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Vida eterna para Sir Clive Sinclair

Clive Sinclair

El 16 de septiembre me llevé un pequeño disgusto al enterarme del fallecimiento de Sir Clive Sinclair, probablemente el gran culpable de que muchos de los que peinamos canas sigamos dándole a esto de las maquinitas cuarenta años después. 

Clive Sinclair, inventor incansable, fue el padre de esa maravilla llamada Spectrum a la que muchos dedicamos no pocas horas de nuestra infancia… y no siempre jugando, que cargar los juegos también llevaba su tiempo. 

Fue un hombre divertido y una mente creativa, adelantada a su tiempo en muchos aspectos. Es verdad que sus grandes éxitos se pueden resumir en el Spectrum y sus versiones, pero estoy segura de que hoy día lo habría petado con sus creaciones de movilidad eléctrica… 

En cualquier caso, su legado es un microordenador que para muchos representa una de las épocas más felices de su vida. Por lo menos, así es en mi caso.

Se lanzaron unos cuantos modelos de Spectrum, pero el ZX, “el gomas”, siempre tendrá un lugar especial en mi corazoncito. 

cLIVE sinclair

Hubo otros microordenadores en la época (abstenerse los discutidores profesionales), pero el que arrasó en España fue la pequeña maravilla de Sinclair.

No voy a decir que el Spectrum sea el responsable de que yo esté aquí ahora (esa culpa se la podéis echar a NES), pero sí fue la máquina que metió en mi habitación los videojuegos y que me hizo ver que había opciones más allá de las recreativas y de andar sisando monedas de cinco duros. 

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No recuerdo cómo me enteré de que existía, dónde lo vi, ni quién me lo enseñó por primera vez, pero sí recuerdo que se convirtió en mi obsesión del momento. La economía en casa no era boyante, así que conseguirlo no fue fácil. 

Tuve que encontrar a alguien que lo vendiera de segunda mano (y no había Wallapop, ni internet, ni móviles) y chantajear a mi padre con unas notas de 10 para que fuera mi regalo de fin de curso. 

Estoy segura de que no he estudiado más en mi vida. De hecho, me aprendí el libro de Sociales de memoria, de la primera a la última página, para asegurarme la nota. 

Se me daban fatal las Sociales. Y no, nunca más he sido capaz de volver a hacer algo así. 

Mis padres no querían que lo usara en la tele, porque se estropeaba el tubo (¿os suena la monserga?), pero, por suerte, mi tío me regaló una Telefunken de 14” en blanco y negro que él ya no usaba. Una de esas, de cuernos.

Me daba igual que sintonizara o no los dos canales de la época: yo lo que quería era jugar. Y fijaos cómo son las cosas, que recuerdo en millones de colores el Fernando Martín Basket, el West Bank o el Ping Pongcon el que vivía impresionantes duelos con mi hermano pequeño.

Ahorré para comprarme un joystick (y un cacharro donde conectarlo, del que no recuerdo el nombre) y poder jugar a Commando sin sufrir esguinces de dedos a la hora de lanzar las granadas. 

Hasta mis amigas venían a casa a jugar y todo (aunque luego les daba vergüenza entrar en los recreativos conmigo). 

Tuve muchísimos juegos (aquí, una lista de los 20 mejores juegos de Spectrum), y los recuerdo por los apodos: el del helicóptero, el del coche espía, el del cocinero, el de Batman, ese tan difícil, el de las naves.

Quién me iba a decir a mí que, años después, seguiría ligada a esto de los videojuegos y que me hubiera venido genial aprenderme los nombres de verdad… ;-)

ZX Spectrum

Recuerdo juguetear con el volumen del reproductor de cassettes (una grabadora Sony que también me dio el vendedor), porque había juegos que solo cargaban a determinado volumen

Y recuerdo el funesto “Tape Loading Error” que te obligaba a rebobinar (boli Bic mediante) y a volver a empezar.

Cuando conseguía cargar el juego y me llamaba mi madre para comer me daban los siete males. Al final, aprendí que con que apagara la tele ella se daba por satisfecha aunque el Spectrum siguiera en marcha… 

A veces pienso que los que jugábamos en esa época (y en esas condiciones) estamos hechos de otra pasta. Éramos capaces de imaginarnos mundos fantásticos con ver cuatro píxeles en pantalla. 

No nos defraudaba que esos píxeles no se parecieran a las espectaculares ilustraciones de las cajas; dábamos por buenos unos niveles de dificultad imposibles y lo de las cargas. 

Pues eso, el Spectrum nos enseñó paciencia (aunque a veces parezca que se me ha olvidado). 

Nunca he querido jugar a juegos de Spectrum en emuladores y hasta me cuesta ver pantallas y vídeos, porque en mi cabeza esos juegos estaban por encima del ray-tracing, las 4K y el sonido envolvente. 

En mi cabeza, los juegos de Spectrum eran a 8K, con millones de colores. Larguísimos, divertidísimos, mágicos… Y, qué queréis que os diga, no quiero que la cruda realidad me enturbie los recuerdos. 

Lamenté la noticia de la muerte de Clive Sinclair, pero había vivido mucho a sus 81 años, había disfrutado mucho y, sobre todo, ha dejado un legado tan vivo, que nunca morirá del todo. 

Mundo del Spectrum+ (Dolmen Editorial)
Mundo del Spectrum+ (Dolmen Editorial)

Aún conservo aquel Spectrum que, después de dos reparaciones, se negó a ser reparado por tercera vez y pidió descanso eterno (no podré cargar los nuevos lanzamientos). 

No sé cómo se libró de las escabechinas de “trastos” que mi madre ponía en marcha periódicamente para hacer sitio en casa, pero lo agradezco. 

Puede que hasta a ella le diera pena tirar algo que había deseado tanto, que había peleado tanto y con lo que tanto había disfrutado. 

Gracias, Don Clive, allá donde esté, por haber dejado esa huella imborrable en mi alma de niña. 

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