Análisis de Celeste para PS4, Xbox One, Nintendo Switch y PC

Celeste. A estás alturas, es bastante probable que hayáis oído hablar, aunque sólo sea de pasada, del nuevo juego de Matt Makes Games (creadores de Towerfall Ascension, entre otros). Y es que a pesar de tratarse de un juego indie lanzado para PS4, Xbox One, Nintendo Switch y PC sin hacer demasiado ruido, las magníficas valoraciones emitidas tanto por parte de la crítica especializada (es, por ahora, el título mejor valorado del año en Metacritic, con un 95 de media) como por el público lo han convertido en la primera gran sorpresa de 2018. 

¿Pero es Celeste tan bueno como dicen? ¿Estamos realmente ante un firme candidato a juego del año 2018... en enero? Respuesta corta: sí. Todo lo bueno que habéis oído sobre Celeste es cierto, y si no lo habéis hecho todavía, deberías dejar de leer ahora mismo, adquirirlo en vuestra plataforma favorita y jugar. La respuesta larga, en caso de que la busquéis, la tenéis a continuación en nuestro análisis de Celeste.

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Celeste nació en apenas cuatro días, cuando sus creadores, Matt Thorson y Noel Berry, crearon un prototipo durante una Game Jam (prototipo que, por cierto, es posible desbloquear dentro del juego). Pero ya en esta versión para la máquina virtual PICO-8 se podían contemplar las que serían las bases de Celeste: un plataformas compuesto por fases pequeñas y muy desafiantes, al estilo Super Meat Boy, con unos controles ajustados al milímetro que dan especial importancia al dash (desplazamiento rápido, por traducirlo de alguna forma).

Porque, las cosas como son, Celeste no revoluciona las plataformas, al menos no en lo que a mecánicas se refiere. Madeline, la muchacha pelirroja/peliazul que protagoniza la aventura puede saltar, agarrarse a superficies verticales durante períodos cortos de tiempo y es capaz de realizar un dash, tanto en el suelo como en mitad del aire. Y sin embargo aquí ya encontramos varios detalles que denotan un diseño inteligente y realizado con maestría, maestría alcanzada tras una vida dedicada al género de plataformas.

No hay ningún medidor que indique cuánto tiempo puede Madeline permanecer aferrada a las escarpadas paredes de la montaña Celeste. Es obligación del jugador llevar la cuenta mentalmente, algo que hacemos de manera inconsciente y supone una inyección de emoción a cada secuencia de saltos. Por otro lado, el color de su pelo cambia de rojo a azul tras ejecutar el dash, lo que sirve como aviso de que, hasta que no posemos pies sobre alguna superficie, no podemos volver a utilizarlo.

Madeline no adquiere nuevas herramientas durante el ascenso; es el escenario el se encarga de facilitárselas. Y es que cada nivel de Celeste introduce una o varias mecánicas nuevas que cambian por completo la forma de jugar: desde plataformas cuyo impulso hay que aprovechar para llegar más lejos, hasta burbujas que permiten cruzar abismos, pasando por corrientes de viento que alteran la física de los saltos. Cada nivel es un derroche de originalidad que iguala (e incluso supera) lo visto en los mejores Mario Bros. Si me dijesen que Celeste es un juego salido de las mentes siempre rebosantes de ideas de los diseñadores de Nintendo, me lo creería.

La suma de todas las mecánicas provoca un efecto curioso, y es que por momentos Celeste deja de ser un plataformas para ser un juego de puzzles. Las secciones más complicadas nos invitan a analizar el entorno y planear cuidadosamente cada movimiento: aquí asciendo por la pared, en este punto salto, justo ahí realizo un dash diagonal para coger una joya, que me permite realizar un dash horizontal y alcanzar otra pared por la que puedo seguir trepando...

A pesar de la sencillez que entrañan todas estas mecánicas, están ejecutadas con una habilidad excepcional. Y, sobre todo, da gusto jugar a Celeste por lo bien que responden los controles... Casi siempre. Porque si jugáis en Switch, os vais a encontrar con que el stick del Joy-Con L no es ideal a la hora de registrar movimientos, resultando en secciones que se vuelven más frustrantes de lo que deberían porque un dash diagonal se convierte en un dash horizontal (por citar un ejemplo). Una cruceta como la del mando Pro es un regalo caído del cielo para estos casos.

