Crítica de Persecución al límite con Nicholas Hoult y Felicity Jones

Ay, destino, cuán caprichoso eres. Uno de los motivos que dirigen el arranque diegético de Persecución al límite y, sin duda, la razón por la que asistimos al estreno en España de una película que ya vio la luz en 2016 en Alemania y un año más tarde en Estados Unidos. El resultado en taquilla no fue el esperado y entró de lleno en el ranking de los peores estrenos que se recuerden, por lo que la producción terminó en la nevera a la espera de una oportunidad que permitiese recuperar lo invertido.

Dirigida por Eran Creevy, autor de la notable cinta independiente de thriller británico Shifty y la más reciente y frágil Cruzando el límite, llega a las salas españolas su última película de acción con un equipo para hacerse notar: Nicholas Hoult (X-Men: Apocalipsis), Felicity Jones (Rogue One) y los oscarizados Ben Kingsley (El libro de la selva) y Anthony Hopkins (Westworld). Con un elenco tan destacado y prometiendo acción trepidante desde el título, tenemos en ella una proposición de lo más atractiva para la cartelera veraniega, por lo que no es de extrañar que no hayan desperdiciado la ocasión.

Al límite de las interpretaciones

¿Cuánto estarías dispuesto a luchar por la persona que amas? Casey (Nicholas Hoult) se enfrentará a cuantos obstáculos se pongan en su camino para salvar la vida de su novia Juliette (Felicity Jones), diagnosticada con una enfermedad mortal. Para conseguirlo, este joven norteamericano afincado en Alemania se apuntará a una operación casi suicida: robar a Hagen Kahl (Anthony Hopkins), un peligroso criminal narcotraficante con todo un ejército a sus espaldas.

El cartel y el tráiler de Persecución al límite resumen lo poco que necesitamos saber de la cinta: tiroteos y persecuciones en coche en los que el príncipe tiene que salvar a la princesa; la originalidad por bandera. Entonces se apagan las luces y asistimos a ese arranque sobre el que se va a sostener su castillo de naipes, encontrándonos a un Nicholas Hoult y una Felicity Jones que demuestran la misma atracción que el agua y el aceite. Un par de miradas y sonrisas acompañadas de una charla sobre el destino en medio de una discoteca y ya tendremos amor para toda la vida... siempre y cuando el tío malo deje de trabajar para el tío más malo que hace negocios de tíos súper malos, claro.

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Cuesta mucho creer en esa relación cuando ni sus propios intérpretes creen en ella. No están particularmente acertados, ya sea por una dirección de actores deficiente o por falta de química entre ellos, por lo que erigir toda la trama de persecución y salvamento en torno a un amor sin sentimiento orquestado en diez minutos tiene consecuencias directas para la implicación de los espectadores. Una relación con tintes de hormonas adolescentes en los que prima la repetición de los te quieros por encima de lo que implican, que definitivamente es más que un sacrificio por la pena de la pérdida o unos cuantos besos en el sofá de casa.

Jones apenas tendrá oportunidades para salvar el personaje y Hoult, por su parte, pasará sin pena ni gloria por cientos de vueltas de campana, golpes y carreras que terminan en un clímax tan vacío como cabría esperar.

El desarrollo de la trama tampoco ofrece soluciones. Casey y su compañero Matthias (Marwan Kenzari) elaboran un plan que consiste en simular un accidente en carretera para detener el camión que porta la droga y robársela a Hagen Kahl, y aunque parece vislumbrarse la intención de mostrar a los dos jóvenes como inexpertos, ésta nunca termina de definirse, por lo que se quedan a caballo entre la suerte y la experiencia. Y cuando el villano de Anthony Hopkins debe hacer acto de presencia para reforzar el conflicto, lo hace como un alma en pena que vaga por los escenarios casi por obligación, dando lugar a un personaje bochornoso.

Eran Creevy se desenvuelve con cierta gracia filmando las secuencias de acción y persecución en coche, pero esa puesta en escena pretendidamente resultona que lo caracterizó en sus dos anteriores cintas se pierde por el camino y nos queda una carrera rutinaria con poco que ofrecer al género. Si a esto le sumamos resoluciones azarosas que permiten que la historia avance, además de una ridiculización absurda de la fuerza policial, queda poco que arañar para disfrutar de sus dinámicas secuencias de persecución.

Persecución al límite es una película de acción y suspense convencional vitaminada por el ritmo de las secuencias de tiroteos en coches de lujo, con poco que ofrecer y mucho que olvidar. La justificación que construye la trama es débil y marca su desarrollo de forma inevitable. El elenco protagonista tampoco salva el escaso interés que despiertan sus personajes, por lo que la película se convierte en un trámite de hora y media cuya mayor sorpresa será ver a un Anthony Hopkins tan aletargado. Si el motivo es ese amor, modificando las líneas que ofrece la propia cinta, quizás su descalabro no sea tan descabellado.