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Crítica de Cold War, drama sobre el amor y la música de Pawel Pawlikowski

Cold War
Crítica de Cold War, un atípico drama de Pawel Pawlikowski, rodado en 4:3 y blanco y negro. Esta dura historia de amor, con la música como telón de fondo, se estrena el viernes 5 de octubre en España.

"Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; contigo porque me matas, sin ti porque me muero", rezaba la copla a la que hace honor la película de Pawel Pawlikowski, centrada en el mal llamado "amor", pero al que más bien deberíamos referirnos como obsesión patológica o dependencia emocional, que lleva a los amantes a un proceso de autodestrucción y alienación progresivo y alarmante.

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La película Cold War nos lleva a la Polonia posterior a la Segunda Guerra Mundial, presentándonos a Wiktor (Tomasz Kot), un reclutador de nuevos talentos para la creación de un cuerpo de baile y coro floklórico con el que se pretende recuperar "la esencia del pueblo", esas tonadas y melodías que cantan niños y borrachos por las calles en las que se expresa el arraigo, la dicha o la tristeza propias de la región.

Más allá de la idea romántica de recuperar los valores nacionales, hay, por supuesto, un interés velado de transmutar esa música en una obra de arte para atraer a las masas y posteriormente aleccionarlas, transmitiendo mensajes de alabanza a Stalin y al resto de las autoridades comunistas. 

En este complejo contexto, Wiktor conoce a Zula (Joanna Kulig), una enigmática mujer de turbulento pasado de la que se enamora y con la que decide huir aprovechando una escapada del equipo a Berlín oriental. Sin embargo, nada sucede como él lo ha programado y vivirá con ella una tortuosa relación de forma sincopada, mientras los ritmos y la música marcan los cambios de época: de las canciones agrestes (diríamos hasta bastas), hasta las aleccionadoras misivas corales, el aterciopelado jazz, el alocado rock n'roll o los ligeros ritmos latinos.

Con esta película dramática, hay dos ideas que el cineasta polaco responsable de Ida, película con la que se alzó con el Oscar, sabe transmitir a la perfección: la primera de ellas, como ya hemos señalado, el amor fatal que puede llegar a resultar desesperante para más de un espectador. Los personajes, tras conocerse y enamorarse en una época en la que reina la falta de libertad, son incapaces de hacerse felices el uno al otro en tiempos de paz. Dicen quererse, pero no se soportan, probablemente porque en el núcleo de su relación ha existido siempre una explotación que resulta insoportable.

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La segunda idea, ligada íntimamente a la primera, es la de la mercantilización del arte: la música y el baile siempre están al servicio de un interés, generalmente ideológico y/o monetario. Para ello, Pawlikowski utiliza en Cold War un recurso con especial acierto: tomar una misma melodía e irla variando a lo largo del metraje. Parece increíble que estemos siempre escuchando una misma canción pero arreglada en clave de distintos estilos musicales... Por eso, no es de extrañar que el viaje termine donde empezó: buscando de nuevo esas raíces perdidas y esa ya irrecuperable belleza primigenia.

El "cómo" es tan importante como el "qué". Con una pantalla en una relación de aspecto de 4:3, es decir, prácticamente cuadrada, y con un crudo blanco y negro, tenemos una declaración de intenciones muy temprana: estas elecciones solo pueden obedecer al propósito (al que no le falta cierta pretenciosidad) de remitirse a un cine clásico y atemporal. La labor de realización del director y coescritor del libreto junto a Janusz Glowacki es para quitarse el sombrero, con planos que son auténticas piezas artísticas en lo que a composición, luz y estilo se refiere y con números musicales multitudinarios bien resueltos y llenos de vida y gracia (que se complican especialmente su atendemos al formato de la pantalla).

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Frente a la contención de Tomasz Kot, la actriz Joanna Kulig realiza en Cold War un trabajo que solo podemos calificar como alucinante, desnudándose una y otra vez (en sentido metafórico y alguna vez en sentido literal también) ante la cámara en cada nueva reinvención musical, que termina por convertirse en una verdadera mascarada cuando la vemos actuar por última vez, ya completamente transformada en otra persona y aborreciéndose en esa metamorfosis.

En suma, estamos ante una película muy potente tanto por su fondo como por su forma, con la que Pawlikowski ha obtenido este mismo año el premio al mejor director en el Festival de Cannes, pero que no es ni mucho menos una película sencilla ni fácil de ver. Desde una óptica actual (desde la que por cierto, nunca es justo juzgar una obra que retrata una época pasada o incluso varias, como es el caso), la relación que muestra es tan destructiva y enfermiza que llama la atención incluso que el director le haya dedicado la película a sus padres, que al parecer también tuvieron un romance complicado y que se desarrolló en distintos países por culpa de un exilio forzoso.

En el caso de la ficción, el trasfondo político y social evoluciona de modo tal que son los propios personajes quienes se autoboicotean. Es cierto que el guión no les juzga, solo nos los presenta, pero qué difícil es empatizar con ellos y sus acciones...

VALORACIÓN:

Pawel Pawlikowski compone un bello y desesperante poema rimando imágenes y melodías que nos llevan a conocer las etapas de una destructiva pasión. Cuando la obsesión se confunde con el amor, Tánatos vence a Eros.

LO MEJOR:

¡Joanna Kulig! Lo bien que muestra la mercantilización del arte y cómo una sencilla canción es el vehículo para narrarnos los vaivenes del tiempo.

LO PEOR:

Los personajes son desesperantes, como su propia relación autodestructiva.
Hobby

80

Muy bueno

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