Crítica de Los favoritos de Midas, la miniserie de Mateo Gil que podrás ver en Netflix

Los favoritos de Midas es un thriller inspirado en el relato de Jack London "The Minions of Midas", escrito hace ya más de un siglo, pero cuyo espíritu parece imperecedero.

Los seis episodios de aproximadamente unos 45 minutos de duración han sido dirigidos por Mateo Gil (Las leyes de la termodinámica), el creador de la miniserie, que firma el guión junto a Miguel Barros (Gigantes) después de haber trabajado en varios tratamientos para guión cinematográfico que no llegaron a salir adelante al principio de la década del 2000. Solo tras la crisis financiera de 2008 y la burbuja económica explotando por los aires y destapando tramas de corrupción insólitas comenzaría a gestarse esta adaptación que previamente habría podido parecer, en palabras del propio Mateo Gil "impertinente, aguafiestas, agorera".

Las coordenadas espacio-temporales se desplazan a una actualidad distópica. En el marco de la llamada "revuelta española", unos disturbios que se extienden por toda Europa hasta alcanzar la Península y que representan el descontento social por las mermas en el estado del bienestar, Víctor Genovés es escogido como heredero de un imperio mediático: el grupo Malvar entre cuyas líneas estrella está el agonizante diario escrito El Observador que, no obstante, conserva su timbre de calidad como referente independiente y creíble.

Genovés comienza a recibir misivas firmadas por Los favoritos de Midas, un grupo que se mantiene en el anonimato y que amenaza con matar a una persona a la semana hasta que el empresario desembolse una fuerte cantidad de dinero. 

Desconfiado en un principio, dejará que los acontecimientos se precipiten. Varias personas pierden la vida de forma que la mano de los verdugos resulta invisible: son muertes aleatorias que no dejan rastros que poder perseguir y que, además, parecen fortuitas. Salvo que el grupo las reivindica como suyas e incluso anuncia en qué lugar se producirán de antemano: su marca es inconfundible.

La sociedad, sacudida hasta sus cimientos

Bebiendo de la ambientación de los thrillers políticos de los años 60 y 70, Mateo Gil explora una ciudad de Madrid que ejemplifica a la perfección las desigualdades de las que la serie quiere hacerse eco, con las grandes torres que presiden el skyline madrileño y sus alrededores como eje del grupo Malvar y los tentáculos que del poder se derivan y emplazamientos mucho más modestos en los que la vida sigue un curso muy distinto.

Ni que decir tiene que la razón de ser de Los favoritos de Midas es realizar una feroz crítica a un sistema podrido en que incluso quienes son en apariencia los garantes de los grandes valores se acaban cayendo de sus pedestales a fuerza de integrarse en los engranajes que tanto critican por mera supervivencia. Sin embargo, la serie se va mucho por las ramas dejando que todo ese trasunto político-social no termine nunca de explotarse del todo. Digamos que "le falta algo" a la hora de hilar todos los cabos sueltos al final... y no consigue sacarle todo el jugo a la obra original cuyo discurso es mucho más brillante que todo el oro de Midas. Decían las misivas de los sicarios que eran "lo inevitable", "el azote de una civilización degradada". 

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La forma en la que se desenvuelve el chantaje y la investigación policial paralela subrayan una vez más la incapacidad del Estado para hacer frente a un chapapote de degradación moral que todo lo corrompe.

El reparto es sólido, con Luis Tosar al frente de un elenco algo heterogéneo pero que encaja bien con sus respectivos roles: Willy Toledo, Marta Belmonte, Carlos Blanco y Marta Milans son la punta de lanza del bien nutrido reparto. Ojo a la aparición estelar del gran Carmelo Gómez, que es uno de los caramelos a paladear con fruición.

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“Dilema”, “Azar”, “Culpa”, “Grieta”, “Salida” y “Lucha” son los títulos de los seis episodios que consiguen mantener al espectador interesado de principio a fin hasta comprobar cómo se va gestando la evolución de los personajes con un giro final arriesgado y solo parcialmente satisfactorio, pero que, en cualquier caso, hace que se tome partido en una dirección inesperada y también incómoda. ¿No nos estaremos acostumbrando a la podredumbre? ¿Quedan bastiones que aseguren la verdad, que la difundan y cambien con ello el curso de los hechos o estamos regidos por manos invisibles? 

Nada de lo que se narra en Los favoritos de Midas, con sus cesiones al dramatismo, es del todo ajeno a la realidad. Los asesinatos son, probablemente, uno de los saltos de fe más grandes que tiene que dar el espectador para entrar por el aro, pero asumiéndolos como parte de una ficción que busca lo oscuro y lo tétrico, no es difícil ver los paralelismos son las corruptelas que día a día se destapan. Es el fracaso de la "ley y el orden" como proclamaba proféticamente Jack London ya en 1901. Poco hemos cambiado. Lo mismo el milagro es que no nos hayamos aniquilado ya como especie.