Crítica de La habitación de las maravillas, una película sobre vencer al miedo y exprimir la vida

Cada semana hay un nuevo libro que salta a la gran pantalla. Si la semana pasada era el momento del clásico de Dumas Los tres mosqueteros, esta semana le toca el turno a la novela de Julien Sandrel "La habitación de las maravillas". En España la encontraréis publicada en tapa blanda y versión Kindle por parte de la editorial Planeta.

La película, de 94 minutos es muy fiel al original, de modo que el equipo de guionistas conformado por Juliette Sales y Fabien Suarez han sabido quedarse con el espíritu del libro.

Se trata del undécimo trabajo de la directora francesa Lisa Azuelos tras la cámara y, probablemente, de uno de los mejores a juzgar por la interpretación que le saca a la protagonista principal Alexandra Lamy y por la dificultad que plantea la historia en algunos momentos en los que se mezclan imágenes actuales con recuerdos.

La habitación de las maravillas nos presenta a Thelma, una madre soltera que encuentra muchas dificultades para sacar el tiempo necesario para estar con su hijo de doce años Louis. Su atareada vida profesional cotidiana se lleva la mayor parte de su tiempo.

Cuando Louis es atropellado por un camión y cae en un coma profundo, los médicos no son nada halagüeños y le dan a su madre un plazo de recuperación: es probable que si no despierta en unas semanas nunca lo consiga y haya que desconectar el soporte vital.

Accidentalmente Thelma encuentra en la habitación de su hijo un cuaderno con ilustraciones, pensamientos y una lista de deseos que le gustaría hacer realidad antes de que llegue "el fin del mundo". Entre sorprendida y divertida por las ocurrencias del adolescente, Thelma se dispone a cumplirlos uno a uno viviendo grandes aventuras y redescubriendo sus propias ganas de vivir.

Fatalidad inspiradora

La habitación de las maravillas es una película que versa sobre la voluntad de una persona de sobreponerse a algo tan devastador como la pérdida de un hijo viviendo a través de sus ojos y redescubriendo el mundo y los prodigios que contiene. Es esperanzadora pero no ilusa en su forma de narrar la historia y la mayor parte del tiempo se configura como una feel good movie.

Todo ello desde el desapego a cualquier dogma: es una historia sin duda con un punto de espiritualidad pero que se aleja de los panfletos. Y cuenta con una banda sonora que "nos pone a tono" desde el primer instante con temas musicales magníficos y piezas de piano de las que te ponen los pelos de punta.

Entre sus mayores fortalezas están las interpretaciones, siendo la de la protagonista la más lograda. Nunca la vemos rota, ni se utiliza su drama personal anterior y posterior al atropello de su hijo para "meterle el dedo en el ojo" al espectador, así que si ruedan lágrimas no es de forma forzada.

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Por lo demás, a pesar de su breve duración, ofrece algunas secuencias memorables que enfatizan ese amor materno-filial que es el eje central de la película, así como el viaje de descubrimiento de la progenitora de su pequeño sorprendiéndose de la cantidad de facetas suyas que desconocía y que logra compartir con él aunque ya no esté a su lado.

La habitación de las maravillas huye de la sensiblería barata y logra conmover de forma sincera creando personajes reconocibles y dejando un poso de ternura muy especial. Superar los propios miedos, aventurarse a vivir nuevas experiencias y ver el mundo desde la mirada inocente y ambiciosa de un niño es lo que consigue hacer que brote en su madre el deseo de vivir la vida y darse a los demás.

Así que, en resumen, estamos ante una película bonita, inspiradora, tierna y que sabe cómo llegar al corazón de la audiencia. Un final algo menos abrupto le habría venido bien para rematar la historia con calma, pero la idea, en cualquier caso, queda clara y despierta las emociones que pretende.