que cimentó el entretenimiento de los millenials. En apenas unos años, el libro había pasado al cine y el cine había traspasado todas las fronteras de la cultura de masas.

Ahora que se han cumplido veinticinco años del lanzamiento de Harry Potter y la piedra filosofal, lo único que recuerdo de él son aquellas tardes al salir de clase en las que leía y releía una y otra vez mis pasajes favoritos, hasta acabar aprendiéndomelos de memoria.

Harry Potter sorprendido

A veces, para poder releer los libros a mayor velocidad, directamente me saltaba los párrafos literarios y me iba a los diálogos. Gracias a las películas, podía incluso imitar el tono de voz de los actores de doblaje y los empleaba para hacer que mi experiencia fuera más interactiva.

Desde Harry Potter y la piedra filosofal, la fantasía no me ha sido ajena. He leído tanta fantasía como he sido capaz, aunque no es precisamente mi género preferido. El universo de J.K. Rowling se me quedó «corto» en cuanto llegó la adolescencia, a pesar de los esfuerzos de la autora de aumentar la oscuridad conforme nosotros crecíamos.

Sin embargo, inventó de la nada una historia, unos personajes y un mundo que cimentó el entretenimiento de los millenials. En apenas unos años, el libro había pasado al cine y el cine había traspasado todas las fronteras de la cultura de masas.

Ahora que se han cumplido veinticinco años del lanzamiento de Harry Potter y la piedra filosofal, lo único que recuerdo de él son aquellas tardes al salir de clase en las que leía y releía una y otra vez mis pasajes favoritos, hasta acabar aprendiéndomelos de memoria.

A veces, para poder releer los libros a mayor velocidad, directamente me saltaba los párrafos literarios y me iba a los diálogos. Gracias a las películas, podía incluso imitar el tono de voz de los actores de doblaje y los empleaba para hacer que mi experiencia fuera más interactiva.

Desde Harry Potter y la piedra filosofal, la fantasía no me ha sido ajena. He leído tanta fantasía como he sido capaz, aunque no es precisamente mi género preferido. El universo de J.K. Rowling se me quedó «corto» en cuanto llegó la adolescencia, a pesar de los esfuerzos de la autora de aumentar la oscuridad conforme nosotros crecíamos.

Sin embargo, ya era tarde. Había leído otras cosas. Prefería otro tipo de escritores, otro tipo de historias, otro tipo de personajes, otro tipo de universos. Pero nunca olvidaré cuál fue el libro que lo inició todo.

Puedo decir, sin complejos ni remordimientos, que Harry Potter y la piedra filosofal fue el primer «libro adulto» que yo leí. Lo recuerdo con claridad. No me parece un dato baladí para alguien que lleva soñando con dedicarse a esto de juntar letras desde entonces.

Esa es la grandeza del primer libro que lo inició todo. Me descubrió el significado de la literatura, la magnitud que puede tener una novela, la importancia de conectar con un lector. Aprendí a respetar las páginas de cada publicación a golpe de varita, magia, amistad y heroicidades.

Podría haber centrado este reportaje en explicar todas las cosas que ayudó a forjar Harry Potter y la piedra filosofal a partir de un punto de vista creativo, desde la coctelera del mundo mágico y el mundo real hasta el empleo del latín para constituir la agenda de hechicería y conjuros.

Sin embargo, he preferido centrarme en la experiencia personal. ¿Por qué? Porque, como he dicho, este libro marcó a toda una generación. Una generación de la que yo formo parte, para bien o para mal. Mi relato solo es uno más de los muchos existentes.

Han pasado veinticinco años desde entonces. Este año cumpliré treinta y el próximo me voy a casar. El espejo me devuelve un rostro cada día más cansado, con alguna que otra arruga y ojeras perezosas. He enterrado a mis abuelos y se me ha muerto un perro en los brazos por culpa de un tumor cerebral.

He perdido amigos, he cometido errores, he aprendido lecciones. Me he caído y me he vuelto a levantar para volver a caerme y volverme a levantar. He descubierto que no hay nada que golpee más fuerte que la vida. He llorado, he reído, he amado, he odiado, he sufrido, he sentido, he gritado.

Pero, sobre todo, he soñado. Y gran parte de esos sueños los he descubierto gracias a las novelas. Las páginas que me hicieron volar de niño siguen extendiendo sus alas en el presente.

Todo comenzó con Harry Potter y la piedra filosofal.

Es paradójico, ¿verdad? La misma literatura que me hizo soñar con un mundo mágico también me ha hecho descubrir que el mundo «muggle», el nuestro, aunque no tenga hechizos ni recibamos nuestra ansiada carta de Hogwarts, también puede ser un lugar mágico en el que merece la pena vivir.

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