Crítica de Anatomía de una caída: el antithriller que se llevó la Palma de Oro en Cannes

En clave de retrato de personajes, llega el nuevo trabajo de Justine Triet a la cartelera española después de alzarse con la Palma de Oro en Cannes y ser nominada al Goya como Mejor película extranjera. Le ha cedido el puesto, eso sí, a la película A fuego lento como representante de Francia en los Oscar debido a que en buena parte ha sido rodada en inglés.

En Anatomía de una caída, la cineasta disecciona a una mujer contra las cuerdas, obligada a airear su intimidad al ser objeto de un doble juicio: uno en el que se enfrenta a las autoridades y otro mediático, tanto o más complejo que el anterior, que deja de manifiesto ciertos prejuicios sociales.

La escritora Sandra, su marido Samuel y su hijo de once años, Daniel, aquejado de un problema en la vista, viven un poco alejados de todo, en un chalet en medio de los Alpes franceses. Ella, alemana de nacimiento pero afincada allí por amor, chapurrea francés, pero suele entenderse en inglés en las entrevistas que concede y en su entorno inmediato.

Después de una tensa discusión, Samuel aparece muerto al pie de su casa. Pronto se abren diligencias y las sospechas no tardan en recaer en Sandra, que encuentra serias dificultades para zafarse de ellas.

Se trata de un caso particularmente complejo porque no está claro si se trata de un suicidio o de un homicidio pero, en cualquier caso, las repercusiones en la familia son inmediatas.

Sandra incluso se ve despojada de la posibilidad de comunicarse con su hijo, que llega a cambiar su declaración. La verdad se torna algo incognoscible. Un año después, Daniel está presente en el juicio de su madre, que se convierte en una despiadada disección de la pareja formada por sus padres e incluso de los intereses cruzados en sus carreras creativas.

Vaya por delante que Anatomía de una caída es una película larga, densa y afilada, que se aleja completamente de la fórmula del thriller. Es decir, que nadie piense en una historia misteriosa al uso al leer la sinopsis porque no es una película sobre certezas sino más bien sobre incertidumbres. 

No está pensada para conducirnos, a lo largo de sus 150 minutos de duración, hacia una conclusión diáfana ni para señalar a nadie con el dedo, sino para mostrar, precisamente, lo complejas que son las relaciones y que cada cual saque sus propias conclusiones.

Late con fuerza en el trasfondo de esta narración la enorme cantidad de variables que impactan en el caso: el hecho de que la acusada sea una mujer de éxito, la doble moral con la que se cuestiona su credibilidad por el hecho de no ser francófona e incluso que su propia obra sea objeto de controversia al ser vista como un extensión de la realidad.

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¿Monstruo o víctima?

Dividida claramente en dos partes, la judicial, que abarca la parte final, se torna especialmente exasperante al convertirse de alguna forma en lo que parece un callejón sin salida. Y es donde, además, da el do de pecho Sandra Hüller, que está fantástica de principio a fin mostrando las luces y las sombras que envuelven a su personaje.

Lo mejor del asunto es que su premeditada ambigüedad se mantiene hasta el final para no darle al espectador un desenlace mascado y sí materia para un buen debate postvisionado eligiendo a quién quiere creer.

La clave del interés que potencialmente tiene de despertar en la audiencia es la dosificación de la información, distribuida sabiamente para ir guiando sus dudas y moldeando las opiniones de los espectadores. Y dejando claro, a fin de cuentas, que es un puzle irresoluble.