Crítica de Claroscuro (Passing): el blanco y negro se apoderan de Netflix

Netflix ha apostado todo al negro. Al blanco y negro, concretamente. Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona) debuta como directora en la plataforma con Claroscuro (Passing), un drama racial con una exquisita puesta en escena.

La actriz reconvertida en directora viene de postularse en el circuito de festivales de cine con una de las ofertas más interesantes del año con su primer largo. Tessa Thompson (Thor: Ragnarok) y Ruth Negga (Agentes de SHIELD) protagonizan una historia de emociones, crítica social y reflexión en blanco y negro.

Coged las maletas, porque viajamos a Estados Unidos, y aseguraos de ajustar vuestros calendarios a los de la década de 1920. Irene (Tessa Thompson) se reencuentra con una amiga de la infancia, Clare (Ruth Negga). Dos mujeres negras que se vuelven a saludar como mujeres blancas que intentan escapar de la ignominia racial a la que eran sometidos en la época.

Para Irene es su primera vez. La primera vez que se hacía pasar por blanca. Una primera vez incómoda y desagradable en un mundo de artificio que para su amiga es el pan de cada día en el que se ha obligado a vivir. Clare es una mujer mulata casada con un hombre blanco tan racista como la media de la población.

Para intentar escapar del trato al que eran sometidos, Clare se ha buscado las mañas para parecer una mujer blanca más y tener acceso al estatus social y económico que de otra forma le hubiera sido negado. Irene, al contrario, vive en Harlem con un marido de su misma raza y "con todo lo que hubiera podido desear". Un todo tan relativo como os podáis imaginar.

El color es el tema y el vehículo sobre el que Rebecca Hall construye su versión de Claroscuro (Passing). Es absolutamente hipnótico el tratamiento de la luz, los vestuarios y los escenarios para potenciar el discurso en su absoluta ausencia de color.

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La forma en la que se desarrolla la historia tiene un punto onírico y a la vez salvaje que contrapone las vidas y los sueños de sus dos mujeres protagonistas: anhelan una vida que no existe, lamentándose de una realidad mucho más insoportable.

A nadie le va a saltar el bombín con lo leído si ahora recordamos que ésta es una oferta muy particular para la plataforma. Estamos ante una obra mucho más autoral, de 98 minutos de duración en la que el ritmo se detiene para reflexionar en los silencios, descubrir el subtexto de cada escena y deleitarse con el tono pausado y melancólico que refleja el intimismo de la historia.

 Esa falta de fuerza y de ímpetu narrativo será la que eche atrás a una audiencia que busque obras menos delicadas. Claroscuro es una película lenta cuya mayor fortaleza está en todo lo que no cuenta con diálogos y queda flotando entre silencios y miradas.

Mientras tratamos de sumergirnos en los sentimientos de Irene y Clare, llegarán mariposas con temas que pueden despistarnos de su objetivo principal, e incluso deteriorarlo. Por suerte, las interpretaciones están tan a la altura que la química y esa pasión subrepticia entre ambas es suficiente para mantener nuestra atención.

 ¿Qué va a encontrar en Claroscuro el espectador de Netflix? Una película con un ritmo pausado que espera más del espectador que de lo que va a ofrecer mediante sus propias imágenes. Su reflexión social, no sólo racial, quiere hablarnos sobre cómo todos tratamos de convertirnos en algo que no somos.

No vamos a tirarnos el rollo pidiendo el oro y el moro a una cinta que trata de expresar emociones y sensaciones con una apuesta tan arriesgada para la plataforma a la que va dirigida. Es la visión de una directora blanca sobre la identidad racial, y su ejecución, en este caso, demuestra no sólo confianza, sino un debut prometedor.