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Crítica de La Maldición (The Grudge), el nuevo reboot de El grito

La Maldición
Crítica de La Maldición (The Grudge), dirigida por Nicolas Pesce con guion escrito por Jeff Buhler y él mismo. Con Sam Raimi en la producción, Sony Pictures Entertainment nos trae de vuelta este reboot de El grito, basada en la historia de la película japonesa original de Ju-on: The Grudge. El reparto lo forman Andrea Riseborough, Demian Bichir y John Cho, entre otros. El estreno de La Maldición en España es el 1 de enero de 2020.

Pocas sensaciones se pueden comparar con la alerta a la que se somete cada vello de nuestro cuerpo cuando en la pantalla arranca una película que nos tendrá en vilo las próximas noches. O que así esperamos. El género de terror es, inevitablemente, un océano de producciones que ganan enteros bajo el manto de la Serie B y la escasez de expectativas, con cierta tendencia a la ópera bufa, que constituyen, per se, un género propio de lo más divertido. Y, de vez en cuando, con una cadencia de un par de producciones al año, podemos pescar una pieza exquisita como Babadook(Jennifer Kent, 2014), La bruja (Robert Eggers, 2016) o Hereditary(Ari Aster, 2018).

Sony Pictures estrena el año con La maldición (The Grudge), el nuevo reboot de la franquicia basada en la mítica película japonesa Ju-On (Takashi Shimizu, 2000). La década de los 2000 nos dejó prácticamente una adaptación por año: desde la secuela directa Ju-On 2, pasando por la exitosa Ju-On: The Grudge del 2002, hasta la adaptación estadounidense de El grito en 2004. Shimizu se hizo cargo de dirigir cada adaptación hasta el patinazo de El grito 2 en 2006; el desgaste de una historia con tantos descendientes que necesitaríamos ambas manos para contarlos.

Entrevista a Andrea Riseborough, protagonista de La maldición

Nicolas Pesce toma el testigo de la saga fetiche del terror japonés para ofrecer su propia versión: una en la que se intenta construir un nuevo universo rodeado de símbolos propios, pero también una en la que los jumpscares se adueñan de la película, en la que la historia ha perdido todo su interés y en la que el terror está al servicio del efectismo comercial.

La maldición arranca con un flashback en el corazón de su historia, en Japón, desde donde el vengativo espíritu maldice a una joven madre de familia a la que perseguirá hasta su hogar en los Estados Unidos. Con la maldición dirigiendo sus actos, asesina brutalmente a su marido y a su hija y se convierte en el objeto de una investigación policial llevada a cabo por la detective Muldoon (Andrea Riseborough), con el apoyo de su compañero Goodman (Demian Bichir), quien pondrá su vida en juego para descubrir la verdad que ocultan las paredes de la casa.

La Maldición 2020 - Andrea Riseborough

La detective Muldoon es una madre soltera tras el fallecimiento de su marido, víctima de una enfermedad que le provoca su propia maldición: la soledad, un vacío que intentará llenar con su trabajo tras mudarse a una nueva localidad. En la comisaría conocerá a su compañero, el detective Goodman, un hombre atormentado por la pérdida de su madre y su anterior compañero, que había perdido la cabeza tras intentar esclarecer los hechos ocurridos en la casa maldita. Tan atormentado está que jamás perderá la oportunidad de llenar la escena con el humo que escupen sus pulmones, creando un halo de misterio impostado y casi ridículo por repetición que parece reflejar, también, su maldición con el tabaco.

Ese es el tema que perdura en la trama: la maldición nos persigue a todos, espíritu vengativo mediante o no. Sin embargo, ninguna de estas subtramas tendrá un recorrido real; ni la pérdida de una madre que parece una anécdota con la que seguir hablando de la muerte y soltar, casi por descuido, la baza de la religión; ni la historia del marido que viene a responder la misma necesidad. La soledad de la detective Muldoon obtendrá algo de protagonismo para justificar ingenuamente sus actos, pero el resto del metraje se ocupará de recordarnos, familia tras familia, que la maldición irá saltando entre sujetos hasta llegar a ella. Es lo poco que se puede rascar de un guion con escaso interés, subiendo el fuego a una tortilla a la que es incapaz de dar la vuelta.

