La serie de Ms. Marvel es una de las mejores adaptaciones de cómics que se recuerdan. El UCM ha dado en la tecla. No sabíamos cuánto necesitábamos esto, pero... ¡No te vayas nunca de nuestras vidas, Kamala!
En 2013, la vida era un poco más sencilla. La locura de las redes sociales apenas estaba comenzando y no se había propagado como la pólvora la actitud hostil, casi enfermiza, de despreciar al prójimo y promover la violencia verbal gracias al cobarde escudo del anonimato.
Por supuesto, había gente que se quejaba. Eso siempre ha existido y siempre existirá, da igual la forma y el fondo. A lo que me refiero es que la gente podía hablar con la misma libertad que ahora, pero era menor el riesgo de ser vilipendiado o expuesto públicamente por dar tu opinión sobre un tema u otro, sea el que fuere.
Era una época de cambio, sobre todo en el mundo del cómic. La década de los 2000 en Marvel había orientado su narrativa hacia los bandos políticos. La editorial vertebró toda su amalgama superheroica en torno al conflicto creado por Mark Millar y tardó un cierto tiempo en salir de ahí. Por fortuna, lo hizo de la mejor forma posible.
En la antesala del All-New All-Different, Marvel Comics ya había establecido varios casos de extraordinario potencial a la hora de actualizar superhéroes y, al mismo tiempo, dar voz a ciertas minorías étnicas que nunca habían tenido relevancia en las viñetas.
El primero de ellos, quizás uno de los mejores exponentes, fue Miles Morales. Esa descripción vaga y superficial de «el Spider-Man negro» que unos pocos hicieron se diluyó más rápido que las lágrimas en la lluvia. En cuestión de meses, nadie recordaba ya los primeros coletazos de un racismo latente en determinado lector clásico.
Miles Morales se consolidó en el Universo Marvel como si llevara toda la vida formando parte de él. Su naturaleza y su identidad construyeron una idiosincrasia propia que lo llevó muy lejos de Peter Parker, más allá de compartir mitología y un simbolismo arácnido secular en la editorial.
Al amparo de esa alucinante aceptación, de esa integración invisible, surgió en las páginas de Capitana Marvel un personaje que dinamitaría todas las propuestas habidas y por haber, y pondría a examen al consumidor de tebeos; particularmente, al estadounidense. Hablamos de Kamala Khan. Una superheroína musulmana.
Esta adolescente, mitad yankee-mitad paquistaní, se presentaba como una inhumana obsesionada con los superhéroes. De pronto, algunos de nosotros nos vimos reflejados en ella. Kamala Khan era ‘uno di noi’. Uno de los nuestros. Era imposible no sentir empatía con ella y, al mismo tiempo, estaba tan lejos de nosotros…
Las emociones que trasladaba Ms. Marvel en sus primeros compases, de la mano de G. Willow Wilson, eran extraordinariamente paradójicas. Por un lado, teníamos un referente cultural que compartía obsesión con el lector, que prácticamente era igual que él, que representaba todo lo que nos hace formar parte de un mismo fandom.
Y, por otro lado, Kamala Khan convivía bajo el amparo de haber crecido y existir en un mundo occidental, pero hacerlo en un núcleo familiar con unas costumbres, una religión y una forma de ver la vida radicalmente distinta a la nuestra. Esa fue la piedra angular sobre la que erigió su auténtica grandeza.
Nadie puso en tela de juicio a Ms. Marvel —entiéndase «nadie» por «solo unos pocos»— porque, desde el primer día, desde su primera aparición, el personaje estaba tan bien construido que era extremadamente difícil desarticularlo, denostarlo o criticarlo, más allá de las opiniones personales.
Ahora, en pleno 2022, el mundo se ha vuelto un poco más complicado. El mundo de los superhéroes ha alcanzado tanta popularidad que debe pagar el peaje de la globalización y la fama. En ese contexto, la aparición de Ms. Marvel suscitará un debate más allá de su verdadero origen.
