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Crítica de El mal no existe: mensaje ecologista, paisajes deslumbrantes y ritmo tedioso

El mal no existe

Crítica de El mal no existe, la nueva película de Ryûsuke Hamaguchi, responsable de La ruleta de la fortuna y la fantasía y de Drive My Car. Estreno el 1 de mayo de 2024.

Mientras que hay directores que se marcan a fuego la premisa de enganchar al espectador durante los primeros minutos del metraje, Ryûsuke Hamaguchi parece buscar justo lo contrario: le pone a la audiencia una buena cuesta arriba al comienzo de El mal no existe. Una prueba de fuego quizás: o entras o no entras.

Es una de esas películas que empiezan con un largo, larguísimo, por no decir eterno travelling contrapicado que nos permite ver las copas de los árboles... Vale, sí, el entorno natural es un personaje más de la película y el eje central que articula el discurso. Pero no hace falta apurar los planos hasta el infinito para tener esa noción de su importancia.

Tras el fenómeno detrás de Drive My Car, que se alzó con el Óscar a mejor película internacional dos ediciones atrás, El mal no existe busca sorprender con una historia completamente diferente, aunque se mantenga cierto hieratismo por parte de los personajes y los diálogos sean también pocos.

En manos del instinto

Takumi y su hija, Hana, viven en un pueblo cercano a Tokio popular por la calidad excelente de su agua. Es una población pequeña y tranquila que trata de mantener el equilibrio con la naturaleza, sin perturbar demasiado el devenir de los días.

Sin embargo, va a irrumpir un cambio en las montañas que va a poner esa convivencia en peligro: una empresa está interesada en construir un asentamiento de glamping (glamorous camping) en la zona. Y no tienen ni la más remota idea de cómo funcionan allí las cosas.

 

En una reunión con los vecinos del pueblo, queda de manifiesto que el plan está lleno de inexactitudes y de posibles problemas: no cuenta con un proyecto viable para la depuración de sus aguas residuales, corre el riesgo de saturar la zona de turistas y no cuenta con un presupuesto suficiente como para asegurar la protección de los campistas ni de los residentes.

Por su conocimiento de la zona y su especial interés en preservarla, Takumi es el elegido para guiar a los responsables a comprender la importancia de respetar el entorno y hacer que entren en razón introduciendo los cambios necesarios para hacer todo esto viable.

El mensaje ecologista es el que vertebra, como decíamos todo el discurso de la película, que por lo demás está tremendamente descompensada. Le sobran tiempos muertos en el arranque a espuertas y se echa en falta una conclusión al final. Es como si terminara de forma abrupta al finalizar el nudo.

El cine japonés se presta a ser muy contemplativo, máxime en esta ocasión en el que los ciervos, los bosques y lagos tienen una presencia tan fascinante y conmovedora. También es objeto de interés de este tipo de cine dejar que el espectador piense mientras ve la película, de ahí que busque rebasar el tiempo habitual en que se suele mantener una secuencia.

Pero estos no son argumentos válidos para defender El mal no existe puesto que es desesperantemente lenta en el comienzo, cuando aún no ha ofrecido material sobre el que reflexionar y no tiene el valor de de llegar a un final satisfactorio tras un giro de guión tan injustificado como sorpresivo.

Hamaguchi pertenece a ese selecto club de directores que buscan retratar el tiempo real, haciéndonos partícipes del devenir temporal y haciendo que sea casi imposible no echarse una siesta en el cine. No roza el tedio: lo abraza y lo hace de forma muy consciente dado que además de guionista y director ejerce como montador dándole la mano a Jaime Rosales en Las horas del día.

El mal no existe

Caramel Films

La fotografía de El mal no existe es, ciertos tramos, muy hermosa (en el arranque está bastante quemada), respondiendo a ese ambiente bucólico y ajeno a todo mal que anticipa el título. Pero hay una transición sigilosa de lo bello a lo perturbador que se anuncia en la banda sonora de Eiko Ishibashi desde el comienzo del metraje.

El problema es que nos deja encogidos de hombros, sin ninguna certeza sobre lo que acabamos de ver. No es una película nada fácil para el espectador medio y para el especializado, puede resultar también bastante áspera.

VALORACIÓN:

Si no te van las películas lentas, El mal no existe te va a dejar atacado de los nervios. La frialdad habitual del director se extiende a un paraje natural que se resiste a ser devastado por la mano humana. La forma de contar la historia es lo que más daño le hace.

LO MEJOR:

Los últimos 45 minutos de metraje, en los que en verdad comienza a desarrollarse la trama. La foto de los pasajes naturales retratados.

LO PEOR:

El arranque es infernalmente lento y cuesta bastante entrar en la propuesta. Por el contrario, el montaje es tosco, abrupto y antiestético.
Hobby

62

Aceptable

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