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¿Es malo que los adultos vean películas y series "para niños"?

Jesús Delgado

Teen Titans Go!
Que una película, serie o producto de entretenimiento sea infantil suele llevar consigo el desprecio de ciertos sujetos y una infravaloración por parte de la sociedad. ¿Pero que algo sea para todos los públicos o para jóvenes lo hace malo?

"El humor de Marvel es una mierda porque es para niños"; "Yo no veo películas de dibujos animados porque son para críos"; "Es que los únicos cómics auténticos y que merecen la pena son los que se hacen para adultos"; "Pues la nueva Predator es una traición por ese asqueroso humor de niño pequeño que le quieren meter"; "Buah, las series de animación de ahora son un asco, deberían ser como en los años 80"....

Nuevamente, os invito a tomaros un chupito (o los que tercien) cada vez que hayáis oído o escuchado afirmaciones tan severas como con las que abro este blog de opinión. Y es que, como vengo diciendo desde hace tiempo, parece que la sociedad friki (o la sociedad en general), vive presa de una especie de obsesión por la que si una película, una serie o un producto de entretenimiento es infantil, ya es malo por asociación directa. Y, por ello, este producto debe ser condenado como un producto menor, si no relegado al ostracismo para que nadie lo vea (no vaya a ser que se lo pase bien con ello y ¡oh, pecado mortal al canto!). 

En honor a la verdad, os confesaré que este es un blog de opinión que llevo ya tiempo deseando escribir, porque es un tema que, en verdad, me preocupa. ¿Es que acaso algo debe ser un crujir de dientes constante, excesivamente serio o elaborado para ser bueno?

El daño de las etiquetas

Veréis, la cuestión acerca del desprecio y la infravaloración de todo lo que suene a infantil tiene su origen en dos vías, en mi opinión. La primera es la concepción de la madurez con la que se nos ha educado. Desde hace mucho tiempo, en nuestra sociedad se considera que todo lo que se haga para niños es una producción menor. Durante décadas, tanto en España como en otros países, se dio una concepción tajante acerca de lo que es la madurez, que no da lugar a medias tintas. Otra de esas herencias tan bonitas y dañinas de la sociedad romana, por cierto. 

Este concepto se traduce en que si te gustan las películas Disney o disfrutas con videojuegos, que no necesariamente han de ser Mortal Kombat, eres un inmaduro. Al menos, esa era la norma general hasta hace poco y este punto de vista sigue muy extendido.

Debido a ello, se ha alimentado una actitud de purismo y de compensación, en la que los individuos adolescentes y adultos rechazan todo lo que suene a infantil como si su consumo los fuera a hacer menos válidos para actuar en sociedad. En lugar de juzgar los actos, opiniones o reacciones de las personas, se juzga lo que consumen. En este sentido, buena parte de la población desdeña todo lo que objetivamente (o no) no está hecho para el público juvenil e infantil, o tiene un tono de presentación cómico (como si la comedia no fuera todo un arte, oigan). 

Aunque me gusta pensar que esto se ha superado, aún tenemos pruebas de que existen muchos prejuicios en torno a si uno ve dibujos animados o canales infantiles o lee y compra shonen, cómic de superhéroes o juega a videojuegos no necesariamente violentos. Y es que, nos guste o no, estas concepciones han calado incluso a los consumidores de todos estos productos.

Esta asociación, a su vez, genera la segunda vía del problema. Durante mucho tiempo, este desprecio manifiesto caló en lo que llamaríamos el colectivo friki y/o los gamer de núcleo duro. Surgidos en los años 70 del pasado siglo, ciertos individuos fueron convertidos en objeto de burla y befa durante décadas debido al consumo que hacían de cómics, videojuegos, novelas de fantasía o ci-fi o series de culto...

Este colectivo de superconsumidores estaba despreciado o mal visto, a pesar de que eran un pilar importante de la industria del entretenimiento, ya que adquirían merchandise derivado de las franquicias que seguían, además de los productos principales. 

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Este rechazo tuvo como consecuencia una postura de respuesta. Los llamados frikis (nerds, raritos o como queráis llamarlos) se encerraban en su burbuja de seguridad, con sus reglas, gustos y doctrinas, ajenos al mundo exterior. Si sumamos a este cóctel que el friki medio no era un portento de las habilidades sociales, se daba pie a un personaje cuyo carácter está alimentado por la nostalgia y la concepción de cómo debería ser el mundo de acuerdo a las obras de acción. Más de uno dejaba atrás este "refugio" y se aventuraba al exterior, abandonando el consumo de estos productos y aceptando la regla social de que era malo comprar y ver "cosas para críos"

Llegados a los años 80/90, muchas editoriales y productoras se encontraron con el marrón de que las marcas ya no generaban los beneficios de antaño y hubieron de o crear nuevas, para traer un nuevo público, o hacer que el producto también envejeciera. Por ejemplo, en el caso de los cómics, hicieron que los personajes crecieran al ritmo de sus lectores de toda la vida. De este modo, no solo se retenían a lectores que ya tenían una cierta edad "para leer cosas de críos", sino que se asentaba un paradigma que trataba de dignificar conceptos como los superhéroes. Esta práctica también se extendió las historias de fantasía épica y de espada y hechicería (Conan, El Señor de los Anillos, etc...) o a franquicias como Star Wars, por citar la más famosa y con un fandom especialmente reaccionario.

