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Crítica de Emily en París, la nueva comedia romántica de Netflix

Emily en París
Crítica de Emily en París (Emily in Paris), la nueva comedia romántica de Netflix creada por Darren Starr y protagonizada por la actriz Lilly Collins. Estreno el 2 de octubre de 2020.

De obligado visionado en versión original para no perderse ninguno de los malentendidos lingüísticos del choque cultural entre Estados Unidos y Francia, llega a Netflix una serie creada por la MTV que hará las delicias de los fans de acérrimos de la imagen que exporta París, como gran embajadora de la moda, la exclusividad y, por supuesto, el romanticismo.

Emily en París es una comedia romántica ligera y de fácil consumo (diez episodios de media hora componen una primera temporada que con su giro final deja bien cimentada una más que probable segunda entrega) que tiene un público objetivo muy bien definido.

Creada por el guionista Darren Star, fuertemente vinculado a proyectos exitosos como Sexo en Nueva York, Melrose Place, Younger o Sensación de vivir y sus ramificaciones Sensación de vivir: la nueva generación y BH90210, sigue una premisa similar en la que los enredos amorosos toman el control de la trama.

Emily es una joven experta en marketing e incipiente influencer gracias a su cuenta de Instagram @EmilyInParis que se muda a la capital francesa desde Chicago para llevar una "perspectiva estadounidense" a una agencia de publicidad llamada Savoir que trabaja para marcas de lujo. Su punto de vista es mucho más aperturista y pragmático, incorporando a sus estrategias de redes sociales campañas out of the box que, si bien en principio son recibidas con cierta frialdad por sus superiores, pronto dan fruto.

Encandilada por los encantos de París, Emily conocerá a Mindy, una mujer china que trata de abrirse camino al margen de sus adinerados progenitores y Camille, cuya familia posee un chateau en el que elaboran su propio champagne.

Por otra parte, la situación amorosa de la joven irá complicando cada vez más su vida: tras romper con su novio al ver que la relación a distancia no funciona, se enamorará de un chef que casualmente es su vecino, pero otros pretendientes interesados en ella complicarán su vida amorosa y profesional, de por sí frágil por los equívocos y problemas derivados de su juventud e inexperiencia además de sus problemas para hablar francés, un idioma que no domina.

El lado tóxico de la serie, su talón de Aquiles

Dice la protagonista de Emily en París en un momento dado que se siente "como Alicia a través del espejo". Y tiene más razón de lo que cree. Queriéndolo o sin querer, la serie promueve ciertos estereotipos que pueden resultar negativos para el público joven que se enfrente al visionado. Una persona normal se preguntará a menudo si Lilly Collins (Hasta los huesos) no estará a punto de desmayarse por su extrema delgadez (dan ganas de prepararle una fabada y darle friegas en los pies para que entre en calor), aunque por otra parte queda de manifiesto que su aspecto es condición indispensable para lucir varios modelitos por episodio, a cual más chic. Increíble el parecido cada vez mayor de la actriz, por cierto, con Audrey Hepburn, salvando las distancias.

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Está más que claro que estamos ante una ficción con poca relación con la realidad, pero no hay que dejar de lado que puede haber mentes impresionables que pretendan seguirle el ritmo a la siempre exitosa Emily, que como los gatos parece tener la capacidad de caer siempre de pie, aparte de embelesar a todo hombre con el que comparte plano. Su personaje además tiene una gran capacidad para "enganchar" por pretender representar a una persona ajena al lujo que accede a él y busca democratizarlo. Ésta es su gran aportación como influencer en un mundo reservado en principio para una élite muy cerrada.

Aunque la serie se molesta en crear un personaje fuerte e independiente emocionalmente de las figuras masculinas que toma sus propias decisiones (incluso entablando relaciones esporádicas o puntuales con cierta promiscuidad) no deja de haber una incómoda idealización del amor romántico y cierto abuso de la famosa tensión sexual como eje central que llega a resultar un tanto pueril.

En cualquier caso, Emily en París se deja ver y es otro escaparate más, luminoso y optimista, para la ciudad. Sabe explotar su imagen mostrando lugares emblemáticos como la exposición interactiva de Van Gogh en el Atelier Des Lumières, la torre Eiffel o la orilla del Sena y de paso recrearse en los tópicos regionales: las despedidas a la francesa, el mal humor de los parisinos hacia quienes no dominan su lengua, la importancia de la elegancia y el refinamiento, su faceta de bon vivants y su fama de amantes apasionados, etc. para crear gags divertidos. Si habéis visitado París, sabréis que eso sí que tiene mucho de real.

VALORACIÓN:

Los enamorados de París que sueñen con croissants recién horneados, paseos a la orilla del Sena y besos con sabor a champagne a los pies de la Torre Eiffel tienen una cita con la nueva comedia romántica de Darren Starr que les suministrará una ingente cantidad de postales idílicas y enredos amorosos. El resto, que se abstenga o vomitará arco iris.

LO MEJOR:

Su descaro y optimismo: es una serie luminosa, un divertimento pasajero y evasivo que tiene cierta capacidad de enganchar a la audiencia.

LO PEOR:

Promueve un montón de estereotipos que tienen su lado tóxico: desde el culto a la apariencia física hasta el amor romántico.
Hobby

70

Bueno

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