Crítica de John y el hoyo - La adolescencia más cruda y furiosa

La adolescencia puede ser muy problemática. Es un periodo de la vida en el que se sufren muchos cambios, tanto físicos como psicológicos. Una etapa inestable para el muchacho o la muchacha que ve cómo el mundo se va poniendo cada vez más difícil, mientras los adultos te amartillan la cabeza con frases como «tienes que decidir ya la clase de persona que quieres ser dentro de unos años, si no será demasiado tarde».

Quizás ahora el tiempo se ha congelado en un instante eterno, por aquello de la crisis ininterrumpida, los graduados encadenados, los másters interminables y la suspensión de la salida del hogar. Pero, desde luego, el retrato descarnado que se nos hace de la adolescencia en John y el hoyo, película disponible en Movistar Plus, nos habla de un problema real que está ahí, aunque no queramos verlo, aunque deseemos ponernos una venda en los ojos.

El protagonista de la historia, John, es un adolescente falto de empatía. Un individuo alienado y perdido dentro de su imaginación. Un auténtico sociópata que ha anulado cualquier atisbo de emoción de su pecho, descomponiendo su alma y transformándola en retales de oscuridad. Tiene una buena vida, aunque no soporta a su familia. Un buen hogar, comida encima de la mesa, un jardín por el que pasear.

Sin embargo, en ese enorme parque que rodea su elegante vivienda encuentra un extraño agujero. Un hoyo. Un agujero tan profundo y oscuro como la semilla del mal que ha germinado en el corazón del niño y que lo llevará a coger a su familia, drogarla y meterla en ese hoyo.

Peliagudo, ¿verdad? La película John y el hoyo está dirigida por un interesante Pascual Sisto, a partir de un guion escrito por Nicolás Giacobone. El guionista argentino es bien conocido en el mundillo de Hollywood tras haber elaborado el libreto de la oscarizada Birdman y haber producido también la película de El Renacido. Un buen amigo de Alejandro G. Iñárritu.

El filme tensará su ritmo, su atmósfera opresiva y seca, con un conflicto emocionalmente baldío entre un niño sociópata y una familia poco canónica. Quizás vengan a representar a la clase media estadounidense actual, en tanto en cuanto proponen el modelo clásico del país yankee, pero al mismo tiempo resultan autómatas a nuestros ojos.

La emoción vacía de la cinta se compone con inteligencia a través de una fotografía gris y fría, como el cielo de una tarde de noviembre. Quizás lo peor resulta ser la decisión de narrar la historia de John y el hoyo como si fuera una muñeca rusa. Un cuento se abre dentro de otro para dar paso a un tercero que también parirá un cuarto, y así sucesivamente.

El ambiente de fábula moderna pretende emular —quizás— a genios contemporáneos europeos como Yorgos Lanthimos (Langosta) o Paolo Sorrentino (La gran belleza), pero nada más lejos de la realidad. Su mirada es intensa y provocativa, pero se queda en eso, en una mirada. Las explicaciones se las guarda en un polvoriento cajón que esconde en lo más oculto del metraje.

El juego de torturador y torturados se convierte en un acción extenuante y cansina. Todo lo magnético de la premisa se pierde en una especie de terror banal. Uno se pregunta incluso si alguien como Lars Von Trier hubiera aprovechado (con mejor resultado) el guion de Giacobone.

John y el hoyo es ese tipo de películas que odias o amas. No puede haber término medio en una cinta como ésta. Hay secuencias desagradables, de esas que anhelas esquivar la pantalla, pero de las que no puedes apartar la mirada por algo cercano a la morbosidad.

A pesar de ello, esa incomodidad que tensa la cuerda no es suficiente para mantener la película de Pascual Sisto en un notable alto. No es que la historia necesite empatía —de hecho, carece de ella voluntariamente—, pero sí tenemos la sensación al terminar de que no comprendemos realmente todo lo que ha sucedido, las motivaciones que hay detrás.

Quizás ese era el objetivo de alguna manera, ¿no? La adolescencia es una etapa de incomprensión, de vívido sufrimiento, de ira y furia desencadenadas con una fuerza torrencial. Pero la fábula de John y el hoyo plantea unas consecuencias tan graves y funestas que uno se para a pensar si la incapacidad de comprender es suficiente para justificar lo visto.

Desde luego, nosotros recomendamos su visionado. Es un filme que remueve el estómago y poner a trabajar las neuronas. Hay —o creemos que hay— un mensaje interesante sobre la adolescencia y el abandono del adolescente por parte de sus progenitores, pero cuesta verlo entre tanto morbo, tanta violenta tortura.

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Supongo que, en última instancia, el pozo de John no es tanto para su familia sino para sí mismo. Un refugio en el que desea esconderse, del que no puede ni quiere escapar. Una salida de la que no podrá huir porque, tarde o temprano, se quiera o no se quiera, uno acabar convirtiéndose en adulto.