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Reboots y nuevos universos, pero mismos personajes: ¿todavía tienen los cómics la capacidad de sorprendernos?

Tierra 616 cómics Marvel

¿Pueden seguir sorprendiéndonos los cómics después de tantos años? A fin de cuentas, siempre son los mismos personajes, aunque en universos diferentes y con un montón de reboots a las espaldas...

Hay un momento en la vida de todo lector de cómics que uno se pregunta si tiene sentido seguir consumiendo tebeos. No es que de pronto haya perdido la ilusión por su hobby o se haya cansado de aquello que antaño le hacía tan feliz. Es otra cuestión, aunque no tan despegada.

Existe un momento en la vida de todo lector de cómics que uno siente la sensación —valga la redundancia— de que está leyendo siempre la misma historia. Es una sensación parecida a la de caminar dando vueltas en círculo por un sendero que conoces: sabes que estás perdido, pero tienes la seguridad de que no te perderás del todo.

Esto nos ha pasado a todos. Lo sé porque me ha pasado a mí y he preguntado a otros lectores de cómics si era problema mío o era algo habitual. Por lo visto, es lo segundo. Habita en el consumidor de tebeos algo parecido al hastío, pero es una especie de hastío selectivo.

Llega un momento en la vida de todo lector de cómics que uno se da cuenta de que son todo reboots y nuevos universo, pero también los mismos personajes. Y entonces esas vueltas en círculos te marean y desubican brevemente, y lo que antes era tu zona de confort ahora ha ido más allá de la rutina y ha perdido toda la magia que tenía. 

 

Es fácil perder ese deseo, especialmente con los cómics de superhéroes. Son muchos años y muchas décadas de continuidad, muchas narrativas simultáneas, mucho conocimiento, muchas historias parecidas, muchos arcos similares, etcétera. Todo es reconocible. Y está bien, pero no.

Está bien cuando acabas de empezar a leer y comienzas a armar una cosmogonía propia, cuando comienzas a pillar las referencias porque te leíste los cien tebeos anteriores y ahora entiendes el significado de una frase, la aparición de tal villano o la presencia de ese héroe renacido.

Pero, cuando llevas muchos años leyendo cómics, cuando comienzas a descubrir otros universos —o directamente historias que son autoconclusivas—, observas esos mundos de superhéroes con otros ojos. Reflexionas y te preguntas sobre ellos. ¿Acaso merecen la pena?

Esta «crisis lectoril» —no, no existe esa palabra, pero suena fabulosa— debe formar parte del proceso de consumición de tebeos porque, como digo, no me ha pasado solamente a mí. Y quizás haya muchos lectores de Hobby Consolas que también hayan vivido una situación similar.

Hubo un día en que creía que ya no me gustaban los superhéroes. Estaba leyendo Spider-Man, mi superhéroe favorito, y, al terminar el tebeo, lo dejé sobre el escritorio y me dije a mí mismo: «Vaya pérdida de tiempo». Quería haber hecho cualquier cosa, menos haber leído ese cómic.

Miré la pila de cómics pendientes —otro clásico de los lectores y coleccionistas— y se me cayó el alma a los pies. Solo de pensar en el tiempo que debía invertir para leer todo aquello… Me hundí. Mi cerebro me dio la solución. «No los leas», me dijo. «No es una obligación».

Era verdad. Se suponía que era mi hobby, no mi trabajo. No tenía por qué leer todo aquel material si no me apetecía. No estaba obligado a hacerlo. Apunté los títulos —previendo lo que sucedería más adelante— y los coloqué en la estantería, a la espera de reencontrarme con mi pasión.

Efectivamente, así fue. Pasé un tiempo, mucho más del que imaginaba, sin tocar un tebeo. Dejé de leer cómics y me centré en otros hobbies y proyectos. Música, videojuegos, escritura, cine, televisión. Lo disfrutaba todo de la misma forma que disfrutaba los cómics. Tuve miedo de haberme hecho «demasiado viejo» para los tebeos, pero no fue así.

Trial of the Amazons (DC Comics)

Llegó un momento en que, desde la balda de una de mis estanterías, un cómic de Batman me observó. No recuerdo cuál era el título, creo que Batman: La Secta. Era un gran cómic, eso sí lo recuerdo. Sea como sea, lo cogí, leí la contraportada, sonreí y asentí con la cabeza.

Lo devoré. En apenas media hora, había sentenciado aquella historia y había traído de vuelta aquella lista de pendientes. Pasé varias semanas leyendo todo aquel material, pero, sobre todo, disfrutándolo. Entonces me di cuenta de lo que había sucedido.

Me había entregado a la locura y la voracidad de consumir tebeos por el mero hecho de consumirlos, como si fuera una carrera a contrarreloj. Por el camino, me había perdido a mí mismo y había culpado a los cómics de aquello, cuando realmente era —y solo era— mi culpa, mi responsabilidad.

Al alejarme de ellos, me alejé de mi actividad; y, al hacerlo, recordé la capacidad que tienen los cómics de hacerme soñar, de trasladarme a lugares que solo existen en las viñetas, de provocarme emociones que solo el olor de la tinta sobre el papel puede desatar en mi interior.

El problema no son los reboots, los nuevos universos o los mismos personajes. El problema somos nosotros. Si un niño coge un cómic por primera vez, se sorprenderá. Eso significa que los cómics tienen todavía la capacidad de sorprendernos. Distinto será que lo haya yo, evidentemente.

Por lo tanto, el problema no es el contenido de un cómic, sino la perspectiva con la que se afronta una lectura. La capacidad de sorprender de una historia no es resultado únicamente del trabajo de los autores (escritor y dibujante), sino también del propio lector.

A fin de cuentas, contar una historia es como hablar: requiere de un vínculo entre comunicador y oyente. Por lo tanto, sí, los cómics todavía pueden sorprendernos. Lo único que debemos hacer es dejar que lo hagan, no buscar en las viñetas la infancia que perdimos y culpar a los tebeos por el paso del tiempo.

De eso, solo podemos culpar a Dios.

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