Cierto es que que esta política dio lugar a las grandes novelas gráficas de los 80 y la producción de productos alternativos con puntos de vista "para adultos" de indudable calidad. Sin embargo, la consecuencia de esto produjo una sociedad que sigue considerando que, si lees un cómic de superhéroes en el metro, eres un tarado emocional.

La tendencia, inconscientemente, es la de huir de esta etiqueta. Ya sea porque al individuo se les ha amartillado hasta la saciedad desde pequeño, o porque lo ve en su entorno, hemos topado con un paradigma en el que el consumidor habitual o esporádico de productos "frikis"  acaba por renegar de todo cuanto no sea maduro, ergo bien considerado socialmente. Esto, a su vez suma una presión que desdeña no solo al público objetivo e infantil, sino a quien disfruta de una manera sana con estos productos o con planteamientos que no hieden a tragedia griega. Curiosamente, esta situación me recuerda a cierta película, cuya analogía nos viene que ni pintada.

El villano de Chitty Chitty Bang Bang

Vamos a pensar que para la mayoría, Willow ya es cine prehistórico y no sabéis de qué os hablo en el ladillo. Chitty Chitty Bang Bang es una película musical de 1968, protagonizada por Dick Van Dyke (sí, hombre, actor que interpretaba al amigovio colgado y pluriempleado de Mary Poppins) y Sally Ann Howes.

La película es un clásico infantil de culto y está basada en un libro de Ian Flemming, que entre cada aventura de James Bond le dio tiempo a escribir una historia para toda la familia. Y, como suele pasar en estas cosas, Chitty Chitty Bang Bang se parecía al libro lo que una pera a un melón. Sin embargo, estos detalles tampoco son muy importantes, ya que de quien quiero hablaros es del Barón Bomburst, el antagonista ficticio de la cinta. Y a eso vamos.

El Barón Bomburst, durante el visionado privado de Los últimos Jedi en su castillo
El Barón Bomburst, durante el visionado privado de Los últimos Jedi en su castillo

La trama de la película trataba de un inventor viudo, que intentaba sacar adelante a su familia en la Inglaterra de 1920. Para dar el gusto a sus dos hijos, y con mucho esfuerzo, lograba comprar un coche de carreras hecho polvo y lo restauraba en su taller. Luego, para celebrar el hito, la familia se iba a la playa. Y allí el padre les contaba un cuento, que duraba casi toda la película, en la que ellos eran los protagonistas y habían de enfrentarse al malvado Barón Bomburst, gobernante de Vulgaria (sí, con V), que quería hacerse con el coche y con los inventos de "papá".

Bomburst era una mezcla entre el Doctor Muerte y Alan (Zach Galifianakis en la trilogía del Resacón), un tirano con complejo de Peter Pan que tenía a sus súbditos acogotados. ¿Su principal mandato? Prohibidos los niños. El tío tenía a sueldo incluso a un cazador profesional de niños, cuyos modos y aspectos harían sospechar a cualquier Fiscalía de Menores, por cierto.

Hablando de Resacón, ¿sabéis que una de las fechorías más infames de Alan se repitió EN LA VIDA REAL?

El motivo de esta persecución era que el Barón quería quedarse con todos los juguetes del reino, atesorándolos en su castillo, en una sala privada, mientras trataba de matar a su señora de maneras sádico-crueles-festivas. De este modo, se quitaba la competencia, encerrando a los críos en mazmorras, y así se quedaba él con todos los juguetes. Creo que ya sabéis por dónde estoy yendo, ¿verdad? Bueno, si no, ahora os lo desarrollo

¡Bienvenidos a Nunca Jamás!

Hará unos meses, os hablé en un blog sobre series que estaba teniendo remakes ahora. Lástima que lo publicara antes de la reacción que trajo consigo el anuncio de la nueva producción de She-Ra. Pero será mejor que no nos desviemos. Solo diré que la cuestión reflejada en ese texto hila con la que estamos tratando aquí.

Aquí tienes los 10 mejores cómics y novelas que te podemos recomendar para evadirte en la playa

De manera paralela, en una entrevista que concedió hará un tiempo Alan Moore, el escritor llamaba subnormales emocionales a los lectores de cómic de superhéroes. Y algo de razón no le falta, aunque el término empleado por el guionista de V de Vendetta no sea el más apropiado, ni tampoco creo que deba aplicarse unilateralmente al friki, sino al conjunto de la sociedad. 

