Crítica de El Cid, la gran serie española de Amazon con Jaime Lorente

La leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar renace. El Cid, la superproducción española deAmazon Prime Video, llega el 18 de diciembre a la plataforma del gigante del comercio electrónico para contarnos el nacimiento de una de las figuras más emblemáticas de la historia de España. Creada por José Velasco, dirigida junto a Adolfo Martínez Pérez y escrita por Luis Arranz, estamos ante uno de los grandes estrenos nacionales de ficción de este aciago 2020.

En la temporada 1 de El Cid descubriremos los humildes orígenes de "Ruy", el apodo con el que fue conocido hasta convertirse en el mito de los campos de batalla que perdura hasta nuestros días, el entramado de conspiraciones palaciegas y las aventuras del personaje por las tierras de la Península Ibérica cuando cristianos y árabes convivían y se enfrentaban, hasta descubrir que ninguna ideología le era verdadera. Jaime Lorente (La casa de papel) viste la cota de malla y la espada como El Cid, protagonizando este biopic de acción y aventuras en el que también le acompañan artistas como Elia Galera (Hospital Central), Carlos Bardem (Celda 211, Assassin's Creed), José Luis García Pérez (Enterrado), Juan Echanove (Cuéntame), Francisco Ortiz, Lucía Guerrero, Alicia Sanz, Jaime Olías, Juan Fernández o Ginés García Millán, entre otros muchos que conforman el elenco principal.

La nueva serie de Amazon Prime ha enfocado sus esfuerzos en construir una revisión original de Rodrigo Díaz de Vivar: un personaje mucho más humano, más empático y humilde acorde a sus orígenes, alejándose de la figura clásica del héroe para mostrar tanto sus fortalezas como sus debilidades sin maquillaje. Para conseguirlo no sólo han contado con el trabajo de Jaime Lorente, sino que lo han envuelto con un fabuloso trabajo de producción en el que se demuestra el valor de cada euro invertido en vestuarios, decorados y maquillaje para hacernos partícipes de la España del siglo XI.

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Casi 60 años han pasado desde la mítica adaptación a la gran pantalla de esta historia con Charlton Heston y Sophia Loren como pareja protagonista, y cuánto han cambiado los tiempos y los héroes desde entonces. El propio Jaime Lorente asegura que buscaba "contar la historia sobre el ser humano que fue Rodrigo Díaz de Vivar" antes de convertirse en leyenda, por lo que no encontraremos en ella poses heroicas, gestos de excesiva grandeza visual ni aires de éxito. Su Cid es uno más contenido; menos leyenda y más hombre que lucha por construirse un futuro del que su padre pudiera sentir orgullo. Un espejo en el que cualquier luchador pueda sentirse reflejado sin medir dos metros y sin tener los ojos de un lobo.

En parte su bendición y en parte su castigo, el enfoque para el personaje provoca una sensación de ligereza en la epicidad de las gestas, donde acostumbrados por los cánones habituales el cuerpo nos pide ver caminar glorioso a nuestro héroe entre el ejército que lo jalea. Su apuesta por las debilidades humanas de Ruy no favorece en su primera temporada un aspecto primordial para el futuro: enamorarnos del personaje. Tendrán que llegar los últimos minutos del metraje para que ese fervor que contiene en su interior consiga engancharnos lo suficiente como para esperar la segunda temporada.

En sus distintos papeles, el resto del reparto tiene todo lo necesario para construir una ficción duradera de lo más atractiva. Alicia Sanz destaca aportando una malicia a su personaje de la Infanta Urraca que es una delicia para el género, aprovechando ese volumen para construir el discurso con más licencia histórica de la serie y que con toda seguridad convertirán en uno de los hilos de poder para el futuro. Un guiño más a la agenda para una ficción histórica que alimenta al personaje, pero no responde con toda la eficacia necesaria en la lógica narrativa. Aún con esas, el buen trabajo interpretativo queda algo ensombrecido por unos diálogos en los que falta ese chispazo de genialidad que mantenga la tensión de cada escena de traición y enfrentamiento entre personajes. Ese rasgo diferencial que levanta pasiones alejadas del maniqueísmo es lo que más echamos en falta en laprimera temporada de El Cid.

Son detalles que no terminan de apuntalar el trabajo de producción que, como decíamos, cumple con sus archimencionadas licencias. Las representaciones de palacio, tanto en León como en la Taifa de Saraqusta, son un contraste interesante, así como la secuencia de batalla que con gran éxito y no menos esfuerzo han conseguido construir. Un mar de caballos enfrentados que colapsan en el punto medio entre ambos ejércitos para liberar la vorágine de tierra, sangre y espadas que marca uno de los puntos más fuertes de la serie, tanto a nivel argumental por sus consecuencias como por su atractivo compositivo.

El rodaje de exteriores, sin embargo, se habría visto mucho más beneficiado por esa ingente cantidad de figurantes que han formado parte de la producción. León parece desértica, dejando escenarios desangelados y siendo casi una representación de la España vaciada de la actualidad. Un síntoma más de esa falta de emoción que no suplen la gallardía interpretativa ni las animosidades familiares. Para nuestra sorpresa, además, el excelso trabajo musical de Gustavo Santaolalla tampoco parece verse reflejado en su trabajo para la serie de Amazon.

No serán ni uno ni dos los espectadores a los que les salte el bombín con su fotografía y las escenas de conspiraciones palaciegas con las que pueden recordar remotamente a los inicios de Juego de Tronos, aunque forme parte de un sueño de primavera en el que la comparativa está lejos de ayudar. El Cid ha colocado la primera piedra para una serie que espera muchas temporadas en los años que están por venir y asentarse en los más de 240 países a los que va a llegar en todos los idiomas. No es la gran serie a la que apunta su ambición, tampoco es todo lo magnética que cabría esperar y tenemos una lista de peticiones considerable para su segunda temporada, pero el recorrido y el cariz que toma la serie en sus últimos capítulos nos hacen desear que volvamos a la majestuosa catedral de Burgos empuñando a Tizona o Colada y montados en el legendario Babieca.