Crítica de la temporada 3 de Sky rojo: traca final para una serie delirante

Huele a despedida desde el momento en el que arranca: ya no hay vuelta atrás para estirar más el chicle y Sky rojo va a llegar a su desenlace con su tercera temporada, de estreno en Netflix el viernes 13 de enero.

Pero ojo, que no es una de esas series que opten a morir de rodillas: la persecución de las chicas va a llegar a un cénit lleno de violencia que buscará dejar traumatizados a los espectadores, cómo no.

Esta tanda final de ocho episodios vuelve bien pertrechada de giros argumentales locos, momentos desagradables y secuencias que pondrán a prueba los estómagos más delicados con los habituales raptos de brutalidad de Romeo y los recuerdos sexuales aparentemente eróticos pero íntimamente aterradores. Continúa la disonancia cognitiva de Sky rojo.

El discurso de denuncia de la explotación sexual sigue siendo ambiguo, incómodo y difícil de comprar por el extraño humor que destila una narración entre poco o nada creíble y en la que la locura es la tónica dominante, por no hablar de otras decisiones en la dirección que son más que discutibles como la tendencia a no dejar nada a la imaginación.

Si hasta ahora era Coral (Verónica Sánchez) la encargada de narrarnos su historia, en esta temporada le cede el micro a Miguel Ángel Silvestre en esta tarea.

Su personaje, Moisés, nos contará que en el pasado, ante la falta de información vital de la muerte de su hermano a manos de Romeo y el doble salto con tirabuzón del villano para hacerle creer que su madre sigue viva (de verdad que hay que echarle morro para meter las morcillas que meten en el guión), volvió a serle fiel.

Y eso implicaba, claro, unirse como fiel adepto a la cacería de las chicas, que se instalan en Almería para vivir una nueva vida como, ojo, pasteleras, atrayendo a nuevos amores a sus vidas y relajándose más de la cuenta. Tanto, que Romeo tendrá ocasión de tenderles una trampa y contratar a un sicario para reanudar una persecución implacable que, ahora sí, pondrá fin al conflicto.

En fin, como hasta ahora en temporadas anteriores de Sky rojo, lo importante es lo bien rodada que está. Álex Pina y Esther Martínez Lobato han inaugurado el "pulp castizo", un subgénero en sí mismo que es imposible ignorar aunque su mayor aportación sea meter muchas cosas en la coctelera y agitarla fuerte para producir un torrente de colorines.

La calidad de la imagen, la puesta en escena, el ritmo trepidante de la ecléctica banda sonora y el montaje y la capacidad para crear atmósferas visualmente muy atractivas aunque turbias hasta la náusea sigue intacta pero se sigue percibiendo como un viaje a ninguna parte.

No es fácil cogerle cariño a personajes a los que bofetearías o que te parecen una burda caricatura de trazo grueso de una realidad social mucho más seria y grave...

En pocas palabras, una cosa es sufrir por algo, como cuando uno ve El cuento de la criada, y otra cosa es hacerlo de forma gratuita como una extraña forma de entretenimiento que en verdad nos pone en una situación muy incómoda como espectadores porque no se puede tratar de forma más torpe cuestiones que están en el debate público como el consentimiento o las relaciones tóxicas.

En esta temporada final, además, se aprecia que se queman las naves. Habría sido difícil, por no decir imposible, justificar que esto se alargara, así que se agradece el portazo. Genio y figura hasta la sepultura. Crucemos dedos para que el próximo proyecto sea algo más amable y no nos despierte tanto la víscera.