Ya desde hace tiempo, vengo sospechando que vivimos en una sociedad en la que se ha fomentado las reacciones pueriles, al tiempo que se condenan los productos y el consumo para jóvenes. Esto es, como sugería más arriba, condenamos a alguien por que disfrute con Frozen o se ría con Teen Titans Go!, pero nos parece normal que se endeude hasta las cejas para ir a ver a la Selección Española de Fútbol a Rusia, o que pague cantidades obscenas por las entradas a concierto o que se comporte como una mezcla de troglodita y demonio de Tasmania en las redes sociales y en su día a día. Para que quede claro: me parece fabuloso que la gente disfrute yendo al fútbol o a conciertos, pues precisamente quiero defender que cada uno se divierta como quiera. Pero no me parece bien que unas formas de diversión se acepten como normales o deseables y otras, igual de válidas, sean denostadas.

Trasladado a los consumidores de las películas y cómics de superhéroes y también de artículos de fantasía y ci-fi, esta curiosa disociación también se aplica, aunque más por géneros y temas que por hábitos. Parece que todo género a tener en cuenta debe tener un tratamiento adulto y cruento, si no, no vale. Así, se obvia que estamos hablando de productos nacidos y concebidos para entretener al público juvenil y que la "madurez" de su discurso solo es una treta de marketing para retener al consumidor de toda la vida y que no se sienta acomplejado y, a la vez, captar al grueso social, que ve con desconfianza y desprecio cualquier cosa demasiado fantasiosa, blanca y, valga la redundancia, infantil. 

De este modo, tenemos a adultos que tratan de justificarse ante sí mismos y ante la sociedad debido a su gusto por una temática y enfoque determinado, al tiempo que denigran aquello otro que no encaja con lo que socialmente se acepta. Dicho de otro modo, estamos ante adultos que se comportan como adolescentes que tratan de demostrar a todos (incluidos ellos mismos) que son ya mayores y que han trascendido la barrera de "jugar con muñequitos". Y aún así, siguen comprando juguetitos y debatiendo sobre quién mete hostias más grandes, si Goku o Superman, como si la cosa fuera un tratado de leyes y no cuestión de mitología moderna, con base lúdica. 

Así hubiera sido "perfecta" la película de Los últimos Jedi, según una parodia

Los efectos de esta situación llevan a que tengamos gente ya madura físicamente, pero con reacciones muy pueriles, que a su vez tratan de justificarse en base a que lo que consumen "es adulto". Paralelamente, esta posición está alimentada por el efecto nostalgia, que les empuja a exigir que todo deba seguir siendo como cuando ellos eran chavales.

Por eso, se genera a su vez un segundo efecto cuando llega el cambio. Ellos quieren seguir sintiéndose como antaño, conservando las esencias. La llegada de nuevas generaciones y propuestas son tomadas "traiciones" a la verdad revelada en la que fundamentan sus hábitos de consumo, que en parte también es asumida como un sucedáneo de la religión. De ahí que cuando las nuevas generaciones llegan, queriendo disfrutar y jugar con sus "juguetes" a "su manera", se cortocircuiten y consideren que el cambio es meramente "infantil".

Esta ruptura de la "burbuja de protección y nostalgia" hace que los consumidores de material "friki" quieran que lo que para ellos es supuestamente adulto siga inmutable cuarenta años después, sin tener en cuenta que todo se basa en una industria de consumo. Si algo vende, se sostiene, si no, fracasa como marca. De ahí que el relevo generacional sea tan necesario y el discurso se deba adaptar. 

Y, a su vez, la idea de que todo debe ser adulto para ser bueno, se permea en sus cabezas, entrando en la dinámica de desprestigiar y vilipendiar todo lo que no cuadre con el concepto de producto para adultos. Para reflejar esto, tomemos ejemplos cinematográficos que nos pillan muy a mano: El Caballero OscuroGuardianes de la Galaxia.

Ambas presentan paradigmas muy distintos y opuestos. Pero la sociedad dicta que solo la primera es adulta, luego digna de respeto, sin caer en la cuenta a que es un placebo con el que se le vende a la gente que no le gustan los superhéroes, diciendo que estos son tan serios como una película de Kubrick. En esencia, ojo, yo creo que ambas son películas muy dignas y entretenidas, pero, para el común de los mortales, las historias de tíos con capas y mallas son para tarados, niños grandes y gente rara. Por ello, las payasadas de los Guardianes deben ser tomadas como una película de género menor. 

En mi opinión, esta generación de niños grandes que buscan refrendarse como adultos a los ojos de la sociedad, se ha convertido en parte del problema y no de la solución. Hacen más grande la brecha entre productos infantiles / juveniles y los supuestamente adultos. Alimentan los prejuicios de la sociedad y también los complejos que nos convierten en adolescentes en cuerpos maduros. 

Quizá, y digo solo quizá, debiéramos relajarnos un poco y no olvidar de lo que estamos hablando. Que leer o escuchar expresiones como "han destruido mi infancia" o "esto es una traición a..." resultan terribles. Por na hablar de que no se puede destruir tu infancia, porque tu infancia ya pasó. Y es que parece que en lugar de hablar de obras de entretenimiento se esté debatiendo acerca de pasajes de un libro sagrado de verdad univoca.

De verdad, señoras y señores, relajemos un poco el esfínter. Esto es espectáculo y entretenimiento, no la revelación del Fin del Mundo ni del Sentido la Vida. Tengamos un poco de perspectiva y aprendamos a disfrutar un poco con todo. 

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