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Crítica de Candyman: una actualización curiosona para denunciar, de nuevo, el racismo desde el terror

Candyman

Crítica de Candyman: la actualización del mito que cuenta con la dirección de Nia Da Costa, que participa también en el guión junto a Jordan Peele y Win Rosenfeld. Estreno el 27 de agosto de 2021.

Candyman va a polarizar a la audiencia y buena muestra de ello se ha vivido a pequeña escala a la salida del pase de prensa de la película, que ha generado un interesante debate acerca de las pretensiones de esta nueva pieza de género de terror y que va mucho más allá de dar un par de sustos de manual: habrá quien encuentre la denuncia social del racismo tan omnipresente como maniquea mientras que otros se sentirán cómodos con su discurso político, aunque te lo dé todo muy mascado.

Independientemente del posicionamiento ideológico, el tema, que es una constante en las obras de Jordan Peele y ha estado siempre en el ADN de la saga, está llevado a tal extremo en la cinta que lleva al guión a caer en incongruencias importantes que lastran el resultado final porque no se comprende muy bien cómo interactúan los elementos fantásticos y los reales.

Es decir, la propia película subvierte las normas que se da a sí misma para justificar lo que sucede así que tiene dificultades para rematar en los impases finales.

Sin embargo, hay elementos sensacionales que hacen que esta secuela directa de la película de 1992
(que ignora por tanto los sucesos de Candyman 2 y 3) se eleve como una pieza de lo más interesante. En particular dos: la utilización de las sombras chinescas proyectadas por marionetas de papel para representar los casos de abuso de poder y fanatismo supremacista que están en el origen de todo y la plasmación visual de ese "mundo al revés" del que emergen las pesadillas.

Así, son los reflejos los que albergan el terror y como elementos casi fantasmagóricos, tienen la capacidad de conjurar el mal que hay al otro lado y de dejar de actuar como escudos para permitirle escapar.

La voluntad desde la dirección es que nos sintamos espejados en la película (hasta los sellos de las distribuidoras están "al revés" y los títulos de crédito nos brindan un inquietante punto de vista), algo que  contribuye a que desde el comienzo nos sintamos extrañados y desconcertados, pero también inmersos en la narración.

Candyman nos lleva de regreso a Cabrini Green, el mismo vecindario donde comenzó la leyenda del hombre que ofrecía caramelos a los niños. En la actualidad es un gentrificado barrio de Chicago construido sobre el derruido suburbio.

La representante Brianna Cartwright y su pareja artista Anthony McCoy, que sufre una crisis creativa, acaban de mudarse a un apartamento de lujo ubicado en ese lugar y repleto ahora de individuos de una nueva generación que desconoce su oscuro pasado. Sus vidas dan un dramático giro cuando el hermano de Brianna les narra la historia de ese ser que, invocado frente al espejo diciendo su nombre cinco veces se aparece ante ellas y las asesina con el garfio que tiene en lugar de su mano derecha.

Aguijoneado por la curiosidad, Anthony decide realizar una representación artística recuperando la historia en una performance llamada "Di mi nombre" que traerá de vuelta los horrores del pasado y expandirá las instrucciones para invocar la siniestra presencia de Canydman.

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Candyman rinde homenaje a "The Forbidden", el relato original de Clive Barker que sirvió de inspiración a la película del mismo título de 1992 mientras que a su vez funciona, como decíamos más arriba, como continuación. Recordemos que siempre se habló del asesinato de Ruthie Mae McCoy, residente en Cabini Green, que fue atacada por un intruso que entró en su residencia a través del espejo, como uno de los hechos reales que inspiraron la narración.

Así, se da la mano la fatalidad y algo de body horror con la leyenda urbana convertida en realidad pero también, de una forma mucho más clara y subrayada, con un mensaje sobre la víctima convertida en verdugo y un frontal rechazo al racismo en cualquier grado o manifestación.

Pero si sobresale por algo es por la forma en la que Nia DaCosta plantea las escenas más violentas confiriéndole a la puesta en escena una elegancia intrínseca, más allá de la brutalidad y los salpicones de sangre (que los hay) y jugando muy bien con la concepción del espacio y la forma en la que tiempo tiene la capacidad para ir borrando un pasado condenado a repetirse de forma cíclica.

Dos curiosidades que no son pecata minuta para terminar: por una parte, estamos ante la primera película de Candyman protagonizada por intérpretes negros (más allá del propio Candyman) y por otra, es también pionera en la saga en haberse rodado enteramente en digital, algo que no desentona en absoluto ni le resta impacto visual. La banda sonora de Robert Aiki Aubrey Lowe, por el contrario, sí que resulta bastante estridente y machacona en ciertos momentos, aunque, puestos a sufrir, que es a lo que vamos cuando nos enfrentamos a una película de terror, no era de esperar otra cosa.

VALORACIÓN:

Tras tres películas, surge ahora una secuela directa de la primera Candyman que refunde el mito y le da una nueva amplificación acorde con los tiempos que corren. Arriesgada y poco convencional en sus formas, es un producto hijo de su tiempo disfrutable aunque con algunos excesos.

LO MEJOR:

La dirección artística, el diseño de producción y los salvajes asesinatos. Es original y atrevida como propuesta.

LO PEOR:

La estridente banda sonora y la excesiva ideologización del guión, muy maniqueo, que termina derivando en inconsistencias de peso.
Hobby

70

Bueno

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