Crítica de Black Summer temporada 2 - La mejor serie zombi del momento

Hemos perdido ya la cuenta de tragedias imposibles y dramas humanos que se nos han contado en torno a la supervivencia zombi, tanto en cine como en televisión. Sin embargo, de alguna manera, la temporada 2 de Black Summer ha conseguido ceñirse a la esencia del concepto y, a la vez, resultar fresca e impactante.

Ya os contamos en su momento que la temporada 1 de Black Summer nos sorprendió para bien y esta nueva tanda de capítulos (8, de unos 40 minutos cada uno) ha conseguido refinar aún más la fórmula. A diferencia de la sempiterna The Walking Dead, que cada vez más ahonda en reflexiones largas y hasta tediosas sobre sus personajes, esta serie de Netflix presenta ritmo, ritmo y ritmo desde el minuto 1.

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La secuencia inicial del primer episodio (que nos presenta un falso plano secuencia a base de trucos de montaje y cambios radicales de cámara muy originales) es toda una declaración de intenciones: los personajes han de sudar tinta para escapar de los zombis: correr, saltar, zafarse, golpear con violencia... Estas coreografías de lucha y supervivencia recuerdan más a John Wick que a la típica serie zombi, de tal forma que no dejan un respiro al espectador.

Podríamos considerar que la temporada 2 de Black Summer se articula en dos partes: sus primeros episodios son más viscerales, extremos, centrados en la acción, la supervivencia y las miradas furtivas. Poquísimas palabras en cada episodio dejan paso al lado físico de las actuaciones, arropadas por una cámara que es un personaje más: se asoma para otear la acción como si fuéramos nosotros mismos, movidos por la curiosidad de entender qué está pasando de verdad.

Ya la segunda tanda de episodios da mucho más paso a los diálogos y el trasfondo de los personajes. Aunque por momentos está a punto de caer en el exceso que os contábamos antes sobre The Walking Dead (demasiadas reflexiones, demasiadas anécdotas sobre cada personaje), aquí consigue mantener el ritmo gracias a la constante acción y tensión.

Desde el punto de vista narrativo, quizá la faceta más experimental es la que falla en más ocasiones esta serie de Netflix, aunque se agradece que lo intenten: retroceder en el tiempo varias veces, solo unos minutos, para ver qué estaban haciendo las otras facciones de un enfrentamiento antes de que estallara el conflicto, de tal forma que entendamos las motivaciones de unos y otros sin necesidad de hablar demasiado. A veces, tanto retroceso se hace pesado, porque da la sensación de que la acción no acaba de propulsarse hacia delante. Sin embargo, está todo tan bien contado, con tanto ritmo interno, que sabemos perdonarlo.

Y es que Black Summer no se detiene a llorar las muertes (que las hay, y muchas). Los personajes saben que el que pestañea, puede morir, así que en esa crueldad constante del entorno hay un gran factor de ritmo.

El único capítulo que rompe por completo con la dinámica, el quinto, llamado Caballo blanco, es curiosamente de los mejores de la serie, quizá porque no se ha abusado de la fórmula en ella: es mucho más reflexivo, más personal, pero nunca deja del todo esa sensación de angustia humana. Nadie puede confiar en nadie del todo y, más que un ataque de un zombi veloz a traición, hay que temer mirar hacia otro lado y que tu aliado te encañone en la nuca.

El cambio de ambientación de esta temporada (irónicamente, ahora Black Summer tiene lugar en entornos nevados y con temperaturas extremas) también ayuda en la narrativa y, para los que somos jugones, ayuda a notar paralelismos en la historia con The Last of Us 2. Al final, la conclusión es la misma: un mordisco zombi es letal, pero resultan más destructivos el miedo, la desconfianza y el egoísmo humanos.