Crítica de En guerra con mi abuelo, una comedia familiar divertida y eficiente

Hay algo que cae de cajón en los tiempos que vivimos: apetece algo de entretenimiento inofensivo y de evasión... Echar unas risas viendo cine de puro escapismo. Y a esa necesidad da respuesta a la perfección En guerra con mi abuelo (The War with Grandpa), con un tono muy similar al de comedias prenavideñas como las que veíamos en los años 80 y los 90 al estilo Un padre en apuros o Solo en casa. 

De ahí que no sea de extrañar, en absoluto, que haya sido una de las comedias estadounidenses de mayor repercusión en este aciago año y en plena pandemia, cuando se alzó como reina indiscutible de la taquilla.

Probablemente no sea una película memorable o en exceso innovadora, teniendo en cuenta que desarrolla una historia sencilla y sin mayores pretensiones, pero sí que da en el clavo a la hora de proporcionar un entretenimiento digno y blanco, acorde para toda la familia, algo que solo parece haber comprendido en este país Santiago Segura, que tan bien dio en la diana con el estreno de Padre no hay más que uno 2, consiguiendo por cierto, otro taquillazo.

Entre sus virtudes está que todo se lo toma a guasa y no hay moralina ni dramas innecesarios más allá de los gags familiares que caen en los clásicos lugares comunes, eso sí, pero que a pesar de todo ofrecen se espera de ellos, a fin de cuentas.

En guerra con mi abuelo nos presenta a Ed, un hombre que tras enviudar tiene que plantearse qué hacer con su futuro. Ante la dicotomía de ingresarlo en una residencia de ancianos o llevárselo a su casa, su hija Sally decide convencerlo para que se quede con la habitación de su hijo mediano, Peter.

Esto obliga al niño a vivir en la buhardilla, con todas las molestias que eso conlleva: convivir con ratones y humedades y perder su territorio, algo que se toma muy a pecho y como una afrenta personal que solo se le ocurre solventar de una manera: declarándole la guerra a su abuelo.

Al principio Ed se lo toma a guasa, como un juego de niños, pero cuando las bromas pesadas de su nieto empiezan a hacerle mella, decide plantarle cara y entrar al trapo, iniciando unas "hostilidades" que acabarán por salpicar a todo el mundo.

Que Robert De Niro pase de protagonizar peliculones como Joker o El Irlandés a formar parte del reparto de En guerra con mi abuelo, puede hacer que los críticos más puristas se rasguen las vestiduras, pero si somos sinceros, el cine se nutre de arte y de obras mucho menos trascendentales que son simple y llanamente eficientes en su terreno y a las que el actor, que participó en cintas como Los padres de ella, no ha sido nunca del todo ajeno.

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Tim Hill, bastante acostumbrado al denostado género tras haber dirigido Bob Esponja o Alvin y las ardillas tiene claro a qué público se dirige y de paso se rodea de un repartazo bastante singular, empezando por el joven coprotagonista y contrincante en la contienda Oakes Fegley (Peter y el dragón), Christopher Walken (Siete psicópatas), Uma Thurman (La casa de Jack) o Jane Seymour (El método Kominsky).

Poco a poco lo que comienza como un enfrentamiento territorial se acaba convirtiendo en un duelo generacional entre seniors y juniors, con hilarantes secuencias como la de las camas elásticas y algo latiendo en el fondo que no está de más recordar en tiempos de paz: que nada bueno trae la guerra salvo para los ignorantes.

En fin, En guerra con mi abuelo no le va a cambiar la vida a nadie, pero no por ello hay que despreciarla como comedia. Os hará pasar un buen rato y si al día siguiente no la recordáis, que es lo más normal, esas risas que lleváis para el cuerpo... ¡Que os quiten lo bailao!