En Frozen: el reino de hielo se cuenta la historia de Elsa y Anna, las dos princesas del reino de Arendelle, separadas en la infancia tras un accidente provocado de forma accidental por la primera. Su poder para invocar al frío puede tener catastróficas consecuencias, como muestra una antigua profecía, por lo que es recluida en el castillo familiar y separada de todo contacto. Pero el paso del tiempo la convierte en la heredera del trono: deberá salir de su reclusión para recibir la corona y el cetro del poder.
Tras haberse reprimido durante tanto tiempo, no puede evitar exponerse a sí misma, provocando el caos en la ceremonia de coronación de modo que autoexilia a la montaña donde puede dar rienda suelta a su gélida capacidad creativa construyendo un reino helado y dando vida a criaturas que la protegen, pero también condenando a Arendelle a un invierno forzoso.
Disney trata de fusionar los cuentos clásicos con "ese algo más" que busca el público a día de hoy. En Frozen: el reino del hielo hace un loable esfuerzo por encontrar un equilibrio complejo. Al cuento de Hans Christian Andersen le crecen varias criaturas fantásticas que verdaderamente son un acierto a pesar de que no terminan de casar con el diseño de los personajes ni su trama vital del todo.
Por el camino varias renovaciones que también le hacen mucho bien a la película: una visión mucho menos edulcorada, valiente y próxima a la realidad (sí, ellas también se despiertan babeantes y despeinadas) de unas princesas que luchan por romper sus cadenas y librarse de la represión al tiempo que descubren que quizás el amor más verdadero y puro no tiene por qué ser a la fuerza el romántico. Bien, vamos avanzando.
En muchos sentidos el universo de Arendelle bebe del de Enredados, y, aunque los números musicales resulten extenuantemente constantes, hay que reconocer su pertinencia junto con el virtuosismo de la animación al menos en momentos puntuales como en la secuencia inicial en el que los trabajadores cortan el hielo del fiordo. Es también probablemente uno de los pocos momentos en los que el 3D merece la pena junto con el momento en el que Elsa erige su castillo helado.
No obstante, en Frozen: el reino de hielo se echan en falta momentos emocionantes de los que ponen los pelos de punta: la película pasa de puntillas respecto a algunos de los puntos clave de la narración restándole un dramatismo que bien entendido habría sido necesario y que por defecto bloquea la catarsis final.
Inspirada muy libremente en el cuento de "La reina de las nieves" de Andersen, la historia de Chris Buck, Jennifer Lee y Shane Morris titubea en varios momentos y no tiene una estructura regular en la que dejarse arrastrar cual trineo sobre la nieve. Con todo, es una propuesta de animación que no puede dejarse escapar, aunque solo sea por el mero hecho de ver cómo Elsa se desmelena o cómo el cándido muñeco de nieve Olaf sueña con un verano para él imposible. Hay belleza pura y dura en esas ideas y en esas imágenes, pues son de las que se quedan cristalizadas en la retina marcadas por el cálido beso de la nieve.
Nos encontramos con la fase del post-Disney, un salto de trampolín en cuanto a la concepción del corazón de las historias que vienen a beber de la nostalgia y a la vez tratan de innovar superando los propios clichés que se fueron creando con el paso del tiempo. Es un gran paso adelante que se verá, a buen seguro, refrendado en trabajos posteriores. Bienvenido sea.