Y es una lástima que el debate —estamos completamente seguros de esto— vaya a congregarse en torno a una absurda agenda política, en lugar de centrarnos en lo verdaderamente importante: la serie es un espectáculo audiovisual y una adaptación casi perfecta de los cómics.
Kamala Khan llega mañana al Universo Cinematográfico de Marvel, pero lo cierto es que lleva allí desde el primer día. De la misma forma que lo hizo en los cómics, el personaje de Iman Vellani va a representar a la totalidad de aquellos que disfrutan del UCM como parte de su vida.
Ms. Marvel es una serie francamente fabulosa. Ese tipo de programa que ya en los primeros compases te saca una sonrisa y con el que es sumamente fácil empatizar porque está hablando directamente al espectador, de tú a tú. Kamala somos todos porque todos somos Kamala, ni más ni menos.
La nueva serie de Marvel Studios en Disney+ es un retrato fidedigno de la Nueva York multicultural del presente, pero su poder reside en la capacidad que tiene de recordarnos por qué amamos a los superhéroes. Ms. Marvel nos convierte en niños de nuevo. Nos hace soñar una vez más.
El único «pero» que se le puede poner a esta serie como adaptación es el tema de sus poderes. Esto es algo que hemos sabido desde los primeros compases de producción. Los tráileres no desmintieron nada. Ms. Marvel nunca ha escondido esta realidad. Por tanto, no se le puede echar en cara.
Más allá de ese aspecto en su naturaleza física —maldito seas, Ike Perlmutter, por malgastar la bala de Los Inhumanos—, la serie de Kamala Khan es un festival de homenajes, guiños y huevos de pascua. Pero también es un torrente de emociones que te tendrá sonriendo como un estúpido durante todo su metraje.
La perfección se llama Kamala Khan y está representada por la sonrisa indeleble de una Iman Vellani brillante, totalmente entregada. Su amor por los superhéroes, como el del personaje, como el nuestro, se deja entrever en cada fotograma. La sensación es la de haber metido a un fan de Marvel Studios dentro de una producción. Ella es nuestro ‘topo’.
Divertida, sincera, con un carácter arrollador, apasionada, rítmica, llena de alma, con un corazón tan grande como ese Empire State Building que admiramos desde la distancia, que casi podemos tocar… Ms. Marvel es una serie absolutamente imprescindible en el UCM. No lo sabíamos hasta ahora, pero lo es. Necesitábamos esto en nuestras vidas.
La historia de Kamala Khan está llena de las tribulaciones propias de la adolescencia. Todos hemos atravesado esa fase y podemos sentirla de la misma forma. Las lecciones que Ms. Marvel aprende son coherentes y están integradas en un microverso familiar. Porque la familia lo es todo en esta serie, como lo es también en nuestra vida
La familia heredada, sí, pero también la familia adquirida. Las amistades. El amor. Y todo expuesto con una naturalidad cautivadora. No hay nada impostado aquí. Nada que te haga pensar en atributos superficiales o perseguidos. Se han limitado a poner una cámara y retratar los cómics de Ms. Marvel. Y, maldita sea, ¡lo han conseguido!
Que el árbol no os impida ver el bosque. Que nadie os diga lo que os debe gustar y lo que no. Que nadie trate de arruinaros la experiencia esgrimiendo no sé qué agenda política en una mano y 160 caracteres en la otra. Que nadie os quite la ilusión por ilusionaros, sea cual sea vuestra edad.
Ms. Marvel es un retrato de la adolescencia y una carta de amor a los superhéroes y al Universo Cinematográfico de Marvel. Pero también es un recordatorio de lo maravillosos que son los cómics, los mundos de ficción, el poder de la fantasía y la magia de la imaginación.
Kamala Khan ha aparecido en medio de la oscuridad con una brillante sonrisa que ilumina el mundo. Se ha puesto a nuestro lado y nos ha golpeado con sus ojos felices para decirnos que no perdamos la esperanza, que sigue habiendo, todavía, a pesar de los pesares, un pequeño hueco para nuestros sueños.
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