Crítica de Bliss, con Owen Wilson y Salma Hayek, ya en Prime Video

Hoy se estrena, de forma exclusiva en el catálogo de Prime Video, la película Bliss (cuidado, que no es la misma Bliss que la de 2019). Se trata del nuevo trabajo de Mike Cahill, un guionista y director que suele incursionar en el mundo de la ciencia-ficción de una forma bastante poética como atestiguan trabajos anteriores muy superiores a éste: Otra Tierra u Orígenes. 

En el caso que nos ocupa, nos encontramos con una premisa bastante clásica del género: dilucidar si lo que vive nuestro protagonista, un soñador empedernido y adicto a las pastillas, es la realidad o si está atrapado en un mundo, por así decirlo, virtual.

La película comienza presentándonos a Greg, un hombre que está pasando por un mal momento al haberse divorciado de su mujer y haber sido despedido de su trabajo.

Sin embargo, su vida cambiará por completo cuando conozca a Isabel, una mujer con extraños poderes que vive en las calles que le asegura que el mundo en el viven es una simulación y que sus verdaderos cuerpos se encuentran en una realidad mucho más hermosa y positiva: como un paraíso terrenal.

Decir que Bliss tiene ecos de Matrix es probablemente un ejercicio analítico bastante pobre, porque los guiones de Cahill no son tan simples como para poder ser despachados con una línea. Por el contrario, la película se hace grandes preguntas a sí misma: ¿en una sociedad acomodada y hedonista en la que estuvieran cubiertas nuestras necesidades básicas, necesitaríamos experimentar la desgracia, la pobreza y la marginalidad para poder valorar en su justa medida ese estatus? ¿Cómo podríamos confirmar que vivimos la realidad y no una simulación? ¿Cuántos planos hay en la realidad existente? De hecho, ¿qué es más real, lo que existe o aquello en lo que decidimos creer? 

Llegados a este punto se abre ante nosotros todo un abanico de cuestiones que saltan a la palestra: desde la salud mental hasta la adicción lo que nos lleva a mirar con ojos críticos una sociedad que da la espalda a las personas más desfavorecidas y asume, sin muchos miramientos, que todo un submundo de pobreza, prostitución y comercio de drogas vaya arruinando vidas diariamente.

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Hay varios aspectos que entorpecen que esa lectura, que es la veta narrativa, sea la protagonista. El primero de ellos es el casting y el segundo, el "desgobierno" de la dirección de actores. Owen Wilson (Loki) y Salma Hayek (Los Eternos), los dos protagonistas, tienen poca o nula química en pantalla, para empezar, pero puede que esto en un primer momento estuviera pensado así dado que los mundos de los dos personajes colisionan y el contraste contribuye a reforzar este extrañamiento. Sin embargo, su historia se vuelve cada vez más inverosímil y los intérpretes parecen, por decirlo de alguna manera, "poco convencidos" con sus roles. 

Resulta mucho más conmovedora y creíble Nesta Cooper (Heroes: Reborn) en un papel secundario pero de enorme relevancia para la trama.

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El problema de Bliss no es por tanto que no tenga nada que contar, sino que resulta, en su plasmación, torpe e infantil y con grandes altibajos: hay secuencias muy trabajadas en el plano de los efectos especiales que quedan arruinadas por interpretaciones que no acompañan al tono de lo que en ellas se está contando y otras que carecen de la fuerza necesaria como para hacer avanzar la historia.

En resumidas cuentas, es una película que deja un sabor muy agridulce: había sustrato para hacer arraigar algo mucho más fuerte y trascendental. Cahill es desde luego uno de esos autores a los que hay que seguir de cerca, pero esta vez se ha quedado más lejos de lo normal de su objetivo. Una lástima.