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El sueño (y a veces pesadilla) de ir al E3

E3 2005

Siempre fue el sueño, no solo de cualquier redactor de Hobby Consolas u otra revista de videojuegos, sino también de cualquier lector, como así nos lo hacíais saber cada vez que emprendíamos ese viaje.

No se trataba solo de asistir a la mayor feria de videojuegos del mundo, conocer a las grandes estrellas de la programación, ver antes que nadie los juegos que iban a llegar en meses o años, acudir a presentaciones fastuosas… también suponía un largo y fascinante viaje a los Estados Unidos, en una época, los 90, en la que no era tan normal viajar tan lejos (y obvio el periodo de la pandemia, claro). A ciudades míticas como Atlanta, y sobre todo, Los Ángeles, con su Hollywood y su Beverly Hills…

Podría llenar páginas hablando de mis recuerdos en aquellos E3, pero os los voy a resumir en estos bloques:

Mis sensaciones

Las fiestas

Los programadores

La anécdota

Mis sensaciones

Sé que os lo vamos a repetir más de una vez en este aniversario, y lo hicimos en muchas ocasiones en su momento, pero es la verdad. Sí, aquello era un espectáculo fastuoso, un show de dimensiones extraordinarias, especialmente en sus mejores años, y la mayoría de las expectativas quedaban sobradamente cumplidas (y eso que eran muy altas).

Ahora bien, suponía un “curro” de la misma magnitud. Desde antes de viajar, organizando atropelladamente decenas de citas con todas las compañías hasta que la agenda parecía estar a punto de reventar, pasando por la paliza de viaje, casi 20 horas en total, pues por entonces no había vuelos directos a Los Ángeles, siguiendo con el maldito jet lag (que por las tardes atacaba sin piedad), y acabando con la paliza de recorrer durante muchas horas cada día aquel inmenso recinto (y decir inmenso en las proporciones americanas, es mucha inmensidad), sobre una moqueta infame “destroza pies” y con bolsas y bolsas cargadas de catálogos, press kits y CDs o DVD (hablamos de la época pre internet), llegando tarde a todas las citas casi desde el primer día (cada año descubrimos que agendar citas cada media hora era una quimera) y, casi por costumbre, olvidando (o directamente obviando) que había que comer.

Y, a la vuelta, a currarse las 50 ó 60 páginas de reportaje… Sonia me dice que mencione el impacto que causaba en la redacción cuando me veían llegar con tal cantidad de material. Mencionado está.

Ahora que lo pienso, parece como si aquel extraordinario privilegio tuviera un precio que pagar a cambio. Dicho esto, no lamento ni un solo segundo de los que pasé allí. Porque el lado bueno, era muy bueno…

Probando un juego de Xbox 360 en el E3 2008
Probando un juego de Xbox 360 en el E3 2008

Las fiestas

Vamos con el lado más divertido. Después de la paliza diaria, y sacando fuerzas y ganas de lugares que no sabíamos que existían, llegaba la parte lúdica del E3. Una cuestión a tener en cuenta: hablamos del boom de los videojuegos a finales de los 90 y principios de siglo, con las compañías generando ingentes cantidades de dinero que podían invertir en promocionar sus productos y sus marcas impresionando a los medios que asistíamos a la feria. 

Así, podíamos ir de macroconciertos en estadios y recintos de grupos punteros de aquella época como Soundgarden, Incubus, Stone Temple Pilots, hasta sesiones casi privadas (apenas 100 personas) de artistas como Black Eye Peas o George Benson. Todo gratis, incluidas las variadas barras libres de comida y bebida.

Recuerdo especialmente las fiestas de Electronic Arts durante un par de años, en una especie de palacio, con estatuas de hielo sobre las que impecables camareros vertían litros de vodka que, tras deslizarse lentamente sobre la helada superficie, recogíamos en delicados vasos de cristal, mientras actuaba un grupo en directo tocando versiones de los Rolling a las mil maravillas. Si se hubieran organizado premios a la mejor fiesta, EA habría ganado esos dos años con rotundidad. 

Dándolo todo con Rock Band en el E3 de 2008
Dándolo todo con Rock Band en el E3 de 2008

Los programadores

Por supuesto, no sería justo dejar de mencionar uno de los momentos más deseados de todos los periodistas: conocer en persona y entrevistar a los grandes creadores de videojuegos, las auténticas estrellas de aquel magnífico espectáculo. Sé que a vosotros, lectores fieles de Hobby Consolas, no os lo tengo que explicar, pero para mí era como estrechar la mano a una celebridad mundial del cine o del deporte. Y, la verdad, creo que no me faltó ninguno: Miyamoto, Yamauchi, Kojima, Dave Perry, Cliff Bleszinski, Jason Rubin, Yu Suzuki, Ken Kutaragi. Yuji Naka… 

Con todos ellos llegué a hablar, a transmitirles toda nuestra admiración (yo me atribuí la responsabilidad de hablar en nombre de todos los lectores de Hobby Consolas), a preguntarles por sus próximos juegos… Y, la verdad, resultaron ser muy amables y simpáticos (bueno, Kojima era algo más “especial”), aunque desde luego me quedo con dos: el gran Miyamoto, un señor tan entrañable como divertido, y Jason Rubin, creador de Naughty Dog, un americano de pura cepa con el que me habría ido de cañas sin dudarlo un segundo.

