Crítica de La vida de los demás, un potente relato anti pena de muerte

"No voy a renunciar a libertad para hacer cine". Con estas rotundas palabras para la agencia EFE, el director y guionista Mohammad Rasoulof ratificaba su compromiso con su forma de entender su proceso creativo: denunciar, desde la ficción, las paradojas a las que se han enfrentado y enfrentan sus compatriotas en Irán. Tenía en aquel entonces dos sentencias de prisión pendientes de ejecución y prohibida la salida del país.

La vida de los demás, rodada de forma clandestina por considerarse propaganda contra la imagen de Irán, se alzó en la Berlinale 2020 con el Oso de Oro, el Premio del Jurado Ecuménico y el Guild Film Prize (Premio de los Exhibidores), una buena terna de galardones que recogió en su nombre su hija, dado que él se encontraba arrestado en ese momento. Y los reconocimientos por su valentía se siguen sucediendo con otros premios como la Mención Especial del Jurado en la Seminci de Valladolid, que se suman a los otros 11 que ha ido coleccionando a lo largo de estos meses.

El principal valor de la película es, precisamente, su mera existencia: que haya podido llevarse a cabo en condiciones tan adversas y, como es evidente, con graves consecuencias para su creador. Los residentes en Madrid, por cierto, tenéis la posibilidad de asistir esta noche al pase solidario en favor de ACNUR que tendrá lugar en los cines Golem a las 20:15 horas. Bteam Pictures, encargada de la distribución en España, donará a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados el tanto por ciento de la recaudación en taquilla que le corresponde como distribuidora.

La vida de los demás viene a representar las ondas que se forman en un largo cuando se arroja a él una piedra. La piedra sería la violencia de Estado, en este caso, la pena de muerte, y las ondas las consecuencias derivadas de este hecho ya sea en el corto, en el medio o en el largo plazo. Cuando un sistema represivo obliga a sus ciudadanos a tener que arrebatarle la vida a otros se pueden seguir distintos caminos: claudicar o disentir, pero ninguno de ellos está exento de un coste que hay que pagar tarde o temprano.

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Estamos ante una película de ritmo muy lento que nos presenta cuatro historias distintas y con un impacto emocional variable. Probablemente la que tiene más fuerza de ellas es la primera, dado que además introduce muchos otros mensajes adyacentes de gran interés como la represión a la mujer, la contradictoria cultura sexual imperante o la normalización de la violencia a cambio de estabilidad y alimentos. Tan grave como suena.

En ellas asistimos a distintas estampas en las que, a priori, aunque hay ciertas tensiones, no es fácil saber cómo y cuándo irrumpirá el tema principal. Los personajes se ven en la disyuntiva de tener que decidir entre matar o no matar, algo que marcará sus vidas para siempre tanto o más que las de las familias y conocidos del reo.

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Seguimos a un padre de familia y a su esposa en la víspera de una boda; conocemos a un consternado militar en una noche de insomnio; vemos a un joven regresar al lado de la mujer a la que ama y finalmente, a una muchacha que viaja para pasar unos días en la granja de sus tíos mientras trata de decidir qué hacer con su futuro académico. 

Por el camino, los personajes lidian con distintos conflictos en sus vidas cotidianas: el mantenimiento de un hogar a costa de un trabajo moralmente reprobable, la culpa, la firme oposición a ejercer de verdugos y hasta el exilio.

La vida de los demás, eso sí, tiene cierta tendencia a abusar de los mismos recursos en distintos momentos, como el uso del himno "Bella Ciao", que se cuela en varias ocasiones en la banda sonora con variaciones algo reiterativas.

Entre sus fortalezas imágenes que hablan por sí mismas como el "lavado de la culpa", las dificultades para contemplarse en el espejo de quienes son capaces de arriesgar sus vidas antes de acabar con las de otros y bellas composiciones que se exploran de forma muy pausada. Es una película pesimista en la medida en que no vemos luz al final del túnel. Que su creador esté entre rejas es un pésimo síntoma de que las cosas no han mejorado ni tienen visos de hacerlo, pero al menos se ha erigido en un potente altavoz para que calen realidades incómodas que de otra forma quizás no tendrían tanta repercusión. Ésta es una de esas ocasiones en las que el cine demuestra ser más que un vehículo para el entretenimiento.