Crítica de The Bear Temporada 2: una joya de la televisión que ya es lo mejor del año

El oso ha vuelto. La serie que se ganó de forma subrepticia el piropo de cada espectador después de provocarle un ataque de nervios con el guion de diálogos más estresante de los últimos años ha vuelto más grande, más intensa y, definitivamente, mejor. The Bear, la serie más humana del catálogo, ya tiene segunda temporada en Disney+.

Lo primero es lo primero: no fui de los que se sumaron a la ola de entusiasmo absoluto alrededor de la primera temporada de la serie de FX. Disfruté y sufrí como todos de la caótica y frenética idea detrás de sus primeros ocho episodios, pero su estructura no consiguió llevarme a sus infiernos.

Ahora toca entonar el mea culpa. La segunda temporada no sólo me ha convertido en un apasionado de sus personajes, sino que cantaría las comandas para arder con todos y cada uno de ellos en el restaurante. Porque con esta entrega, The Bear es una de las mejores series del año.

La primera temporada centraba la mayor parte de su desarrollo en el corazón de Carmy (Jeremy Allen White), lo que le regaló su primer Globo de Oro al mejor actor; no seré yo quien desdiga la premiación. Pero no hay nada mejor para profundizar en su personaje que hacerlo a través de las mismas angustias de quienes lo rodean. Esa es la segunda temporada.

Una remodelación interna y externa

Regresamos a los fuegos de Chicago con Carmy y Sydney (Ayo Edebiri) organizando la remodelación y próxima apertura de su nuevo gran restaurante junto al resto del equipo. Esta vez la estructura tiene una linealidad muy definida que seguirá la evolución del local como un guiso a fuego lento en el que cada uno de sus ingredientes deben fundirse con los sabores del resto.

Estoy hablando de Richie (Ebon Moss-Bachrach), de Marcus (Lionel Boyce), de Tina (Liza Colón-Zayas) o de Natalie (Abby Elliott), la hermana de Carmie. Todos ellos protagonizarán sus propios episodios, o una parte de ellos, en un tono infinitamente más reflexivo, emocional y silencioso.

Porque en la segunda temporada de The Bear los silencios adquieren un nuevo protagonismo. La olla seguirá a unos pocos grados de entrar en ebullición, pero encontraremos silencios exquisitos para descubrir a personajes como el de Marcus en su propio periplo gastronómico.

Después de llevarse ese Globo de Oro, la decisión más comercial habría sido poner a Carmy soportando el peso de toda la trama, entonar el «Sí, Chef» y repetir los esquemas que funcionaron en la primera. FX ha ido un paso más allá.

Han experimentado y han arriesgado. Y han ganado. Porque, como decía al comienzo de estas líneas, la nueva temporada de The Bear ha elevado su propia humanidad, creando un camino de grises en el que las historias de los secundarios, como en un gran plato, son imprescindibles para que el principal brille.

Lo que desde luego no esperaba es encontrarme en The Bear un lirismo tan sutil. El arranque del primer episodio define a la perfección esto mismo con una melodía que nos acompañará por las calles de Chicago hasta el hospital en el que Marcus cuida a su madre.

Un monitor cardíaco es el único que sonido que golpea nuestros altavoces como el segundero de un reloj. Marcus aplica crema en las manos de su madre de forma ceremonial. Mira a su madre y al monitor. Los movimientos son lentos, hasta el color nos invita a relajarnos.

Los gritos tendrán que esperar; The Bear es mucho más que la exigencia estresante de una cocina profesional. Carmy y Sydney tendrán su propio método para parar, relajarse y reflexionar sobre sus palabras. Un nuevo The Bear mucho más maduro, pero que habla con la misma fuerza sobre la vida.

El restaurante evolucionará con ellos mismos. Sólo quedará la realidad más sólida, la de este mundo infernal del que habla Natalie al que nos empeñamos en devolver nuestra sonrisa. Aun así, jugará con el tono para seguir siendo desgarradora y divertida sin perderse en la función más puramente artística.

Un festín de emociones

A medio camino de la temporada nos encontraremos la joya del pastel: «Fishes» (Pescados) es el título del sexto episodio. No quiero entrar en detalles de la trama; sólo diré que, armado estructural y temporalmente como una película, con estrellas invitadas que se aparecerán como Papá Noel en Navidad, es la erupción del volcán que arrasa y contrasta con el resto de la serie.

Mediante un flashback, regresaremos al pasado de Carmie para conocer a su familia, sus miedos, sus influencias y la cuna del caos más absoluto que ha dirigido la vida de la familia Berzatto. No habían anunciado la aparición de nuevas caras con actores y actrices reconocidos por todos, pero el plan es perfecto.

Con una velocidad de diálogos tan exigente que despertaría al mismo Aaron Sorkin, la familia Berzatto nos deleitará con un alarde tan íntimo y orgánico que parecerá que nos hemos ido a las tablas del teatro para sufrir la noche con ellos.

La música de su banda sonora cobra especial relevancia con la voz de Eddie Vedder y su Pearl Jam que vuelven a ser el vehículo perfecto para golpear justo en donde bombea nuestra sangre. R.E.M. rematará la faena de la temporada con Half a World Away, acompañado de Counting Crows o Van Morrison.

La segunda temporada de The Bear es una obra maestra. Cada paso está medido con la precisión de un orfebre; el desarrollo de sus personajes y las interpretaciones, la captura de temas como la búsqueda de identidad, el sacrificio y el significado del arte sin perder de vista que son unos muchachos de barrio que quieren seguir en pie.

Hablaba R.E.M. de la soledad y la desesperación en Half a World Away. El oso comparte el mismo camino, pero, aún abatido, lucha para continuar. En ese instante todo el dolor se vuelve extremadamente bello.