Como decíamos, la historia evoluciona mediante flashbacks que explican los saltos de la maldición hasta llegar al presente de la película con el objetivo de ser el vehículo en el que vendrán a visitarnos nuevos jumpscares, es decir, los explotados juegos de luces y sonido estridente con el mismo efecto que el de un amigo que te asusta a la vuelta de una esquina. Un par de maldiciones después, el susto no será más que eso: un susto, tan vacío de terror como el tiempo que tarde nuestro cerebro en asimilar la realidad.

Pesce demostró un talento notable con su ópera prima, The Eyes of My Mother, una cinta de terror independiente con un estilo inequívoco, arriesgado y ciertamente interesante, capaz de construir un ambiente opresivo y tortuoso sin trampa ni cartón. Fue la carta de presentación que le hizo valedor de dirigir este reinicio de la saga, pero el espíritu de su primera película ha sido condenado por una línea argumental tan explotada que difícilmente puede ser satisfactoria. Su estilo sigue primando en lo visual, realzando las reacciones maníacas de sus intérpretes y levantando un universo particular más disfrutable en el interior de la casa durante las secuencias que involucran a Lin Shaye.

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No consigue, sin embargo, cumplir con su objetivo de centrar la fuerza de la narración en los personajes, que terminan resultando planos, poco desarrollados y faltos de todo el carisma que encontrábamos en la cinta original. Contaba en las entrevistas de estos meses que pretendían "encontrar una forma de darle un giro nuevo y fresco", pero todo ha quedado en una anodina historia que ya conocemos aderezada por algún que otro ataque al corazón. La paradoja del terror comercial en manos de un director que triunfó alejándose de formalismos clásicos. Su efectividad dependerá de cada uno, por mucho que la promesa de agarrarnos a la butaca, más por pura memoria fílmica que nos recuerda lo que viene tras el crescendo de una nota de fondo, se convierta en un grito.

Los saltos en el tiempo marcados por el montaje dinamitan toda posibilidad de mantener el foco en el eje central de la película, es decir, en la trama de investigación protagonizada por Andrea Riseborough. El director, como decíamos, se marcaba el objetivo de construir una nueva historia en la que los personajes fueran el pilar fundamental, pero en La maldición se funden hasta cuatro historias: la trama central, con Muldoon y Goodman; la de la familia Landers, portador de la maldición a Estados Unidos; la de los Spencer, con Peter (John Cho) y su desafortunada incursión inmobiliaria en la casa; y la de Faith Matheson (Lin Shaye) y su marido, los últimos en ocupar la residencia. Ya sabéis el refrán: el que mucho abarca, poco aprieta, y, si bien son funcionales individualmente, colectivamente se convierten en un incordio para cumplir con la promesa.

La maldición 2020

La maldición tiene su propia maldición. La de una historia cuya frescura se perdió entre adaptaciones durante casi 20 años de estrenos de dudoso éxito, saltando de una a otra película que pretende llenar las salas con el nombre de una vieja gloria. Nicolas Pesce ha reescrito la base de la historia y la ha dotado de un nuevo cosmos en el que se hace evidente el interés, junto al de Sony, de arrancar de nuevo el motor, dejando el sello personal de un universo sádico, oscuro y vengativo; pero la propia exposición de la saga ha obligado a perder por el camino parte de la mitología, el simbolismo y los matices que convirtieron a la cinta original en una obra de culto. Esta maldición puede poner los pelos de punta, pero será difícil que nos persiga en nuestros sueños.

VALORACIÓN:

El reboot de La maldición ya tiene su propia maldición: la de un bagaje harto conocido que, más allá de algún sobresalto bien orquestado y del notable trabajo visual de Nicolas Pesce, sucumbe ante el limitado desarrollo que le permite a sus personajes.

LO MEJOR:

Escenas visualmente poderosas en todas sus historias capaces de cumplir con la etiqueta e intérpretes que nos transportan a la oscuridad que persigue.

LO PEOR:

Historias cruzadas que dinamitan toda posibilidad de desarrollar a los personajes. El efectismo es el peor enemigo del terror.
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