Crítica de Finch, un drama postapocalíptico muy humano que te hará querer aún más a Tom Hanks

A simple vista, puede ser tentador menospreciar Finch dado que su argumento se parece al de historias similares de las que hemos sido espectadores en muchas ocasiones ya, pero el guión de Craig Luck y Ivor Powell destila una calidez y una humanidad que raras veces encontramos en películas de este corte, en las que el interés se centra más en el morbo y lo truculento que en las personas.

Miguel Sapochnik, uno de los directores más aplaudidos y laureados por su trabajo en Juego de tronos que le ha valido dos premios Emmy (y que se hará cargo del primero de su spin-off, La casa del dragón), se encarga de rodar una película llena de matices y de momentazos que la hacen perdurable en el tiempo.

El personaje principal, Finch, es un hombre solitario que malvive en un mundo postapocalíptico con la única compañía de su perro Goodyear y un pequeño robot que le acompaña en sus expediciones en busca de comida.

Un cataclismo solar ha barrido el planeta, destrozado la capa de ozono y elevado los niveles de radiación, al punto de que son incompatibles con la vida en el exterior a lo que hay que sumar periódicas tormentas de arena, ciclones y relámpagos que van minando lo que queda de las ciudades y hacen cada vez más difícil la supervivencia.

Tras vivir en un búnker durante quince años, Finch se da cuenta de que no le queda más remedio que abandonar la seguridad de su "hogar", pero para ello, necesita ayuda. De esta forma, aplica sus conocimientos en ingeniería robótica a crear un robot humanoide al que tiene que enseñarle todo lo que sabe antes de que la radiación acabe con él.

Su mayor preocupación es que la máquina comprenda la relevancia de lo que suponen las experiencias y que de esta forma consiga hacerse con la confianza de Goodyear a quien deberá alimentar, cuidar y proteger en un entorno evidentemente muy adverso.

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De esta forma, la relación que entablan Finch y el autonombrado Jeff es exactamente igual que la que habría entre un hombre y su hijo. El primero trata de trascender pero tiene también un complicado rol como educador que hace que tenga que reprender al robot, instarle a que le imite al principio, pero también a saber improvisar e incluso "vivir" en momento sin ponerse en peligro.

Finch es una película que da en la diana con un discurso duro, quizás algo triste a veces pero que cuenta con un final luminoso abierto a la esperanza y con un buen puñado de enseñanzas sobre la vida que son para quitarse el sombrero.

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Tom Hanks carga casi solo con el peso dramático de una película que se desenvuelve a medio camino entre el cine de catástrofes y la road movie, pero hay que decir también que los efectos especiales son magistrales y que tanto Jeff como el pequeño robot y el perro son tremendamente expresivos de tal manera que parecen hablar con la mirada. Extraordinario diseño de producción.

De la interpretación invisible de Jeff también tendríamos que hablar, dado que se encarga de prestarle su voz y sus movimientos mediante captura de movimiento el poliédrico actor Caleb Landry Jones, de cuyo trabajo en Nitram hemos podido disfrutar recientemente en Sitges. Él insufla algunas notas de humor al personaje, mostrándolo a veces patoso y otras demasiado lanzado.

Finch es una historia que te atrapa y te va llevando en un crescendo emocional que hace que, sin ser sensiblera, se ahonde en lo que nos hace humanos. Hanks vuelve a hacernos celebrar la vida y sus pequeños placeres, además de entregar otra interpretación para enmarcar al ritmo de una banda sonora exquisita compuesta por Gustavo Santaolalla.

Estamos ante cine de la vieja escuela en el mejor de los sentidos, dado que se nota el sello de los productores de este proyecto: Robert Zemeckis y la compañía Amblin que fundó Steven Spielberg. Da la sensación que vamos a echar mucho de menos películas de corte clásico como ésta, en apariencia sencillas, pero de calado.

Que sirva, aunque solo sea, para que llegue bien lejos su mensaje ecologista: no hay excusas para seguir destrozando nuestro planeta... al final nos lo hará pagar con una patada en el culo.