Crítica de The Crown 6 Parte 2 - La joya de la corona de Netflix dice adiós

Parece que fue ayer pero han pasado ya siete años desde que The Crown vio la luz en Netflix con Claire Foy y Matt Smith en los roles de unos jóvenes Isabel II y Felipe de Edimburgo. Les sucederían en 2018 Olivia Colman y Tobías Menzies y en 2020 Imelda Staunton y Jonathan Pryce y junto a ellos se ha ido renovando el reparto a medida que la narrativa imponía un salto temporal.

Se trata de una serie que ha creado escuela por contar, en primer lugar, con un reparto excepcional, siempre a la altura del reto impuesto y, en segundo lugar, con un fastuoso diseño de producción capaz de mimetizarse con la mismísima realeza.

Estos dos elementos han permanecido invariables desde el primer día alcanzando cotas de calidad sobresalientes, aunque el arranque de esta sexta temporada fuese, como poco, frustrante por el tratamiento que se le dio a la muerte de Diana de Gales.

Sea como fuere, hemos visto madurar a los personajes en pantalla, los hemos conocido siendo jóvenes idealistas e ingenuos primero abrumados por sus cargos como representantes de la institución monárquica y poco a poco sobrepasados, honrados o resignados ante su misión ya fuera al frente o en un papel secundario.

The Crown se ha autoimpuesto un listón altísimo y se ha topado con una realidad incómoda: cuanto más próxima en el tiempo a hoy día, más complicado resulta dar en el clavo. El titubeante arranque de la temporada 6 lo hemos dejado ya atrás para zamparnos los seis episodios que componen esta segunda tanda de episodios y volver a sentirnos ante una serie memorable que sale de su embelesamiento.

Así que, ¡buenas noticias!, consigue dejar buen sabor de boca y ante todo hacer justicia a su trayectoria, jalonada de momentos fabulosos.

¿Cuál es el punto de partida?

Guillermo y Enrique tienen que seguir adelante con sus vidas y cada uno de ellos toma un camino distinto. El primero llama poderosamente la atención de los medios de comunicación por su parecido con su madre desatando la "guillermomanía" mientras que Harry parece obstinado en convertirse en la oveja negra de la familia, si bien queda en un segundo plano.

El primogénito del príncipe Carlos elige universidad y pronto queda deslumbrado por Kate Middleton, con quien inicia una relación sentimental tras cierto tira y afloja. 

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En lo referente a la política nacional, Tony Blair toma el relevo como primer ministro estrechando lazos con los Estados Unidos y demostrando un gran interés por la situación internacional ante una preocupada Isabel II que se enfrenta a una crisis de inseguridad por su popularidad y el interés mediático que despierta su nieto.

En estos episodios también veremos la evolución de la relación de Carlos con sus hijos así como el declive de la princesa Margarita y la reina madre Isabel. Aunque quizás uno de los aspectos más relevantes es la presentación de las conclusiones de la investigación llevada a cabo para esclarecer los pormenores del accidente de Henry Paul, Lady Di y Dodi Al Fayed.

Se marca así una suerte de punto y final sobre uno de los aspectos peor ha sabido manejar The Crown, sin conseguir profundizar en demasía ni mostrar el tsunami que devino tras la muerte de "la princesa del pueblo". En realidad, da la sensación de que el monográfico de los cuatro primeros episodios lidió con el elefante en la habitación y que la serie vuelve a su cauce después.

Y eso se aprecia incluso a nivel estructural. Cada episodio vuelve a centrarse en un aspecto concreto repartiendo el protagonismo en los distintos personajes: hay tiempo para hablar de la paternidad, del cambio de los tiempos, del sacrificio y los privilegios que comporta la corona, de la pérdida y la modernización de monarquía en la pequeña medida en la que esto es posible.

En suma, The Crown respira y consigue despedirse volviendo a encontrar su esencia aunque no pueda evitar rehuir las controversias y tratar de contentar a todo el mundo. Nunca antes como en estas dos últimas temporadas ha sido tan patente que estamos ante una serie promonárquica.

Esto es particularmente evidente al ver el retrato del ya rey Carlos III, hacia el que siempre se ha dirigido una mirada muy comprensiva y complaciente... puede que demasiado.

En cualquier caso, estamos ante un final definitivo para una serie excepcional. No se despide en su mejor momento, ni marcando época por su arrojo, pero es uno de los grandes eventos televisivos de la temporada y echaremos de menos su sosiego y perspicacia para ir componiendo el complejo puzle de la relación de las personas con el poder y con la tradición.