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Crítica de Los dos papas, con Jonathan Pryce y Anthony Hopkins

Los dos papas
Crítica de Los dos papas, una película escrita por Anthony McCarten y dirigida por Fernando Meirelles protagonizada por Jonathan Pryce y Anthony Hopkins. En cines por tiempo limitado y disponible en la plataforma Netflix a partir del 20 de diciembre.

Los dos papas es una película, como poco, sorprendente. Era de esperar que un discurso acerca de la relación entre dos figuras tan alejadas la una de la otra en planos fundamentales del desarrollo de sus tareas viniera con un fuerte componente dialéctico, pero el guión de Anthony McCarten consigue un precioso equilibrio sazonando la historia de un luminoso sentido del humor.

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Recordemos que McCarten fue el responsable del libreto de la estupenda La teoría del todo, otro retrato íntimo de una figura archiconocida, en cuyo pasado también buceaba a su antojo y del posterior guión, por el que también estuvo nominado al Oscar, de El instante más oscuro, en el que diseccionaba a Winston Churchill. Huelga decir que los retratos humanos se le dan de maravilla, pero es que además, con Meirelles en la dirección y dos fantásticos intérpretes al frente de la función.

Los dos papas nos lleva a conocer  un encuentro ficticio entre los dos personajes rellenando los huecos con los detalles que habrían podido ser el detonante del último cónclave en el que la fumata blanca anunciaría el consenso para nombrar al arzobispo argentino Jorge Bergoglio papa de la Iglesia católica y el cambio de rumbo que auspiciaba emprendiendo una reforma desde sus cimientos (quien quiera ahondar en estas cuestiones puede visionar El Papa Francisco: un hombre de palabra).

Esto incluía una visión mucho más abierta hacia cuestiones fundamentales como el uso de anticonceptivos, la homosexualidad o el divorcio pero también en materias como la práctica de la austeridad y el compromiso por la ecología (no es en absoluto baladí el plano final, quedaos en la sala hasta el último instante) por no hablar, por supuesto, de la condena de los casos de pederastia conocidos y encubiertos por la anterior cúpula.

Pero antes de que todo eso sucediera, la película imagina que Ratzinger, ya bastante enfermo, aquejado de la ceguera de un ojo y con problemas de movilidad, hubiera convocado a Bergoglio a la Santa Sede a un encuentro personal en la residencia de verano del papa. A lo largo de este tiempo, podría haberse producido entre ellos una gran batalla dialéctica por los extremos que los separaban: tradición y progreso. 

Intramuros, ambos tendrían que acercar posturas y llegar a puntos en común para empezar a vislumbrar un nuevo camino para la iglesia católica. Y una paradoja: Bergoglio no podría renunciar a su cargo, que era su voluntad primera, en tanto que Ratzinger no podría haber convocado el nuncio y el papa no podría haber renunciado a su cargo sin convencer al primero de presentarse como sucesor.

La película nos lleva así a conocer aspectos poco conocidos de la historia personal del actual papa por medio de flashbacks primero en blanco y negro y posteriormente en color, como la relación sentimental que dejó de lado por su compromiso religioso o su tortuosa relación con la dictadura militar argentina que le llevó que le llevó a cometer uno de los errores más inquietantes de su carrera.

Pero en Los dos papas también conoceremos otros aspectos más íntimos e informales como el por qué de la elección de su nombre o su pasión por el fútbol y el tango. Todos estos aspectos, puestos en pie por un tándem interpretativo tan excelente y que destila tanta química, son dignos de aplauso.

Y es que si hay un aspecto que le da una potencia increíble a la película, además de sus juegos con la verdad, es el casting: Jonathan Pryce (Juego de tronos) se transfigura de tal modo en Bergoglio que llega un momento del montaje en el que no sabes a cuál de los dos estás viendo, si a la figura real o la ficcional, insertada de forma digital. El parecido de Hopkins (Westworld) con Ratzinger es menor, pero la potencia de su interpretación rellena el hueco sin problema.

Uno de los sellos de identidad de Meirelles es el montaje, muy picado en algunas ocasiones. Aquí vuelve a hacer gala de ello, contando con material de archivo. A veces lo utiliza tal cual, a veces lo manipula para insertar a los personajes ficticios y llega a generarte la duda de quién es quién y sobre todo, de hasta dónde llega la realidad.

En cualquier caso, por supuesto, esto está al servicio de la historia: ese encuentro de fuerte carácter conciliador en el que vemos a dos personas dispuestas a encomendarse la una a la otra, revisando su pasado y también sus aspiraciones de futuro, limando asperezas y buscando sus propios puntos de encuentro.

Quizás el mayor pecado de la película es evitar la polémica caminando de puntillas en torno al peliagudo tema de la pederastia y evitando profundizar en el pasado de Ratzinger... mucho más extenso es el paseo por el reverso tenebroso del pasado de Bergoglio, aunque está también muy afinado su proceso de redención, que no de expiación total. El pasado, estará ahí siempre. El reto es aprender a vivir con aquel que fuiste una vez. Aquí es donde encontramos el mensaje más luminoso y más sincero de una película que sabe ser solemne cuando toca y divertida cuando la narrativa se lo permite. ¡Buen trabajo!

VALORACIÓN:

Meirelles construye un relato muy vivo, lleno de humor y humanidad para retratar a dos personas completamente distintas, antitéticas podríamos decir, pero abocadas a entenderse por un bien mayor, si bien antes será necesario que hagan una revisión de los errores de su pasado.

LO MEJOR:

El tándem interpretativo de Jonathan Pryce y Anthony Hopkins... Al primero llega un momento que no lo distingues del papa Francisco.

LO PEOR:

Los primeros flashbacks de la juventud de Bergoglio en blanco y negro te sacan un poco de la historia. Resultan demasiado teatrales.
Hobby

78

Bueno

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