Crítica de The One en Netflix: ¿qué pasaría si encuentran tu pareja ideal con tu ADN?

Vamos a empezar con un ejercicio de imaginación. Nada especialmente complejo, solo la idea de una sociedad distópica que ha encontrado el amor verdadero. El único amor verdadero. Aquel que es inexplicable, imposible de cuantificar, irracional, explosivo y absolutamente irresistible. ¿La fórmula? Un pelo de la cabellera del interesado para extraer su ADN cotejado con una base de datos mundial en busca de un vínculo descubierto recientemente por una pareja de científicos. Es infalible. Es perfecto. Es The One, la nueva serie de Netflix que estrena su primera temporada en la plataforma el 12 de marzo de 2021.

The One es un servicio que permitirá a cualquier persona en el mundo descubrir a su pareja ideal. Lo que los anglosajones llaman "the one"; esa persona que ha nacido para compartir su vida con nosotros. La serie británica de Netflix ha lanzado su primera temporada a la plataforma con Hannah Ware (Oldboy), Dimitri Leonidas (Monuments Men), Zoë Tapper (Battlefield V), Lois Chimimba (Doctor Who) y Eric Kofi-Abrefa (Jurassic World: El reino caído) como protagonistas de esta ficción ligeramente futurista y distópica.

Rebecca Webb (Hannah Ware) es una científica que ha revolucionado el mundo con sus descubrimientos en la composición del ADN. Así nos lo cuenta en el inicio del primer capítulo en una presentación a lo Steve Jobs: ha encontrado a su pareja ideal gracias a The One con solo un mechón de pelo. Y la conexión ha sido tan inexplicable como inevitable: es su "match", su pareja afín. El amor verdadero para el que está destinada genéticamente. Pero por mucho amor verdadero que encontremos, este no es un cuento de hadas, y poco a poco descubriremos una historia de thriller y drama en el que la ambición desmedida pondrá en juego las vidas de sus protagonistas.

Ese es, precisamente, el giro que no esperábamos partiendo de su premisa. Una serie con una base distópica y una puesta en escena que nos dicen que podríamos estar en un capítulo más de Black Mirror, pero que termina siendo una excusa para construir un thriller cuyo interés se va diluyendo con el paso de los capítulos. No es la idea más innovadora, pero la presentación en sus primeros capítulos es del todo atractiva. ¿Qué pasaría si el acto más natural de la humanidad deja de serlo? Una excusa que solo consigue que nos tiremos más de los pelos cuando se escapa entre las manos.

Escrita por Howard Overman (Misfits), la serie arranca con una investigación policial en torno a un cadáver que aparece en el Támesis y que apunta en dirección a Rebecca Web. Durante sus ocho capítulos, la serie irá llevando al ostracismo esa idea subversiva con la que comienza para dedicarse al juego del gato y el ratón entre la policía y los acusados. Por el camino nos van dejando miguitas de pan con las historias de Mark (Eric Kofi-Abrefa) y Hannah Bailey (Lois Chimimba) y de la propia agente de policía, Kate (Zoë Tapper); todos ellos vivirán algunas de las complicaciones que pueden surgir del emparejamiento por ADN.

Estas historias secundarias sirven de alivio para la investigación principal, pero terminan convirtiéndose en una alarma que nos despierta constantemente para recordarnos que la serie tiene muy poco interés en explotar su propia idea. Todas las reflexiones sociológicas y los embrollos personales que podrían surgir se reducen al mínimo, lo que termina pasando factura cuando la línea principal no es todo lo interesante que cabría esperar.

La serie gira en torno a la figura de Rebecca Webb, una mujer ambiciosa y estoica que ha roto con todo lo que le rodea para convertirse en una empresaria de éxito. Nos la presentan en dos fases: antes del éxito y después de él. Antes, una mujer vivaz, mundana y social. Después, una mujer pétrea, carente de empatía y sentimientos. 

Acompañada por su protector y guardaespaldas Connor (Diarmaid Murtagh), asistiremos a su seudocamino de deshumanización mientras intenta salvar su imagen y su negocio ante los ataques de todos aquellos que la rodean. Y digo seudo porque la serie, lejos de definir al personaje, coquetea con la encrucijada de quién fue, quién quiere ser y quién es en realidad, intentando mostrarnos que, dentro de ese camino a la oscuridad, hay pequeños chispazos de su pasado metidos con calzador. Como resultado nos queda un personaje desdibujado que, en comunión con parte del resto de personajes, tiene reacciones y decisiones contradictorias y una personalidad cambiante en muchas ocasiones inexplicable.

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El problema de su historia, además, es que la hemos visto más de una vez, y también con una ejecución mucho más imaginativa. El tira y afloja de la investigación policial recurre una y otra vez a las mismas fórmulas: por un lado, los sospechosos librarán las balas con el uso del chantaje que les permite estar en posesión del ADN de casi toda la población; por otro, los avances policiales caerán llovidos del cielo sin un desarrollo que justifique sus descubrimientos y, por ende, nuestro interés. Como resultado nos encontraremos con una trama que se devora a sí misma, despreciendo su mayor fortaleza y desaprovechando la oportunidad de distinguirse entre el océano de ofertas que tenemos en la plataforma. 

La primera temporada de The One aspira a tener una segunda y tiene ante sí un sendero que se bifurca: seguir los pasos de la primera para desarrollar la misma trama policíaca o desarrollar las subtramas y centrarse en su faceta distópica. Decidirse entre la acción o la emoción, con unos personajes que están sedientos de obtener más protagonismo. Los tiempos, sin embargo, puede que no corran a su favor y se haya desperdiciado el cargador antes de lo que merecía.

Nos quedan ocho capítulos de ascenso y caída que no harán daño a nadie, pero que tampoco los dejarán pasmados deseando a contárselo a sus amigos. Hay demasiados puntos que se quedan colgando en el camino, resoluciones que benefician al avance de la trama a las que se llega por pura necesidad externa y, en general, una sensación de inconcreción en el desarrollo de personajes que lastra un resultado ya perjudicado por las decisiones narrativas. The One ayudará a buscar al elegido, pero, esta vez, el ADN ha fallado en el emparejamiento.