Crítica de 2020, el documental que retrata la crisis sanitaria derivada del COVID en Madrid

No es que las heridas estén aún recientes y sanando, sino que se siguen reabriendo y nos queda un largo camino para terminar con la crisis sanitaria y económico-social derivada del COVID-19.

Por eso, más que realizar una instantánea de la primera ola que azotó con fuerza a nuestro sistema sanitario y a la población más vulnerable, 2020 debería tener una finalidad mucho más práctica e inminente que servir de cierre para una etapa de desconcierto, miedo e incertidumbre: dejar claro que no hemos dejado aún esto en el retrovisor y que a la experiencia y la mejora en el acceso a los medios para hacer frente al virus hay que seguir añadiéndole la responsabilidad individual, el autocuidado y la precaución.

El punto de partida del documental, rodado por Hernán Zin sobre la marcha tras la declaración del Estado de Alarma, nos lleva a conocer de primera mano la realidad de Madrid, una de las regiones más golpeadas del mundo por la pandemia.

Hospitales, ambulancias, residencias, morgues, funerarias, controles policiales, hospitales de campaña... Un trabajo que se extendió durante más de cuatro meses y que recoge momentos muy duros vividos en primera línea de la pandemia: el estado de las personas aisladas, la labor de todos los cuerpos encargados de la salud y la seguridad de la población y el poso que ha dejado en los supervivientes que se plantean sus vidas de una forma totalmente distinta.

2020 quiere rescatar del anonimato las historias individuales para ponerle nombre y rostro a las cifras de víctimas que cada día publicaban los medios de comunicación. Al margen de la utilización política de unos y otros de la situación crítica por la que, insistimos, aún no hemos terminado de pasar, y la apropiación del dolor ajeno, están las personas y sus experiencias de modo que de lo que se trata es de mostrar la humanidad y lo que no hemos podido ver mientras estábamos confinados.

Se trata de una producción modesta que no atende tanto a las formas como al contenido y que por tanto prescinde de demasiadas florituras, salvado una banda sonora que eso sí, en algunos momentos es excesiva y apela en exceso a las lágrimas... Cuando, sinceramente, el mero silencio habría sido más eficiente y respetuoso con el duelo.

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¿Cómo explicarle a una persona que ha estado semanas en coma lo que ha sucedido? ¿Cómo concienciar a una población que se debate entre la angustia y la aprensión que no está a salvo? ¿Cómo asimilar la desaparición de los seres queridos sin haber podido siquiera acompañarlos en sus últimos momentos?

Decía Nacho Gabilondo en unas declaraciones recientes para eCartelera que "las películas de terror y ciencia ficción tendrán el coronavirus en su ADN durante años" y no es para menos habida cuenta de lo que ha supuesto y supone para muchas personas: un viaje a los infiernos colectivo e individual.

Sin embargo, Zin, que no titubea a la hora de mostrar el increíble drama de quienes han enfermado, han visto morir a familiares y amigos o tenían por delante aún una pugna por sobrevivir, opta por un enfoque más vitalista en el tramo final de 2020, realizando un homenaje a quienes han presentado batalla al COVID y se han encargado de cuidar de ellos o de darles el último adiós.

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Aquellos a quienes aplaudimos durante meses desde nuestros balcones y que han tenido que sobreponerse a la fuerza a la falta de medios, al estrés y a los constantes cambios de normas y directrices para poder hacer su trabajo como buenamente han podido. Y de los que parece que nos hemos olvidado, a pesar de que siguen al pie del cañón mientras la gestión sigue dejando mucho que desear.

En este sentido, se echa en falta que el documental no haya tratado al menos de utilizar su empuje para reclamar responsabilidades. Habría sido quizás más prudente respetar la intimidad de la tristeza de algunas de las personas que se derrumban ante la cámara y limitar determinadas secuencias para haberle dejado un espacio a la protesta civilizada. En general, se trasluce algo tan obvio como que no se ha escuchado a los protagonistas de las historias para conseguir ayudarlos de una forma coherente y adecuada. Si 2020 contribuye a acabar con la ceguera y la sordera de quienes aún se atreven a negar la enfermedad y que por ello se ponen y nos ponen a todos en riesgo, ya habrá merecido la pena. Máxime si tenemos en cuenta que nos espera la Navidad y la oleada anual de la gripe a la vuelta de la esquina o, dicho de otro modo, una tercera ola inminente sin que hayamos superado la segunda.