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Crítica de Las chicas del cable, que llega a su final definitivo

Las chicas del cable
Crítica de Las chicas del cable (Cable Girls), que llega a su final definitivo con una última tanda de cinco episodios confirmando la despedida en Netflix. Disponible desde el 3 de julio de 2020.

Las chicas del cable, esa serie que nos hizo sentir cierta ilusión al tratarse de la primera ficción española de Netflix, ha hecho lo mejor que podía hacer: terminarse de una vez por todas. La sensación es de cierto alivio por no tener que seguir padeciendo una ficción pretenciosa en su trasfondo, pero muy poco ambiciosa en cualquier otro plano además de bastante ridícula en su ejecución.

Sin embargo, llegar a este punto ha sido agónico. En lugar que lanzar los diez episodios de la quinta temporada del tirón, la serie se dividió en una primera parte de cinco capítulos y se dejaron los cinco restantes como despedida final.

De nuevo, nos enfrentamos a un salto temporal, aunque más pequeño: han pasado siete meses a lo largo de los cuales Lidia ha estado en el centro de reeducación regentado por la gran villana (hasta el momento) Carmen, interpretada por Concha Velasco. Se sabe el tono que quiere adoptar la serie por la cantidad de rimmel de Blanca Suárez, así que al verla "despelucada" y sin maquillaje ya queda claro que se intenta adoptar un enfoque superdramático...

Ya sabemos que una de las máximas de la serie es que las adoradas "chicas del cable", son ángeles en la tierra, así que Lidia, que de por sí cuenta con toda la animadversión de su exsuegra que le tiene ganas, encabeza una revuelta para conseguir medicamentos para las reclusas enfermas de tifus mientras doña Carmen planea ni más ni menos vender a los hijos de las internas a familias ricas. 

Entre tanto, una embarazadísima Marga oculta a Pablo y a su hermano Julio en su casa mientras comete la imprudencia de contárselo a Isidro, que les delata. Óscar tiene su enésima crisis de identidad y decide dejar a Carlota.

En Las chicas del cable siguen a la orden del día los giros de guión abruptos, incomprensibles e incoherentes que intentan en un momento dado blanquear a personajes para redimirlos después de haberlos visto cometer o planear al menos atrocidades que no solo son imperdonables sino que escarban en un pasado reciente muy doloroso.

En nuestras críticas de temporadas anteriores habréis visto que hasta nos hemos tomado con cierto sentido del humor que la serie le dé patadas a los libros de Historia. Lo suyo no son solo anacronismos y excesos formales (esa música, esa puesta en escena de baratillo, esos primeros planos culebronescos de ojos empañados en lágrimas, esa manía de detener la acción en seco para lanzar grandilocuentes parlamentos de la protagonista, etc.), sino unas fabulaciones que dan cuenta de la fértil imaginación de unos guionistas que solo saben ver el pasado con las gafas de los años 2000 en clave de folletín.

Pero es que esta quinta temporada nos ha quitado las ganas de reírnos del asunto al ingresar en una convulsa época como la Guerra Civil y la posterior represión y sacar a la luz barbaridades en un flujo narrativo maniqueo que lo reduce todo al absurdo. 

Lo que tan bien mostraron películas como La trinchera infinita mostrando el miedo que llevó a tantos a esconderse tras los muros de las que habían sido sus casas, aquí se convierte en una alacena con doble fondo de la que se entra y se sale como si tal cosa. La tragedia que supuso la separación de muchas madres de sus hijos en tramas de robos de bebés y niños que se alargó hasta bien entrados en los años 80, aquí se muestra de una manera pueril y estúpida con las grandes protagonistas como adalides de la libertad y oposición al poder. Probablemente no se podrían haber planteado peor temas tan importantes, tan trascendentes de tal resonancia en nuestro pasado reciente. Frivolizar de esta forma con ellos para construir a personajes antagónicos a las protagonistas para luego intentar colarnos que se han redimido da vergüenza ajena.

Tampoco es el único pecado que comete la última temporada de Las chicas del cable que lo mismo nos lleva a la ópera, que a las carreras de caballos. ¿Por qué no? Total, cualquier ápice de verosimilitud ya se agotó en la segunda temporada... El desaliñado guión recoge intoxicaciones con veneno, infiltraciones, regresos de personajes que creíamos perdidos y alguna que otra ida de olla monumental como que Óscar recupere su verdadera identidad.

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Del plano técnico casi mejor ni hablamos porque seguimos teniendo los problemas endémicos de siempre: un montaje que casa a puñetazos, fallos de raccord, una iluminación pobre y, sobre todo, unas pausas inmensas que no se justifican (para qué) en las cuales "los malos" deciden siempre dejarles su tiempo a Lidia y compañía para que se hagan con las riendas de la historia y dejen claro lo importante que es cómo se sienten, encapsulando la acción y provocando que nada tenga sentido.

Las chicas del cable concluye y lo hace bastante mal, con su temporada más floja y menos congruente, todo un logro, porque el listón estaba por suelos. Y ojo, con un mix de los supuestos mejores momentos de la serie que sirve de repaso para recuperar, precisamente, lo que menos funcionó de cada temporada.

Solo se sentirá decepcionado quien albergara expectativas de que esto podría haber terminado mejor. No era nuestro caso. Los episodios titulados poder, paciencia, dolor, derrota y final han convertido el final de Laschicas del cable en una derrota dolorosa ante el poder tras acabar con nuestra paciencia.

VALORACIÓN:

La primera serie de producción española para Netflix agoniza entre estertores tras dar un pobre ejemplo de cómo cerrar una historia. La calidad brilla por su ausencia y resulta frívola hasta límites insospechados a la hora de tratar temas relevantes de nuestro pasado reciente. Diríamos que el final es decepcionante, pero no esperábamos mucho más.

LO MEJOR:

Que se haya terminado ya por fin y deje de dar lecciones de moralidad por medio de sus caricaturescos personajes. Qué descanso.

LO PEOR:

Es todo tan ridículo y pretendidamente trascencental que no sabríamos por dónde empezar: el guión, por supuesto, las interpretaciones, los tiempos...
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40

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