Enseñando la revista Hobby Consolas a Shigeru Miyamoto en uno de mis primeros E3
Enseñando la revista Hobby Consolas a Shigeru Miyamoto en uno de mis primeros E3

La anécdota

Año: 2000. Los Ángeles. Como en Terminator, No Fate. Juan Carlos García (director de Nintendo Acción por aquella época) y yo salimos del Convention Center tras una dura jornada de trabajo, con el único objetivo de descansar un rato en el hotel antes de ir (si encontrábamos fuerzas) a la fiesta de turno. Como siempre, la cola para tomar un taxi era tremenda, mientras cientos de taxis esperaban de forma ordenada para recoger a los pasajeros.

Por fin llega nuestro turno, un conductor de rasgos asiáticos, con gafas, muy serio, está al volante de nuestro coche. Después de acomodarnos con las múltiples bolsas repletas de material, el vehículo arranca. O, mejor dicho, despega. El primer acelerón nos parece anecdótico. “Habrá pisado el pedal más fuerte sin querer”, pensamos ingenuamente. Ya. Solo fue el calentamiento antes de que cada arranque se convirtiera en un intento fallido de alcanzar la velocidad de la luz, que por supuesto iba sucedido de una frenazo de similar virulencia, imprescindible para no estamparnos con el coche que estuviera delante, ante el que nos quedábamos a una distancia que podía oscilar entre los dos y los cuatro milímetros. 

Nuestro hotel estaba a más de media hora de camino. Juan Carlos y yo cruzamos una mirada que oscilaba entre la impotencia y el pavor ante el que podía ser el último trayecto de nuestras vidas

El tipo, mientras tanto, siguió a lo suyo, acelerones y frenazos como si en cada uno de ellos le fuera la vida. Y si el tráfico le permitía disponer de una distancia mayor, desplegaba más habilidades extremas al volante: adelantamientos suicidas, curvas trazadas a una velocidad imposible, giros que cuestionaban todas las leyes físicas…

No me preguntéis por qué, pero Juan Carlos y yo, zarandeados en el asiento de atrás cual peleles, como si estuviéramos en la atracción más salvaje de un parque temático, no tuvimos el valor de decirle nada a ese hombre, que seguía impasible mientras manejaba aquella endemoniada máquina directamente hacia las puertas del infierno. 

Milagrosamente, y tras decenas de oportunidades de habernos estrellado, llegamos a nuestro hotel, mareados, acojonados, destrozados y todos los “ados” que se os ocurra añadir, mientras aquel tipo seguía inalterable, como si fuera un día más en la oficina.

Por supuesto, estuvimos comentando la jugada durante el resto del día, primero entre nosotros y luego con otros colegas en la fiesta. Ya tenemos una anécdota que contar, decíamos. Menos mal que hemos salido vivos, afirmábamos medio en broma, medio en serio.

Celebramos los 30 años de Hobby Consolas

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Al día siguiente, con la agenda repleta de citas, el asunto del taxista se nos olvidó. Tras una maratoniana jornada, salimos de nuevo a eso de las 5 de la tarde pensando, como siempre, en la siesta que nos esperaba antes del evento nocturno. 

Otra vez, la misma escena. Una cola interminable, cientos de taxis esperando… por fin, nuestro turno. Nos introducimos en el coche, todos amarillos, berlinas americanas casi indistinguibles unas de otras. Nos colocamos en el asiento de atrás con el ingente material que llevábamos encima. 

Y, de pronto, vemos unos ojos que nos miran fijamente por el retrovisor: (empieza la cámara lenta y la voz distorsionada por el efecto de ralentización de la escena) ¡¡¡NOOOOOOOO!!! 

Decenas de miles de taxis en Los Ángeles. Miles de potenciales pasajeros en el E3, y nos vuelve a tocar el tipo más peligroso de toda California, el jodido conductor suicida del día anterior. ¿No Fate? Y una mierda. 

¿Qué cómo acabó el asunto? Bueno, Juan Carlos y yo seguimos vivos a día de hoy. Eso es lo importante. El resto, os lo dejo a vuestra imaginación...

Taxi Chaos

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Etiquetas: E3, HobbyCumple30