Crítica de la comedia Para toda la muerte, protagonizada por "los compadres"

¡Qué difícil es el género de la comedia! Para toda la muerte habría tenido dos salidas para resultar algo más interesante: haberse metido a degüello en la trama social y por tanto haber hilvanado con sentido del humor más de dos chistes acerca de la situación del mercado laboral actual (éste era el camino difícil) o bien haber tirado por completo por la comedia física.

Su intención es la segunda, pero al guión de Ana Graciani, responsable también del libreto de El mundo es suyo le falta mucha agilidad y un puntito de locura al que solo se acerca en momentos muy puntuales.

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En términos generales, Para toda la muerte es lo que parece desde el principio: una comedia de situación sencilla, una suerte de sainete teatral con pocas localizaciones y una producción justita que mete alguna que otra gracieta bienintencionada. Todo gira en torno al desventurado José Vicente, que se ve metido en un gran lío.

El detonante de todo es "un error informático": esa es la explicación que le dan a nuestro protagonista, un opositor, para aguarle la fiesta en la que estaba celebrando haber obtenido una plaza fija, ese sueño hecho realidad para cualquiera que se pase ocho años dedicándose a hincar los codos.

La funcionaria de turno, sin querer, le da al protagonista también una idea que resuena en su cabeza: "como no se muera el que va delante...". Así, desesperado por la presión familiar, acuciado por las deudas y desesperado por su propia voluntad de hacer realidad el sueño de firmar la hipoteca de su casa, decide asesinar al hombre que le ha arrebatado la plaza. 

Para su sorpresa, matar a alguien no es tarea fácil y dista mucho de lo que nos cuentan en las películas a lo que tendrá que sumar que no es el único que quiere ver a su competidor tieso.

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Hay tres cosas que hay que agradecerle a la película... probablemente la primera la que más: que deje de lado por fin la comedia localista y nos permita ver a "los compadres", Alberto López y Alfonso Sánchez, en registros distintos a los habituales. Es difícil calibrar el daño que han hecho comedias como Ocho apellidos vascos y la pléyade de películas que se han ido moviendo en registros limítrofes, pero parece que hay luz al final del túnel para salir por fin de la tónica dominante.

Y las otras dos, también: por un lado la ajustada duración, poco más de 70 minutos, que hacen más difícil que se atragante la historia y te empalaguen los personajes (Alberto López es dado a cierto grado de histrionismo que aquí está mejor medido que en otras ocasiones) y por otro que busque la comedia física, con situaciones que se van embrollando más y más.

En general, la película gana cuantos más personajes se van adhiriendo al lío inicial y cuantos más detalles van cargándose de un significado especial. En general, el atrezzo es importante. Y hay un par de secundarios cuyo trabajo es bastante reseñable, entre los que destaca Estefanía de los Santos, a quien recordaréis mejor por su papel de María de la O en La peste. Por desgracia, también es cierto que la película es bastante predecible y que acusa su falta de ambición.

Nos evita moralinas, eso sí, pero es una ocasión desaprovechada para hacer que los espectadores se retuerzan en la butaca. Vamos, que aunque haga gala de cierto humor negro, no es para morirse de risa. Con todo, mucho mejor de lo que cabría esperarse...