A pesar de todo, no cabe duda de que Celeste es un juego diseñado con la palabra DESAFÍO en mente (así, con letras mayúsculas). Es un juego difícil en el que se muere regularmente (nuestro contador se sitúa ahora mismo en 2242 muertes), y aunque cuenta con opciones para facilitar distintos aspectos, se recomienda encarecidamente jugar sin ayudas para disfrutar de la experiencia tal y como fue concebida por sus creadores. Quizás la elevada dificultad sea la culpable de que algunos niveles, especialmente aquellos que tienen lugar cerca del final, resulten algo más largos de lo que nos gustaría.

Pero no se puede concebir un juego como Celeste sin desafío. Fracasar, reconocer dicho fracaso y aceptarlo para seguir adelante, es el eje central tanto de la parte jugable como de la narrativa.

La pluma es más poderosa que la espada

"¡Siente orgullo por tu contador de muerte! Cuantas más veces mueras, más aprenderás. ¡Sigue así!" Con este mensaje, Celeste deja claro que hay que tomarse las muertes de una forma muy distinta a la que nos tienen acostumbrados, por lo general, los videojuegos. Porque a primera vista puede parecer que estamos ante otro plataformas con un control fino y gráficos agradables, pero la verdadera magia, lo que convierte a Celeste en la clase de obra que todo el mundo debería experimentar, es su historia.

Una historia que, igual que el propio juego, no tarda en demostrar que es mucho más profunda de lo que en un principio aparenta. Lo que comienza con una chica escalando una montaña y conociendo a personajes pintorescos por el camino, se acaba convirtiendo en un cuento de superación y aceptación. En una historia que trata con respeto y acierto temas tan delicados como la ansiedad, la depresión y algunos de los efectos más graves derivados.

Y lo más increíble es que lo hace encajándolo todo dentro del marco jugable, representando todo estos problemas haciendo gala de un ingenio asombroso. Aplaudo que los videojuegos den visibilidad a estas enfermedades "invisibles", pero tan relevantes y dolorosas como cualquier otra. Y ojalá el éxito de Celeste o Hellblade: Senua's Sacrifice sirva para invitar a más estudios a atreverse a tratar este tipo de problemas, mandando un mensaje que puede ser de ayuda a todas las personas que las padecen.

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La historia se apoya en un elenco de personajes reducido pero magníficamente caracterizado, y que aun estando recreados con un puñado de píxeles, cobran vida gracias a aspectos como los cuadros de diálogo, únicos para cada uno y con ilustraciones en constante movimiento, o el tono de "voz" con el que entregan cada línea, cambiante en función del ánimo de la frase.

Y hablando del sonido, es probablemente uno de los aspectos más cuidados de Celeste. El mentado tono de voz, el sonido de los pasos de Madeline al caminar por distintas superficies, el cambio a versiones "sumergidas" de las melodías al bucear... Y eso sin contar con la maravillosa banda sonora, compuesta por temas extremadamente tarareables y canciones que evolucionan a medida que se avanza en el nivel, generalmente, para adquirir un tono más animado. Aquí tenéis un buen ejemplo (mi favorita).

Para terminar, Celeste está compuesto por ocho niveles principales, a los que hay que sumar uno extra que se desbloquea tras terminar la aventura. Sólo esto ya os puede llevar más de diez horas, especialmente si tratáis de obtener las fresas que suele haber en cada fase. Si esto ya es de por sí una duración bastante considerable, hay que sumarle infinidad de secretos, como los corazones de cristal que se ocultan en cada nivel (suerte tratando de conseguirlos sin acudir a una guía) o las cintas de casete que desbloquean la Cara B de cada nivel (una versión más complicada y con nueva banda sonora). Y si queréis todavía más, también tenéis Cara C, fresas doradas por completar niveles enteros sin morir o incluso un misterioso poema que nadie ha sido capaz de resolver... todavía.