Crítica de Fall o cómo sentir vértigo con una película de supervivencia extrema

No hace falta ser un experto para saber que el arranque de Fall es un manual de las prácticas más desaconsejadas cuando se va a emprender una aventura de cierto calibre: no decirle a nadie dónde vas, no llevar el equipamiento, ni los víveres precisos ni haber entrenado o chequeado siquiera el lugar con antelación.

Por estas razones, cualquier aficionado a la escalada (y en general cualquiera con sentido común) se echará las manos a la cabeza.

Así que, de primeras, para entrar en la película ya hay que hacerlo con ciertas concesiones a la narrativa. Aunque nos sirve también (y he aquí su valor más importante) para mostrar cómo por un selfie o un vídeo extremo te puedes partir la crisma. ¿Merece la pena jugarse la vida por unos likes o por monetizar un contenido en YouTube? Cada cual, que saque sus conclusiones.

Solo sobreviven los más aptos

Becky y Dan son una pareja que suele practicar escalada libre con su amiga Hunter. Cuando en una de sus aventuras están subiendo una complicada pared vertical, Dan sufre un accidente y se mata. 

Un año después Becky sigue hundida por la pérdida cuando recibe la visita de Hunter, que le propone un plan descabellado: subir a una torre de comunicaciones de 600 metros y desde allí esparcir las cenizas de Dan. Se lo propone a su amiga como reto pero sobre todo para que deje atrás el miedo que le producen las alturas desde el fatídico día en que perdió a su marido.

Hunter, mucho más lanzada que su amiga, la presiona para llegar a la cumbre, pero en un momento dado sus planes se tuercen y tienen que idear un plan para pedir ayuda.

La película es visualmente muy atractiva y explota bien la premisa principal, consiguiendo que se vaya construyendo un entretenido thriller en las alturas en el que la verosimilitud está perdida desde el principio pero en el que, por fortuna, no hay un resquicio para el aburrimiento.

A lo largo de sus 100 minutos de duración hay suficientes giros de guión para mantener el interés del espectador que, además, en pantalla grande, tendrá ocasión de sentir verdadero vértigo gracias a un variado y rico número de planos aéreos de indudable belleza formal.

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El responsable es el director de fotografía madrileño MacGregor (Vivarium) que exprime los paisajes amplificando la escala y mostrando la desolación de las protagonistas, desamparadas en lo alto de una inmensa torre que desafía la lógica y por tanto también sus perspectivas de supervivencia. 

Juega con maestría con la temperatura del color, imponiendo el contraste necesario entre la tierra árida y el cielo azul; las ardientes horas de luz diurnas y las frías noches, con los momentos en los que las dos mujeres son apenas dos siluetas negras recortadas sobre la línea del horizonte en el que se mezclan ya los dos planos.

Entre las debilidades de la propuesta está el casting porque, aunque las dos actrices principales de Fall trabajan razonablemente bien, no dan el pego como escaladoras de élite como para realizar determinadas hazañas: deberían ser fibra pura y aún así sus posibilidades serían escasas. En los planos cortos y cuando se tira de elipsis es cuando más se ven los trucos.

Por supuesto, al final nos encontramos ante un ejercicio de superación personal y, en ese sentido y salvando su falta de credibilidad física, Grace Caroline Currey (¡Shazam!) lo da todo en su papel, exudando sangre, sudor y lágrimas para completar el arco argumental de su personaje que pasa de no encontrar motivos para vivir a desear hacerlo fervientemente.

De forma adicional, los amantes de The Walking Dead tienen como acicate la breve intervención de Jeffrey Dean Morgan en un pequeño papel en la película. Se convierte en el incentivo de Becky para sobrevivir y volver a tocar el suelo, en sentido figurado y literal: el ancla que necesita para superar no ya el miedo a la altura sino, en general, a vivir su vida.